Respondiendo a la inquietud planteada por estas palabras del Beato Juan Pablo II, un equipo del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia (sede Roma) preparó, con ocasión de la próxima Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar entre los días 16 y 21 de agosto en Madrid, un vademécum de 30 preguntas habituales entre los jóvenes con relación al tema del amor, acompañadas de sus respectivas respuestas.
Si eres joven y el tema te inquieta, léelas e invita a tus amigos a leerlas.
Si eres padre de familia o abuelo, coméntalas con tus hijos o nietos.
Si eres profesor, ofrécelas a tus alumnos.
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Índice de preguntas
1. El amor, ¿vive en el mundo real o el de los sueños?
2. ¿Por qué el amor nos atrae tanto?
3. ¿El amor es siempre igual, siempre verdadero, o hay también amores falsos?
4. ¿Existen distintos tipos de amores?
5. El amor, ¿es algo que se encuentra, o hay que aprenderlo?
6. ¿El amor es algo espiritual o se vive y expresa gracias a nuestro cuerpo?
7. ¿Es verdad que nuestro cuerpo está hecho a imagen de Dios?
8. ¿El hombre y la mujer son en verdad diferentes, en qué consiste su distinción?
9. El sexo, ¿es algo corpóreo o espiritual?
10. ¿Cómo comportarse cuando se experimenta la atracción hacia alguien?
11. En mi cuerpo siento una llamada a amar: ¿cómo puedo responder a ella?
12. El pudor que experimento ante la sexualidad, ¿no es acaso una limitación que hay que superar?
13. Si el sexo es un impulso natural, ¿por qué hay tantas normas que lo prohíben?
14. ¿Por qué la masturbación es un pecado, si no hago mal a nadie?
15. ¿Cómo debe comportarse quien siente una inclinación sexual ante una persona del mismo sexo?
16 ¿El amor es exclusivo, o podemos enamorarnos de dos personas al mismo tiempo?
17. Si el sexo es algo bueno, ¿por qué en la Iglesia hay gente que no se casa y consagra su virginidad a Dios?
18. ¿No es excesivo un amor para siempre?
19. Si estamos sinceramente enamorados, ¿por qué no entregarnos sexualmente antes del matrimonio?
20. ¿No impone el matrimonio demasiadas normas y responsabilidades, todas a la vez?
21. Si el amor entre el hombre y la mujer es algo natural, ¿por qué hace falta casarse por la Iglesia con un sacramento?
22. ¿Por qué dos esposos que se dan cuenta de que se han equivocado no pueden divorciarse?
23. ¿Es posible considerar modelos de familia diversos del “tradicional”?
24. Si el amor humano es en sí algo tan bueno, ¿por qué no basta un matrimonio civil?
25. ¿Existe un momento justo para tener hijos y un momento en el que conviene cerrarse a la posibilidad de la procreación?
26. ¿Por qué debemos estar abiertos a la procreación?
27. ¿Por qué no acudir a los distintos anticonceptivos? Las técnicas de planificación natural de la fertilidad, ¿no son acaso unos anticonceptivos permitidos?
28. El aborto, ¿no puede ser considerado en algunos casos límite, un mal menor?
29. Si no se tienen hijos y se desean mucho, ¿por qué no recurrir a las técnicas de reproducción asistida?
30. Si el amor es cosa de dos, ¿por qué, para casarnos, es necesario una celebración pública?
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1. El amor, ¿vive en el mundo real o el de los sueños?
“Mantente despierto, la vida es breve” decía el anuncio de una marca de café. Nos recordaba así que muchas veces vivimos nuestra vida como si durmiésemos, como quien está soñando. Por muy vivos que sean los sueños nunca podrán sustituir la realidad. Por muy bellos o agradables que sean, son solo una construcción nuestra: no tiene un origen, y sobre todo, no tienen una meta, no tienen destino. Para vivir de verdad, para vivir en la realidad, es necesario estar despiertos, como dice el anuncio. Es necesario aceptar que vivimos en un mundo con personas reales que pueden enriquecernos o defraudarnos, porque no las creamos nosotros. Es decir, para despertar a la vida, es necesario despertar al amor. Solo se despierta quien ama. El amor evita que confundamos la vida con un sueño. Este es el mundo real, el de las personas que están a nuestro lado, con una existencia que es siempre más grande que nuestros deseos o que las ideas que nos hacemos de ellas. El amor hace surgir un horizonte que no se desvanece de golpe, como el de los sueños, sino que se ensancha siempre hacia la meta, hacia un destino lejano y maravilloso. La vida es breve... ¡despierta al amor!
