jueves, 11 de noviembre de 2010

EL BUENISMO SUICIDA

    Este neologismo viene asimilándose a una determinada manera de gobernar desde políticas de buen talante, condescendientes, de apaciguamiento como fin en sí mismo. En definitiva, débiles. Poner la otra mejilla al recibir una bofetada es cristiano pero nada aconsejable a la hora de gobernar a los pueblos. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial algunos países que luego fueron aliados ejercieron con el régimen nazi un buenismo avant la lettre. El mundo sufrió el resultado. Churchill fue una de las pocas voces que anunciaron la inutilidad del buen rollito. En España la quintaesencia del buenismo tiene a Zapatero como portaestandarte. Su política exterior, desde la Alianza de Civilizaciones al frustrado intento de cambiar la Posición Común de la Unión Europea respecto a Cuba, es buenismo. Y su política interna está impregnada también de ese buenismo.

    Este dogma ideológico buenismo considera que la mano tendida soluciona los conflictos, pero es falso. La debilidad de una parte fortalece y amplía las demandas de la otra. Todos no somos justos y benéficos aunque lo proclamase bondadosamente la Constitución de Cádiz.

    Elena Valenciano, la voz del PSOE en política exterior, declaró que el buenismo es su “apuesta de futuro”, y Moratinos se mostró encantado de que los socialistas tuviesen por esos mundos fama de ser “tan buenos”. Pero es un espejismo. La fama del Gobierno no es de bueno sino de débil. Igual que es un espejismo creer que hay unos terroristas mejores que otros. Abrir diálogo con el terrorismo es otro error buenista. Compartí durante dos años tertulia semanal en la SER con Ernest Lluch, una gran persona, y le escuché muchas veces defender con ahínco el diálogo para salir de la violencia. Era puro buenismo. Acabó recibiendo un tiro en la nuca como ejemplo de diálogo.

    Creer a pie juntillas que el diálogo y el buen talante todo lo arreglan es una ingenuidad que no se puede permitir un político con responsabilidad de gobierno. El diálogo es un medio pero no un fin y, en todo caso, tiene sus límites. Hay asuntos sobre los que no se debe dialogar y también hay interlocutores imposibles. La España de Zapatero, en la vía del apaciguamiento, ha hecho repetidamente el ridículo. El colmo es que ha recibido bofetadas incluso del Gobierno colonial de Gibraltar porque el buenismo de Zapatero decidió encuentros a tres bandas: España, Gran Bretaña y Gibraltar, de igual a igual, rompiendo una política española que no se había interrumpido con régimen alguno desde 1704.

Juan Van-Halen, (LA GACETA)
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