Escribe Enrique Rojas: «La vida es la gran maestra, enseña más que muchos libros. La vocación profesional es escrutada y se estudian parcelas de la misma y acontecimientos que nos han sucedido y cómo hemos ido siendo capaces de superar adversidades, contratiempos, rachas malas.
Alrededor de los 50, el ser humano hace como una revisión de vida: balance existencial, arqueo de caja, hacer cuentas con nosotros mismos: haber y debe. Y cada segmento de nuestra travesía rinde cuentas de su vida. Nos vamos de excursión hacia atrás y repasamos los grandes asuntos de nuestra vida.
¡Qué larga y qué corta es la vida! Cuando uno es joven está lleno de posibilidades, pero cuando uno es mayor está lleno de realidades. ¿En qué consiste la crisis de los 50, cuáles son sus principales características? Voy a intentar desgranar sus más destacadas manifestaciones.
En el hombre:
1. Se pasa revista a lo que uno ha hecho con su vida profesional. Este es uno de los grandes argumentos de la vida. Y vemos la distancia que puede haber habido entre lo que uno ha deseado y lo que uno ha conseguido.
Por eso debemos aprender a perdonarnos, a ser condescendientes con nosotros mismos. Se aprende a vivir, viviendo. Venimos a este mundo sin un manual de instrucciones. La vida es la gran maestra, enseña más que muchos libros. La vocación profesional es escrutada y se estudian parcelas de la misma y acontecimientos que nos han sucedido y cómo hemos ido siendo capaces de superar adversidades, contratiempos, rachas malas y un largo etcétera. Y se sacan lecciones, para aplicarlas en el futuro.
2. Uno se da cuenta que ya ha doblado de Cabo de Hornos de historia personal. Que la vida pasa. Que te quedan menos años y que quieres apurar algunas oportunidades perdidas, exprimir nuevas experiencias... y asoman los sentimientos y se lleva a cabo una revisión afectiva, que muchas veces no se produce de forma clara, sino soterrada, zigzagueante, intermitente... y es como si se abriera a nuevos vientos exteriores y emerge con cierta frecuencia el llamado síndrome del penúltimo tren.
Hombre en torno a los cincuenta años aproximadamente, que se enamora de una mujer bastantes años más joven, que se mueve en las cercanías de su trabajo y que deja a su mujer y a sus hijos, por esta otra. Hay muchos matices aquí en los que no puedo entrar: cansancio de la vida conyugal, desgastes en diversas travesías personales, fondos lights con escasos valores morales (estarse moviendo desde hace mucho tiempo en lo políticamente correcto).
3. Este giro radical se acompaña a menudo de un lenguaje florentino a la hora de explicarle a su mujer lo que está sucediendo a: «Te quiero, pero ya no estoy enamorado de ti; vales mucho, lo reconozco, pero se ha ido el amor; eres buena madre, lo reconozco, pero a mí me cansas; no quiero hacerte daño, pero lo importante es ser feliz...». Este mensaje es un as y un envés, es de ida y vuelta y deja a la mujer suspendida en un mar de dudas complejo, etéreo, desdibujado, con fuetes ribetes de dolor y melancolía.
4. Se hace también una revisión general de vida. Muchas veces esas grandes exploraciones retrospectivas no son todo lo objetivas que debieran y la pasión nubla el entendimiento. Si el examen está bien trazado, las conclusiones pueden ayudar a rectificar, a corregir rumbos y en definitiva, mejorar.
5. A menudo emerge la figura del padre ausente, que es aquel que solo se ha dedicado a sacar adelante a la familia en lo económico (que es mucho, pero que es poco) y que no ha influido casi nada en la educación de sus hijos o que la ha descuidado o que no ha tenido tiempo para ella... o que la ha dejado en manos de su mujer y se ha desentendido de ella. Esto tiene unas consecuencias que estarán presentes a la vuelta de la esquina.
En la mujer destacaría yo los siguientes apartados:
1. Se lleva a cabo un repaso de cómo ha funcionado la familia. La mujer hace el hogar. Ella es la que transmite la afectividad y todo lo que se ahí se deriva. Debe decir que las cosas no son blancas ni negras, ya que el amplio espectro de ingredientes diversos va cambiando, en una cultura veloz y líquida.
2. Y sale el tema de la educación. Hoy en día hay más posibilidades que nunca y, a la vez, todo es más complicado por el bombardeo permanente de noticias, hechos e informaciones que nos llegan de aquí y de allá. Educar es acompañar. Educar es seducir con valores que no pasan de moda; es introducir en la realidad con amor y conocimiento. El primer educador es el ejemplo. Los padres no podemos pretender que nuestros hijos practiquen cosas que nosotros no hacemos. Un buen padre vale más que cien maestros. Y una buena madre es como una universidad doméstica.
3. También la mujer, como es lógico, se plantea su vida afectiva. En Occidente la mujer sabe mucho más de los sentimientos que el hombre. Y ella tiene un termómetro más fino para captar cómo se han sucedido los hechos. En mi experiencia de psiquiatra, que me meto en tantas vidas con el objeto de intentar hacer algo por ayudarles, he observado muchas veces el doble rasero sobre este punto. Bastantes hombres no se plantean como va su vida conyugal en profundidad, pero la mujer sí.
Hay cuatro formas de construir una casa: sobre roca, sobre arena, en una superficie líquida y una última, en donde uno está preparado para corregir y reconstruirse. La primera es sólida y tiene unos cimientos firmes. La segunda es endeble, frágil y cuando vienen las dificultades y problemas importantes, aquello se derrumba porque la base no tenía consistencia. La tercera es cambiante y todo depende más o menos de las modas o de lo que se lleve en ese momento y el resultado no suele ser bueno.
La cuarta es clave, porque antes o después la vida personal necesitará renovarse, cambiar, pulir, limar lo que no va bien y volver a empezar con nuevas ilusiones.
La vida necesita tanto de la pasión, como de la paciencia. Y no alejar nunca las manos del timón.
Enrique Rojas
No hay comentarios:
Publicar un comentario