miércoles, 24 de marzo de 2010

La Carta del Papa sobre los abusos y la revolución cultural de los 60


Es evidente que la Carta a los católicos de Irlanda de Benedicto XVI no está dirigida a los sociólogos. El Papa habla a una Iglesia herida y desorientada por las noticias relativas a los curas pedófilos. Denuncia con voz fortísima los “crímenes anormales”, “ vergüenza y el deshonor”, la violación de la dignidad de las víctimas, el golpe infligido a la Iglesia “hasta un punto tal al que no habían llegado siquiera siglos de persecución”.

En nombre de la Iglesia expresa “abiertamente la vergüenza y el remordimiento”. Afronta el problema desde el punto de vista del derecho canónico – reafirmando con fuerza que ha sido su “falta de aplicación” por parte a veces también de los obispos, y no sus normas, como cierta prensa laicista pretendería, la que ha causado la “vergüenza” – y de la vida espiritual de los sacerdotes, cuyo descuido está en la raíz del problema, y a la que pide volver a través de la adoración eucarística, las misiones, la práctica frecuente de la confesión. Si estos remedios son tomados en serio es posible que la Providencia, que sabe extraer el bien incluso del peor de los males, pueda en el Año Sacerdotal iniciar para los sacerdotes “una etapa de renacimiento y de renovación espiritual”, demostrando “a todos que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (cfr Rm 5, 20)”. Por otro lado, “que nadie imagine que esta penosa situación se resolverá en tiempo breve”.

Con todo el Papa – aunque no pretende ciertamente robar el oficio a los sociólogos – ofrece también elementos de interpretación de las raíces de un problema que, ciertamente, “no es específico ni de Irlanda ni de la Iglesia”. Tras haber evocado las glorias pluriseculares del catolicismo irlandés – una historia de santidad que no puede y no debe ser olvidada –, Benedicto XVI señala a las últimas décadas y a los “graves desafíos a la fe emanados de la rápida transformación y secularización de la sociedad irlandesa”.

“Se ha producido – explica el Papa – un rapidísimo cambio social, que ha menudo ha afectado con efectos adversos la tradicional adhesión del pueblo a las enseñanzas y a los valores católicos”. Ha habido una “rápida” descristianización de la sociedad, y se ha producido al mismo tiempo también dentro de la Iglesia “la tendencia, también por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de las realidades seculares sin referencia suficiente al Evangelio”. “El programa de renovación propuesto por el Concilio Vaticano Segundo fue a veces malinterpretado”. “Muy a menudo las práctica sacramentales y devocionales, la oración cotidiana y los retiros anuales” fueron “desatendidos”. “Y es en este contexto general” de “debilitamiento de la fe” y de “pérdida de respeto por la Iglesia y por sus enseñanzas” donde “debemos intentar comprender el desconcertante problema del abuso sexual de los menores”.
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Benedicto XVI entra así en el vasto debate que está en el centro de la sociología de las religiones contemporánea, el de la “secularización”.
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Hubo, por otro lado, un Sesenta y ocho en la sociedad y también un Sesenta y ocho en la Iglesia: precisamente 1968 es el año del rechazo público contra la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, una rebelión que, según un admirable e influyente estudio del filosofo americano recientemente desaparecido Ralph McInerny – Vaticano II - Che cosa è andato storto? – representa un punto de no retorno en la crisis del principio de autoridad en la Iglesia católica.
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Sin entrar en los elementos más técnicos de esta discusión, Benedicto XVI en su Carta se muestra consciente del hecho de que hubo en los años Sesenta una auténtica revolución, no menos importante de la Reforma protestante o de la Revolución francesa, que fue “rapidísima” y que asestó un golpe durísimo a la “tradicional adhesión del pueblo a las enseñanzas y a los valores católicos”. Con mucha agudeza un pensador católico brasileño, Plinio Corrêa de Oliveira, habló en su tiempo de una Cuarta Revolución – después de la Reforma, de la Revolución francesa y de la soviética – más radical que las precedentes porque fue capas de penetrar in interiore homine y de revolucionar no sólo el cuerpo social, sino el cuerpo humano.
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Sin entrar en los elementos más técnicos de esta discusión, Benedicto XVI en su Carta se muestra consciente del hecho de que hubo en los años Sesenta una auténtica revolución, no menos importante de la Reforma protestante o de la Revolución francesa, que fue “rapidísima” y que asestó un golpe durísimo a la “tradicional adhesión del pueblo a las enseñanzas y a los valores católicos”. Con mucha agudeza un pensador católico brasileño, Plinio Corrêa de Oliveira, habló en su tiempo de una Cuarta Revolución – después de la Reforma, de la Revolución francesa y de la soviética – más radical que las precedentes porque fue capas de penetrar in interiore homine y de revolucionar no sólo el cuerpo social, sino el cuerpo humano.

Massimo Introvigne (sociólogo y Director del CESNUR (Centro studi sulle nuove religioni).
ZENIT
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