Con frecuencia se oye decir: «Creo pero no practico». Si se pregunta por el significado concreto de estas palabras, el encuestado responderá que acepta la existencia de un ser transcendente, incluso de un Dios personal; pero que no reza —al menos como entiende que la Iglesia prescribe—, no va a Misa, no se confiesa, etc. Y así se ha extendido esa expresión, que tiene su sentido a la vez que encierra una contradicción, no percibida por el que la sostiene.
Y es que "practicar" la fe cristiana supone ciertamente la oración y los sacramentos, pero no sólo eso. Practicar la fe abarca el amor a Dios y el amor al prójimo, dar culto a Dios y servir a los demás con la caridad y la justicia.
En uno de sus sermones exhorta San Agustín: «Dichosos nosotros si llevamos a la práctica lo que escuchamos (en la iglesia)… Porque cuando escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo que hemos oído es como si esta semilla fructificara» (Sermón 23A). Y añade que la vida cristiana, como la de Jesús, se fundamenta en dos actitudes: la humildad y la acción de gracias.
La humildad lleva, en efecto, a morir a uno mismo para dar la vida a otros. Y la acción de gracias (eso significa Eucaristía) se ofrece a Dios Padre como culto, a la vez que se traduce en servicio por el bien de todos: damos gracias a Dios que nos ha salvado y manifestamos nuestro agradecimiento preocupándonos, con hechos, por los demás.
«Vivamos, por tanto, dignamente —concluye San Agustín—, ayudados por la gracia que hemos recibido y no hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado».
En definitiva, practicar la fe es ese "vivir dignamente, ayudados por la gracia". Por tanto, no practica quien no vive los sacramentos, y tampoco practica quien no se preocupa por las necesidades materiales y espirituales de los demás.
ALMUDÍ
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