miércoles, 19 de mayo de 2010

LA ALEGRÍA DE VIVIR

          No parecen tiempos propicios para hablar de alegría. Si nos asomamos al panorama de la última ley del aborto —aunque se le llame de modo que suene a saludable—, es para llorar. Si nos fijamos en el número de personas sin trabajo, es sencillamente alarmante. 
 
          Otros parámetros económicos no parecen mejores. Tampoco es como para tirar cohetes la vista que ofrecen algunos cristianos de fe incoherente, y no me refiero a los errores que todos tenemos, sino a la pertinacia en afirmaciones que sitúan fuera de la comunión eclesial a sus Almudi.org - Pablo Cabellos Llorentemismos afirmantes, cuya conciencia cristiana es, cuando menos, más que de dudosa fiabilidad; las pederastias... En fin, no voy a continuar por este camino porque, sería como para decirme: alegría, ¿de qué?

          Precisamente, trato de llegar a una alegría más honda, no enraizada en la posesión de bienes, ni en el goce de placeres ilimitados y fuera de madre, ni en el poder, ni siquiera en esa autonomía de la conciencia que parecería hacernos más libres, aun a costa de un encallecimiento epidérmico tipo piel de elefante. 

          A veces, quizás se busca deliberadamente el callo, es decir, la narcotización de las gentes, a fin de que piensen lo menos posible. Nos creemos en la era de la razón y nunca ha sido más palpable la sinrazón. Y, no obstante, hay motivos para estar alegres. 

          En una especie de libro de cabecera que tengo ("Fundamentos de Antropología"), Ricardo Yepes Storck escribió que la alegría nace de la aceptación del ser amado. Amar es alegrarse. Tal vez por eso, la alegría tiene tanto que ver con la capacidad de servir. Hace años, leí unas palabras de Tagore citadas por otro autor: "Yo dormía y soñé que la vida era alegría. Me desperté y vi que la vida era servicio. Serví y comprendí que el servicio era la alegría".

          Desde una perspectiva cristiana, había oído reiterar —y, sobre todo, vivir— al fundador del Opus Dei unas frases que llegué a aprender de memoria e identifiqué después en un punto de Forja: "Darse sinceramente a los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría"


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