Hoy se ha puesto de moda declararse “espiritual pero no religioso”, cláusula que sirve para atribuirse lo que da buena imagen a la fe –sentimientos filantrópicos, tolerancia universal–, sin los inconvenientes de la “religión organizada” –dogmas, preceptos, exclusividad–. Pero unas creencias blandas no nos sostendrán cuando necesitemos agarrarnos a algo firme, como advierte el autor de este artículo.
La afirmación de que uno es “espiritual pero no religioso” constituye una colosal e interesada jerigonza que oímos de labios de casi todos los que hablan de religión en público, excepción hecha de aquellos a quienes el mundo define como fundamentalistas (yo, probablemente usted, Joseph Bottum, David Goldman, Benedicto XVI, los judíos hasídicos, los musulmanes devotos o las familias creyentes que tienen más de cuatro hijos).
Es una de esas frases sencillas de recordar que funciona como una cédula de “excarcelación” para cualquiera que tenga la sensación de que ha de explicar su falta de práctica religiosa; y como reivindicación de excelencia para los preocupados por ser superiores a los que practican una religión establecida. Es el equivalente religioso de “yo ya hice una donación en la oficina” o “me llaman por la otra línea” o “yo no como carne”.
David Mills
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El artículo original, Spirituality Without Spirits, lo encontraréis: AQUÍ
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