La selección española conquistó ayer el Campeonato del Mundo de fútbol al ganar en la final al equipo holandés. Se trata del mayor éxito en la historia del fútbol español, un título que, sumado a otros triunfos no menos relevantes, sitúa a España en la vanguardia de los grandes deportes mundiales, como baloncesto, tenis, ciclismo o motor. El resultado obtenido por el conjunto de Vicente del Bosque no ha sido fruto de la suerte en el cruce de eliminatorias, o de una circunstancia meramente coyuntural: arrancó con la Eurocopa de 2008, cuando Luis Aragonés armó un equipo sólido, con jugadores jóvenes e inigualables en sus demarcaciones, y ha culminado en el Mundial de Sudáfrica, doctorándose con Vicente del Bosque en la más importante competición deportiva, después de los Juegos Olímpicos.
Hace tiempo que se agotaron los adjetivos para calificar a un conjunto de deportistas que dan ejemplo por sus resultados, pero principalmente por sus virtudes como equipo. Se ha dicho que son solidarios entre ellos, amigos que confían unos en otros, profesionales que saben lo que tienen que hacer. Entonces su éxito se entiende mucho mejor. Este extraordinario factor humano ha sido dirigido con inteligencia y mano izquierda. La selección española lleva años acreditando que su buen juego responde a una buena planificación, a la elección de los mejores, a la subordinación del individualismo al bien general, al seguimiento de unos excelentes directores y al compromiso colectivo con unos objetivos que ayer, de forma espectacular, fueron coronados con el Mundial 2010.
Durante estas semanas, las victorias de la selección española y la progresión de su juego desde la derrota ante Suiza han servido para establecer paralelismos entre la buena gestión del combinado nacional y el estado general de España. Es una reacción inevitable, porque, en un momento de crisis, la selección española regala unas horas de euforia y autoestima para los que no hay muchos motivos antes y después de cada partido. Sin embargo, y siendo legítimo preguntarse por qué España no funciona como la selección, por qué sus valores no son los del país en su conjunto, los de su clase política, incluso los de la sociedad, más valdría reconvertir tanto juicio comparativo con el Gobierno en un mensaje para los ciudadanos. Porque el mensaje de la solidaridad, del trabajo en equipo, de la sana ambición, de las ideas claras, incumbe principalmente a la sociedad española. La selección es una metáfora de lo que España puede llegar a ser, siempre que estemos dispuestos a aplicar los mismos criterios que han fundamentado los éxitos del combinado nacional. Sería bueno que el entusiasmo colectivo por la selección fuera un estímulo para la sociedad española ante las dificultades del momento e incluso un motivo para exigir que nuestro país se parezca y trabaje como ese grupo de jóvenes —incluidos los Gasol, Nadal, Pedrosa, Alonso, Contador...— que están obligando a todo el mundo, en sentido literal, a hablar de España con admiración.
POR si fuera poco el efecto ejemplarizante, los éxitos de la selección han quitado el velo que tapaba el deseo de expresar algo tan elemental como el orgullo de ser españoles. Nada más erróneo que transformar este sentimiento en una suerte de nacionalismo español oponible a los nacionalismos periféricos. Pero tampoco sería razonable que este tiempo de exhibición de banderas y colores nacionales quedara clausurado a partir de mañana, como si realmente la roja y amarilla fuera la bandera de la selección y no de España. Se trataría de recuperar un patriotismo positivo y constructivo, que es imposible si los ciudadanos se avergüenzan de su bandera, como símbolo de la unión nacional y de su identidad española. Esta explosión cívica de españolidad debería ser bien entendida por la sociedad como un valor enriquecedor, en un momento en que España necesita bases firmes para una recuperación que no solo es económica. Y también debería ser interpretada correctamente por la clase política, a derecha e izquierda, como la exhibición de una España que si no da más la cara, es decir, si no se muestra más a menudo con esta alegría, esta autoestima y esta convicción, se debe a que no tiene los liderazgos que merece.
Hemos tenido que esperar a un Mundial de fútbol para que se genere un estado de ánimo frente a la adversidad, un sentimiento de patriotismo integrador. Pues sí, ha tenido que ser la selección de fútbol la que enseñe a los españoles que, como Nación, no hay más límites que los que se imponga a sí misma.
ABC
¡Pues sí, Juan Ramón! Estoy totalmente de acuerdo en todo lo que comentas en este artículo.
ResponderEliminarSobre éste "estado de ánimo" del que hablas, me vienen ahora a la cabeza cantidad de títulos de películas que hablan del espíritu de superación de unos deportistas ante la adversidad, pero me detendría en tres como "Rocky Balboa", "Invincible" o "Miracle" cuya adversidad está marcada, como telón de fondo, por el final de la guerra del Vietnam, la guerra fría, crisis y recesión económica y falta de esperanza por la que pasó la nación norteamericana a finales de los 70 y principios de los 80 bajo la presidencia de Jimmy Carter.
Rocky Balboa, boxeador (interpretado por Silvester Stallone) y Vincent Papale, juagador de fútbol americano (interpretado por Mark Wahlberg) fueron deportistas contemporáneos, ambos de la misma ciudad de Filadelfia en el estado de Pennsylvania. Estos deportistas ayudaron, levantaron el ánimo y la esperanza, con sus logros, a la ciudad de Filadelfia que se iba sumiendo en las más triste desesperanza por la crisis laboral que atizaba en aquellos años. En la historia de Rocky no me detendré pues ya es archiconocida, pero Vicent Papale, con más de treinta años (pues estaba por encima de la edad promedia de los jugadores profesionales y nunca había pertenecido a un equipo de fútbol americano), consiguió realizar su sueño: ingresó en los Eagles de Filadelfia (NFL) y llevó a su equipo a lo más alto. Por último, en la película “Miracle”, el equipo americano de hockey sobre hielo, representado por unos chavales universitarios y entrenados por (Kurt Russel) consiguen derrotar a la Unión Soviética, después de 15 años de imbatibilidad, en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980, en plena guerra fría y en un momento en el que los americanos necesitaban creer en ellos mismos.
Por eso, ganar un mundial de fútbol significa mucho más de lo que parece, como bien ha escrito Juan Ramón. Significa, sentirse orgulloso de lo que han hecho unos deportistas por tu país y por la afición (que somos todos los españoles). Ganar el mundial nos ha levantado el ánimo, nos ha hecho creer más en los jóvenes españoles de hoy, que con capacidad de esfuerzo y superación somos capaces de hacer cualquier cosa que nos propongamos, nos ha dado un rayito de esperanza y alegría en estos momentos duros que atravesamos. Por último, ganar el mundial, nos ha dado la oportunidad de llevar los colores de España en nuestro rostro, en las camisetas y todo tipo de prendas, de ondear la bandera española sin ningún tipo de vergüenza o rubor de que nos tilden y tachen de fachas y nos ha unido a todos en el momento en que más lo necesitamos.
JM MIRA (Realizador de TV)
Muy bueno Juan Ramón, y qué pena que no se pueda extrapolar el éxito de la selección a la tan maltrecha economía. Desde luego hacen falta nuevas ideas. No solo es que el gasto público sea austero sino que no se despilfarre.
ResponderEliminarEs la primera vez en esta etapa democrática que todos los españoles no hemos sentido uno, y eso es importante para encarar con perspectiva el futuro, y poder salir de este atolladero en que nos encontramos.
Un abrazo hermano.