Los Verdes de Andalucía han remitido un escrito a la Ministra de Defensa, pidiéndole que impida la beatificación de Fray Leopoldo de Alpandeire en la base aérea de Armilla, por considerar que es "un acto religioso ajeno al Ejército" (IDEAL 12 agosto 2010)
El albero ha sido siempre tierra acogedora. No sólo presta su color para suavizar un marco que exige sol y moscas; se ofrece también sin tasa como generoso espacio público. Puedo presumir de haber pisado el de la Maestranza ya de niño, y no precisamente en un festival para promesas. Se celebraba un festejo vaticano en el que abría cartel Domingo Savio (con falta de ortografía, pensaba yo, ajeno a influjos salesianos); allá que fuimos desde Portaceli los alumnos de los jesuitas, movilizados al efecto, a una liturgia sin toros ni toreros.
Habrá quienes hayan pisado algún ruedo como palmeros de un mitin electoral, en el que ni siquiera se controla si los candidatos se han sometido o no a alguna suerte de afeitado; otros para seguir de cerca un doble de la Copa Davis. Nada digamos de esos ruedos multiuso, con derecho a claraboya, que han acabado proliferando. No hay severo maestrante que, viendo peligrar el tarro de las esencias, ponga el grito en el cielo. Si exige, para evitar profanaciones, que sólo quepa pisar el albero tocado de montera, castoreño, gorra o, al menos, con presentable cornamenta, se lo achacará a resabio de sectarismo excluyente, propio de tiempos felizmente superados por el «tó pal pueblo».
Quien no piensa así es una de esas tribus de verdes que, en régimen de minifundio, aspiran a repoblar la arena política española; así les va. Al parecer, han tropezado con algún exótico mosto y la han cogido laicista. Habían conseguido convencer de que donde esté el amor se vaya al cuerno la guerra, pero ahora proponen una variante: si se trata de amor de fraile, los pacifistas habrán de travestirse en militaristas de estricta observancia. Vaya por Dios…
Estos verdes están en efecto muy verdes. Su portavoz alega que el nuestro es un Estado «aconfesional». Esto impediría, a su errado juicio, beatificar a Fray Leopoldo en unas instalaciones públicas adscritas al Ministerio de Defensa; o sea, celebrar un popular homenaje a Santa Ángela de la Cruz en Tablada. No saben que el Tribunal Constitucional, con motivo de un pedazo de parada militar organizada en Valencia, con ocasión de un centenario de la advocación Virgen de los Desamparados, dejó el asunto bastante claro: las Fuerzas Armadas no sólo pueden participar en actividades religiosas sino incluso organizarlas; no en vano la Constitución obliga a los poderes públicos a tener en cuenta las creencias de la sociedad y cooperar consiguientemente con las demandas ciudadanas.
El albero ha sido siempre tierra acogedora. No sólo presta su color para suavizar un marco que exige sol y moscas; se ofrece también sin tasa como generoso espacio público. Puedo presumir de haber pisado el de la Maestranza ya de niño, y no precisamente en un festival para promesas. Se celebraba un festejo vaticano en el que abría cartel Domingo Savio (con falta de ortografía, pensaba yo, ajeno a influjos salesianos); allá que fuimos desde Portaceli los alumnos de los jesuitas, movilizados al efecto, a una liturgia sin toros ni toreros.
Habrá quienes hayan pisado algún ruedo como palmeros de un mitin electoral, en el que ni siquiera se controla si los candidatos se han sometido o no a alguna suerte de afeitado; otros para seguir de cerca un doble de la Copa Davis. Nada digamos de esos ruedos multiuso, con derecho a claraboya, que han acabado proliferando. No hay severo maestrante que, viendo peligrar el tarro de las esencias, ponga el grito en el cielo. Si exige, para evitar profanaciones, que sólo quepa pisar el albero tocado de montera, castoreño, gorra o, al menos, con presentable cornamenta, se lo achacará a resabio de sectarismo excluyente, propio de tiempos felizmente superados por el «tó pal pueblo».
Quien no piensa así es una de esas tribus de verdes que, en régimen de minifundio, aspiran a repoblar la arena política española; así les va. Al parecer, han tropezado con algún exótico mosto y la han cogido laicista. Habían conseguido convencer de que donde esté el amor se vaya al cuerno la guerra, pero ahora proponen una variante: si se trata de amor de fraile, los pacifistas habrán de travestirse en militaristas de estricta observancia. Vaya por Dios…
Estos verdes están en efecto muy verdes. Su portavoz alega que el nuestro es un Estado «aconfesional». Esto impediría, a su errado juicio, beatificar a Fray Leopoldo en unas instalaciones públicas adscritas al Ministerio de Defensa; o sea, celebrar un popular homenaje a Santa Ángela de la Cruz en Tablada. No saben que el Tribunal Constitucional, con motivo de un pedazo de parada militar organizada en Valencia, con ocasión de un centenario de la advocación Virgen de los Desamparados, dejó el asunto bastante claro: las Fuerzas Armadas no sólo pueden participar en actividades religiosas sino incluso organizarlas; no en vano la Constitución obliga a los poderes públicos a tener en cuenta las creencias de la sociedad y cooperar consiguientemente con las demandas ciudadanas.
ANDRÉS OLLERO
ANÁLISIS DIGITAL
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