Me preocupa el nivel de crispación y la capacidad de insulto que está alcanzando la vida pública española. Ciertamente, no es un problema religioso, pero hunde sus raíces en el sentido de la dignidad humana y del respeto a la libertad y la buena fama de los demás, sean o no adversarios.
Se acercan consultas electorales, y es lógico que se afilen las armas. Solía decirse que, en las guerras, la primera baja es la verdad. En las contiendas electorales hispanas en general, en las batallas políticas tampoco brilla a gran altura la veracidad.
Ese tono agrio, compartido por demasiados, permite la pervivencia de situaciones que no se mantendrían en esa cultura democrática anglosajona que aquí se desprecia tachándola de puritanismo, cuando debería ser envidiada. En esos países del norte, primero se dimite, y luego vienen los procesos políticos dentro y fuera de los partidos. En España falla de raíz la democracia interna de las formaciones políticas.
Me admiran estos días los debates sobre transfuguismo. Recuerdan aquellas peleas infantiles del “da tú”… Y como no se cumplen los pactos, quieren imponerlo por ley votada en Cortes. Hasta podría acabar en el Código penal… Pero, con la lentitud de la justicia, ¿qué más da? Porque, al cabo, una norma no puede preverlo todo, menos aún si falta voluntad ética en los ciudadanos y en sus dirigentes.
Sopesando pros y contras, mi personal balanza se inclina a favor del transfuguismo, aunque sólo sea como espita de liberación de la asfixiante partitocracia, que está castrando la democracia española. Envidio las votaciones de los Comunes en el Reino Unido o del Congreso de EEUU, e incluso de la Asamblea Nacional francesa, en las que hay continuos trasvases, y nadie se escandaliza.
La corrupción, especialmente en el plano municipal, puede y debe atajarse con otros enfoques. El más importante, a mi juicio, es la fuerza expansiva de la cultura de la dimisión. Líderes, militantes y ciudadanos deberíamos quizá concordar que dimitir no equivale a aceptar responsabilidades jurídicas, porque también los profesionales de la vida pública tienen derecho a la presunción de inocencia. Pero sólo después de presentar la dimisión y de evitar tantos espectáculos grotescos.
SALVADOR BERNAL
SALVADOR BERNAL
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