“Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu 
abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti”. 
(II Tim 1, 5)
          Estamos  en una cultura —ya no sé si llamarla contracultura— muy cruel con los  ancianos, por mucho que el neolenguaje creado por los gobernantes huya  de la palabra “vejez” para 
cambiarla por “tercera edad” y del término “viejo” para sustituirlo por “persona mayor”. 
cambiarla por “tercera edad” y del término “viejo” para sustituirlo por “persona mayor”. 
          Todos  sabemos que en una sociedad como la nuestra, en la cual el valor de las  personas está en función de su eficacia productiva, aquellos individuos  cuyo vigor ya entra en la fase de declive interesan muy poco. Se les  considera una carga social inútil y más bien molesta. 
          Por  mucho que se esconda tras otros argumentos, la eutanasia, próximo paso  en el avance de la cultura de la muerte, está relacionada de forma muy  estrecha con esta desgraciada concepción de la vejez.
          Que  nadie se engañe con las medidas del gobierno respecto a la prolongación  de la edad de jubilación. El argumento oficial es que ha aumentado la  esperanza de vida saludable, lo cual es cierto, y que hoy en día una  persona de 65 años todavía suele estar en plenas facultades para el  trabajo. 
          Muy  bonito, pero no creo que a nadie se le escape que tal medida, además de  taponar la imprescindible entrada de los jóvenes en el mundo laboral,  necesaria para abrirse paso en la vida adulta e independiente, no es más  que una forma “in extremis” de reducir el gasto social de un  Estado arruinado, gobernado por personajes ineptos para generar riqueza,  paliar los efectos de la crisis económica y sostener el sistema de  pensiones de jubilación.
          Un sucinto repaso a los datos demográficos oficiales del INE,  nos indica que nuestra pirámide poblacional está insosteniblemente  invertida y envejecida. Es una realidad que la proporción de ancianos  aumenta, lo cual no es ningún problema, ni mucho menos. 
José  Rafael Sáez March, Licenciado en Ciencias de la Educación, Máster en  Investigación Universitaria, Psicopedagogo de Menores y Profesor  Universitario. 
 ALMUDÍ
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