Las raíces, los cimientos y las alas que permiten al Espíritu Santo hacer su obra en cada cristiano y en la historia de la salvación se han mostrado en la JMJ
Como se escribió con motivo de la JMJ de 2011, la sombra de Pedro ha pasado por Madrid. Los grandes eventos históricos no permiten simplificaciones.
Por eso cabe mirar la visita del Papa a España desde diversas perspectivas. Una de ellas es la perfilada por él mismo durante el vuelo Roma-Madrid: «Para muchas personas será el inicio de una amistad con Dios y con los demás, de una universalidad de pensamiento, de una responsabilidad común que realmente muestra que estos días dan fruto» (Rueda de prensa, 18-VIII-2011). Amistad, universalidad y responsabilidad pueden verse como telón de fondo de estos días irrepetibles.
Primero, la amistad, que surge espontánea de la "visibilidad" de la fe, que los jóvenes comprueban. Se han ido preparando con ese «ponerse en camino hacia los demás y, juntos, hacia Dios». Luego han dado la bienvenida al Papa (Cibeles) y él les ha dicho que sólo en Cristo y en sus palabras están las raíces y la roca fuerte para cimentar el sentido de la vida. Les anima a escucharle en la oración, a vivir las Bienaventuranzas, a buscar con Dios la felicidad y la alegría, la prudencia y la sabiduría, no como «muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos». Les pone metas altas: «No os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo», porque en Él está la salvación y la esperanza (Homilía en la Misa de clausura, 21-VIII-2011).
La amistad tiene entre otros nombres: intimidad, fidelidad, confianza. Les anima a seguirle de cerca, sobre todo en la Eucaristía y en la Confesión de los pecados, con una amistad íntima, fiándose de Él: «Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone» (Ib.).
Segundo, universalidad. Efectivamente, los jóvenes han comprobado en qué consiste y cómo es la amistad que tiene como motivo a Cristo, y se encuentran con la universalidad, con la red de la fe: «Aquí ven que no están solos, que hay una gran red de fe, una gran comunidad de creyentes del mundo, que es hermoso vivir en esta amistad universal, y de este modo nacen amistades que superan las fronteras de las diferentes culturas, de los diferentes países» (Rueda de prensa, 18-VIII-2011)
Benedicto XVI les asegura que la verdad y la libertad se implican mutuamente, y que arraigados en Cristo, «damos alas a nuestra libertad» (Fiesta de acogida en La Cibeles, 18-VIII-2011). Por la Eucaristía, su «libertad entregada» es fuente de la «libertad redimida» de los hombres (Homilía en La Almudena, 20-VIII-2011).
La universalidad del cristianismo tiene un nombre: Iglesia. En consecuencia, «seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir 'por su cuenta' o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él».
Tercero, responsabilidad de sentirse parte de esa "red" que comunica el mundo con Dios: «El nacimiento de una red universal de amistad que une al mundo con Dios es una importante realidad para el futuro de la humanidad, para la vida de la humanidad de hoy». Responsabilidad que crece mirando la cruz (que no fue un fracaso, sino expresión y don del amor). Y se traduce en la «capacidad de amar y compadecer»: sufrir con los otros, por los otros, por el amor y la justicia (cf. Discurso en el Via Crucis del 19-VIII-2011, y Discurso en la visita al Instituto San José, para jóvenes discapacitados, 20-VIII-2011).
No faltan dificultades (tensiones, injusticias, incertidumbres e incluso persecuciones). «Pero yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor» (Discurso en el aeropuerto de Barajas, 18-VIII-2011).
Por eso espera de ellos «un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias» (Ib.). Este es el camino para que «una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia» (cf. Homilía en la Almudena, 20-VIII-2011).
La voz del sucesor de Pedro les conforta y anima: «Que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra». Y aún añade: «No os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios» (Homilía en la Misa de clausura, 21-VIII-2011). Necesita de los jóvenes profesores universitarios, para que encarnen la fe en su vida y en la inteligencia. Necesita de los ministros ordenados y de las personas consagradas, para que se den generosamente a todos. Necesita de muchos "voluntarios" en todos los ámbitos de la vida ordinaria, al servicio de la misión de la Iglesia, pues «amar es servir y el servicio acrecienta el amor» (Discurso a los voluntarios, 21-VIII-2011).
Amistad, universalidad, responsabilidad; seguimiento de Cristo, amor a la Iglesia, testimonio de la fe y del amor. Por ahí comenzó a concretarse y en esa dirección ha ido desembocando el lema de estos días: "Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe". Ésas son, por tanto, las raíces, los cimientos y las alas que permiten al Espíritu Santo hacer su obra en cada cristiano y en la historia de la salvación.
Una vez más se ha manifestado la gracia que puede «hacer de todos los hombres una sola familia». Y a los jóvenes les corresponde esta tarea: «Con vuestra cercanía y testimonio, ayudad a vuestros amigos y compañeros a descubrir que amar a Cristo es vivir en plenitud» (Discurso de despedida, 21-VIII-2011).
El día después de la JMJ-Madrid-2011 se abre una etapa nueva que va, desde el corazón de cada uno y de la Iglesia, hacia Dios y hacia los demás.
Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra
ReligionConfidencial.com / Almudí
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