Como se ha visto en las multitudinarias manifestaciones en Francia, no todos los homosexuales quieren definir su unión amorosa como «matrimonio». Unos, porque «pasan» de calificarse al modo tradicional y consideran su unión otra cosa. Son los que dicen: no hemos dado la batalla social para ahora «casarnos».
Los otros, porque valoran la importancia de tener una madre y un padre y no quieren privar a los niños de ello. El debate se ha reavivado después de la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos aboliendo el blindaje del matrimonio heterosexual que había establecido Bill Clinton.
Dicen esos jueces que es inconstitucional restringir el matrimonio a los heteros y que cada estado es libre de regular la cuestión como quiera. Independientemente de nuestra orientación sexual, somos muchos y muchas los que consideramos que uno de los grandes regalos de la vida es la divertida y creativa diferencia entre varones y mujeres y su influencia en la crianza de los hijos. ¿Qué pasa, que un homosexual partidario de la familia tradicional, de la definición del matrimonio como la unión de hombre y mujer, es homófobo? No hay absurdo mayor. Es sabida la dificultad que entraña criar a los hijos en soledad, seas hombre o mujer.