viernes, 5 de noviembre de 2010

Ratzinger, padre de la Iglesia

   Buen artículo del cardenal Herranz en el ABC de hoy en vísperas del viaje del Papa a España.

   «Las particulares circunstancias actuales de la Iglesia y del mundo y las características de la persona y la obra de Benedicto XVI lo emparentan, en la doble dimensión intelectual y pastoral, con los Padres de la Iglesia antigua, que por su rica doctrina y acción de gobierno interpretaron con especial clarividencia los signos de su tiempo»

  EL Papa peregrina a Santiago de Compostela. Benedicto XVI manifiesta también con este viaje su sintonía espiritual con el Apóstol: «De Santiago el Mayor podemos aprender muchas cosas: la rapidez en acoger la llamada del Señor, también cuando nos pide abandonar la “barca” de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo siguiendo a Cristo por los caminos que Él nos indica, la disponibilidad para testimoniarlo con valentía». (Discurso, 21-VI-2006).

   Son rasgos apostólicos que resumen bien el ministerio pastoral de este moderno Padre de la Iglesia —me atrevo a calificarlo así— que se llama Joseph Ratzinger. Porque las particulares circunstancias actuales de la Iglesia y del mundo y las características de la persona y la obra de Benedicto XVI lo emparentan, en la doble dimensión intelectual y pastoral, con los Padres de la Iglesia antigua (Basilio, Atanasio, Agustín...), que por su rica doctrina y acción de gobierno interpretaron con especial clarividencia los signos de su tiempo y contribuyeron decisivamente a salvar la fe ortodoxa, la armonía entre razón y fe y los valores de la civilización. En este sentido me gustaría comentar tres grandes desafíos pastorales en el camino del Papa Ratzinger.
   El primero se refiere a la interpretación del Concilio Vaticano IIy a la llamada «crisis postconciliar». Fue un periodo de dramática confusión en amplios sectores eclesiales: tendencias a «actualizar» la teología marginando la divinidad de Cristo, interpretación temporalista del mensaje evangélico de salvación con reducción socio-política de la misión de la Iglesia, replanteamiento laicista de la identidad sacerdotal con mundanización de su estilo de vida y tremenda hemorragia de defecciones, experimentalismo litúrgico frecuentemente anárquico y desacralizador, etcétera. Por reacción, otros grupos se aferraban a un tradicionalismo reductivo de la verdadera Tradición cristiana, incluso en oposición a Roma.
   A esas dos posiciones contrapuestas se opuso y se opone decididamente Joseph Ratzinger, primero como Cardenal en 1985 con el famoso «Informe sobre la Fe» justamente calificado de «histórica denuncia profética», y ahora como Papa celoso tutor de la unidad de la fe y de la comunión. «Nadie puede negar —nos dijo a la Curia romana en las Navidades de 2005—, que en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil». Y citando unas palabras de san Basilio sobre el post-Concilio de Nicea, precisó: «Por una parte existe una interpretación que se podría llamar hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura (...) Por otra está la hermenéutica de la reforma, de la renovación dentro de la continuidad».

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