2. ¿Por qué el amor nos atrae tanto?
“Hoy la tierra y los cielos me sonríen / hoy llega al fondo de mi alma el sol. / Hoy la he visto..., / la he visto y me ha mirado... / ¡Hoy creo en Dios!”. Así decía un poeta español, queriendo describir sus sensaciones de enamorado. También a él, como a todos, el amor le cambiaba la vida, le llenaba de un entusiasmo inesperado e incontenible, hasta parecerle sobrenatural, incluso divino. Esta es la fuerza del amor: eleva al que ama más allá de sus expectativas, le abre nuevos horizontes e infinitas posibilidades. Es tan grande la alegría que da el amor, que quien lo experimenta corre un peligro: creer que ha llegado ya a la meta. El enamorado queda tan sorprendido de la luz que ha inundado su vida que no hace otra cosa que contemplarla. Al igual que le sucede a un caminante que, tras haber avanzado por senderos oscuros, se encuentra ante una llanura maravillosa e interminable y, en vez de atravesarla, se parase a contemplar la nueva visión. Cuando un enamorado se comporta así, su amor acaba por agotarse, pronto cansa o aburre. El amor nos fascina porque contiene una promesa de belleza, algo tan grande que deseamos poseerlo inmediatamente, en un instante. Pero esto no es posible. El amor nos invita a caminar a lo largo de su sendero, un sendero nuevo que podemos construir solo paso a paso. Si no aceptamos la invitación que nos hace el amor, si nos olvidamos que es una promesa de belleza y no una cosa ya hecha, rápidamente acabará por desilusionarnos. “La felicidad no se compra. Se construye” decía el eslogan de otra campaña publicitaria. Lo mismo pasa con el amor.
3. ¿El amor es siempre igual, siempre verdadero, o hay también amores falsos?
El amor contiene una promesa de felicidad: para vivirlo es preciso aceptar con confianza la promesa que nos hace. Quien confía solo en las propias seguridades porque no quiere cometer errores, ese no cree en el amor, jamás podrá amar. El amor es algo que no nos pertenece, que no depende de nosotros. Es necesario confiarse al amor, abrirse a él, dejarse conducir por él. No importa que hayamos tenido malas experiencias. El amor no es el sentimiento débil y fugaz que algunos nos describen. El amor es más bien la fuerza que nos acompaña desde el inicio de nuestra vida; que existía antes de que viniésemos al mundo, en el abrazo de nuestros padres; que ha sostenido nuestros primeros pasos. Y entonces decimos: Sí, es posible creer en el amor, porque el amor ha venido a mí primero. Dale crédito al amor: el amor ya te ha dado crédito a ti. De este modo la apertura al amor no es un salto en el vacío. Todo amor tiene siempre una meta. Si no la tiene, entonces gira en redondo y se pierde en instantes fugaces, incapaz de seguir un sendero que conduzca hacia el horizonte lejano. Cuando no tiene meta, el amor deja de ser amor. ¿Cuál es nuestra ruta y nuestra brújula para creer en el amor? ¿Cómo distinguir el amor verdadero del falso? Pregúntate si tu amor tiene meta o si das vueltas en círculo. Pregúntate si tu amor construye algo o si es un amor-burbuja, en que dos amantes se limitan a mirarse embelesados el uno al otro... Pregúntate si tu amor te hace crecer y madurar... si te promete y abre un camino. “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16), dice la Biblia. Conocer a Jesús y tener fe en Él, es creer en su amor, porque su amor te ha encontrado ya a ti. Es experimentar su fuerza y saber que, con este amor, se puede llegar al final.
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ALMUDÍ
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