Al igual que un buen conocedor, contemplando y examinando una obra de arte, es capaz, por la técnica y por el estilo, de determinar quién es el artista; así también hay un rastro, unos indicios que permiten conocer al Hacedor de nuestro mundo y de nosotros mismos
“Me faltan las palabras...”. Es frecuente que nuestro pensamiento vaya más allá y más deprisa que nuestro hablar. Al fin y al cabo las palabras no son más que signos convencionales y toscos de nuestras ideas, que son mucho más ricas.
Y cuanto más elevado sea el pensamiento, más difícil nos resulta expresarlo adecuadamente. Sin embargo sentimos la acuciante necesidad de expresar y comunicar nuestras ideas a los demás. Con perseverancia de muchos siglos “la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres.