«Cuando hay un por qué vivir, se soporta cualquier cómo»
Viktor Emil Frankl, nació en Viena, el 26 de marzo de 1905, en el seno de una tradicional familia judía. Su padre, hebreo liberal, pero a la vez observante, con un característico sentido estricto de la justicia, del que heredó la racionalidad y el perfeccionismo, y su madre, en contraposición, mujer dulce y de buen corazón, de la que heredó su gran emotividad.
Desde muy pronto, el joven Viktor comienza a destacar por su precocidad intelectual. Con 15 años ya era un apasionado de la psicología experimental y el hipnotismo. Por esas mismas fechas, comienza una relación epistolar con Sigmund Freud que se prolongará durante varios años, y que culminó en 1924, cuando con 19 años publica su primer trabajo «Sobre el origen de la mímica de la afirmación y de la negación», en la Revista Internacional de Psicoanálisis («InternationaleZeitschrift für Psychoanalyse»), dirigida por el propio Freud.
Por entonces, ya había comenzado los estudios de Medicina, que concluirá en 1930. Durante estos años, se ha producido un cambio en la trayectoria del joven Frankl, rompiendo con la corriente psicoanalítica de Freud dominante hasta entonces, y conectando con la incipiente Psicología Individual, liderada por Alfred Aller, y en cuya «Revista Internacional de Psicología Individual» publica en 1925 su ensayo «Psicoterapia y visión del mundo». Esta nueva etapa en su vida dura de nuevo poco tiempo, pues muy pronto cae bajo la influencia de Oswald Schwarz (cofundador de la medicina psicosomática y de la antropología médica en la zona de lengua alemana) y de Rudolf Allers (católico, tomista, y uno de los mayores críticos de la teoría freudiana). Por último, profundiza en la fenomenología de Max Scheler, y en los escritos de Sócrates, Santo Tomás de Aquino y Martin Heidegger, sobre los que construirá su propia teoría, dotada de serios fundamentos filosóficos, en los que integra metafísica y fenomenología.
En 1936 se especializa en Neurología y Psiquiatría por la Universidad de Viena. Pasa cuatro años trabajando en el manicomio vienés «Steinhof» donde tuvo un estrecho y masivo contacto con pacientes con ideación autolítica, que le influyó en la maduración de su sistema eidético. En 1942 renunció al visado ofrecido por las autoridades, y fue deportado junto con su primera esposa, sus padres y sus hermanos a un Theresienstadt. Durante tres años estuvo recluido en cuatro campos de concentración (Auschwitz y Dachau entre otros); esta experiencia, agravada por el holocausto de todos sus familiares, entre ellos su primera esposa, supuso una vivencia humana decisiva, tanto para la maduración de su cuerpo doctrinal, como para sellar de manera indeleble su sentido trascendente de la vida. Más tarde contraería segundo matrimonio con la que sería su mujer hasta el final de sus días y madre de sus hijos.
En 1945, a los pocos días de ser liberado, escribe Ein Psycholog erlebt das Konzentrationslager (Un psicólogo en los campos de concentración), una de sus obras más leídas, donde hace un relato sereno y ponderado de su increíble odisea. Más tarde, ocupa la dirección del Departamento de Neurología del Hospital Policlínico de Viena, en cuya universidad dictó clases hasta los 85 años de edad. En 1949 hace el doctorado en Filosofía con su libro Der unbedingte Gott. Poco a poco, su fama se va extendiendo por todo el mundo, y tanto su análisis existencial como su método terapéutico (logoterapia), se convierten en doctrina común para la mayoría de sus colegas contemporáneos.
Los que lo conocieron hablan de él como de una persona franca, vital, con un optimismo contagioso, entrañable, riguroso en sus investigaciones, estudioso infatigable y abierto a nuevos descubrimientos, amable conversador a la vez que agudo polemista si era el caso, enamorado de su familia y alpinista apasionado.
Hasta el día de su muerte, el 2 de septiembre de 1997, desarrollará una labor asistencial y docente infatigable, siendo nombrado profesor de las universidades americanas de Harvard, Stanford, Pittsburg y Dallas; creando una cátedra de Logoterapia para él en la Universidad de San Diego (California), recibiendo casi una treintena de doctorados honoris causa y escribiendo 32 libros, traducidos a 26 idiomas, y de los que se han vendido varios millones de ejemplares
Entre sus libros más divulgados destacan Ante el vacío existencial (Das Leiden am sinnlosen Leben, 1977), Logoterapia y análisis existencial (Logotherapie und Existenzanaylse, 1987), La presencia ignorada de Dios (Der unbewusste Gott, 1948), La psicoterapia al alcance de todos (Psychotherapiefür den Alltag, 1971), y La voluntad de sentido (Der Wille zum Sinn, 1972).
El análisis de la existencia que hace Frankl, se apoya no sólo sobre el método fenomenológico de meditar la realidad en su mismidad, ni sólo en el terreno de las ciencias naturales, ni tampoco solamente –que es mucho en el clima psiquiátrico actual- en sólidos conocimientos de antropología filosófica, sino también partiendo de una prolongada y extrema experiencia del dolor y de la enfermedad.
Todo esto le lleva al reconocimiento de la dimensión espiritual del hombre, considerado como ser libre y responsable, condicionado pero no determinado. Para Frankl, el hombre no es un ser que está dominado por su instinto de placer (Lustprinzip de Freud), ni por su voluntad de hacerse valer (Geltungsstreben de Adler), sino dirigido por una voluntad de significado (Wille zum Sinn), es decir, por la necesidad de encontrar un sentido a la propia vida. Supera pues el reduccionismo, el mecanicismo y el psicologismo que le precedieron, a favor de una verdadera humanización de la psicología y de la psiquiatría.
Según Frankl, la motivación primaria del hombre es la voluntad de sentido. Es decir, la persona no se mueve por impulsos, empujando desde «detrás»; su motor está «delante», en la meta intelectualmente conocida y libremente aceptada. Para descubrir el sentido de la propia vida (entendido éste no sólo como dirección, sino sobre todo como contenido), el hombre necesita tres experiencias principales: el amor a una persona, el servicio a un ideal y el enfrentarse al sufrimiento inevitable. El mirarse a uno mismo -aislamiento egótico-, la concepción de la vida basada en el éxito y el hedonismo, y la humildad del dolor son fuente de neuroticismo. El fin de una vida, la felicidad, la higiene mental, no dependen por tanto, de las circunstancias externas por muy estresantes que estas sean, sino de la aprehensión por parte de la persona del sentido de su vida: «Cuando hay un por qué vivir, se soporta cualquier cómo», sentenciaba parafraseando a Nietzsche.
Para ayudar a sus pacientes a encontrar sentido a la vida, no dudaba en apoyarse en la dimensión trascendente de la persona. En alguna ocasión, ante la pregunta de qué valores habría que promover para combatir el vacío existencial, respondía: los Diez Mandamientos; «Cuando la gente vuelve la espalda a Dios, se llega al desprecio de la vida». Frankl levanta el muro contra el que se estrellan todas las formas del «modernismo» (racionalista) y del «postmodernismo» (anti-racionalista). Cree en la trascendencia de la persona: vivimos todos para servir y amar, todos tenemos siempre personas y valores a los que dedicamos, superando el aislamiento individualista. Y en el horizonte aparece Dios, máximamente Persona, como último sentido de la Creación, de la trascendencia de la persona y de la consistencia de los verdaderos valores.
Para Freud, el origen de las neurosis está en un impulso reprimido que se manifiesta en la conciencia del paciente de forma disfrazada, bajo la máscara de una obsesión determinada, y que ese impulso está siempre en relación con la vida sexual. En cambio, para Adler será una sobrecompensación errónea de un sentimiento de inferioridad profunda –que todos tenemos en mayor o menor medida-, la causante de esta patología psiquiátrica.
Frankl, supera estas «psicologías de las profundidades», con su «psicología de las alturas», y sostiene quelas neurosis pueden tener un origen somático o psíquico. Estas últimas, también denominadas por él «neurosis noógenas», están causadas por la carencia del sentido de la vida, o dicho con sus propias palabras, por el «vacío existencial». Estas neurosis, tendrían su tratamiento en el descubrimiento de los valores que dan el sentido a la vida, y que se resumen en valores creativos, de experiencia, de simple actitud y de capacidad de convertir el dolor en una «prestación» (Leistung). Con este fin, propone la Logoterapia, llamada así por él desde 1921, que se perfila definitivamente en 1929, y se completa en 1933 con su «análisis existencial».
Es lógico que, como todo innovador y destructor de ídolos, Frankl ha tenido detracto res, falsos discípulos e incluso calumniadores. Pero también es verdad que, después de Freud y completamente ajeno al dogmatismo de éste, no ha habido en nuestro siglo una voz seguida con más entusiasmo como la suya, ni otra escuela psiquiátrica que cuente hoy con más filiales en todo el mundo como la logoterapia.
Viktor Frankl murió en su casa vienesa a los 92 años de edad. Dos días después, según costumbre judía, recibía sepultura. La ceguera que padeció en la recta final de su vida, no le impidió continuar trabajando hasta el final. Su misma vida, fue un claro ejemplo de su doctrina: una búsqueda de la verdad, desde el respeto a la intimidad y libertad de las personas, superando el reduccionismo científico-natural vigente, y trascendiéndolo, hasta encontrar en Dios el verdadero y último sentido de la vida.
Javier Schatter, en revistas.unav.edu/
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