En reiteradas ocasiones le hemos pedido al Padre Teo, un sacerdote amigo (y más que amigo) que pusiera por escrito algunas de las cosas que surgen de nuestras conversaciones. Esta mañana nos ha hecho llegar este artículo referido a la “pastoral vocacional”, uno de sus temas favoritos.
* * *
¿Se preguntan los jóvenes católicos acerca de su vocación? Y si lo hacen, ¿por qué son tan pocos los que responden? Seguramente no es porque Dios no quiera proveer de ministros a su Iglesia.
Sabemos que la principal causa de la pobre respuesta al llamado de Dios es la falta de oración. Por un lado, la oración en cada comunidad. Jesús nos dijo que rogásemos al Dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. Seguramente no estamos rogando bastante. Por otro lado, no enseñamos suficientemente a orar a los niños, que luego serán jóvenes y adultos sin el hábito de la oración. Y sin diálogo personal con Dios todo se complica.
Además de la falta de oración, y entre otras causas varias de la escasez de sacerdotes, encuentro un factor que afecta directamente a la pregunta inicial por la vocación. Muchos de nuestros jóvenes piensan que para estar llamados al sacerdocio se ha de tener una aptitud natural para vivir célibes, y el descubrir en sí mismos la natural inclinación al matrimonio basta para determinar el estado de vida.
Dicho desde otra perspectiva, el celibato ha pasado a ocupar el centro de la pregunta vocacional, o se ha convertido en el motivo por el que frecuentemente los jóvenes descartan a priori la posibilidad de ser llamados al ministerio sacerdotal.
En las últimas décadas se ha operado en la mente de los jóvenes una suerte de devaluación del sacerdocio, presentándolo con una fuerte carga negativa: los sacerdotes no pueden casarse. A esto se suman los conocidos reduccionismos que hacen ver al sacerdote como un simple agente social.
ALMUDÍ
LEER MÁS
No hay comentarios:
Publicar un comentario