La Carta a las mujeres que el Papa Wojtyla escribió en 1995 da una vuelta de tuerca a la cuestión antropológica. Su mensaje, poco conocido aún, para ser mejor recibido requiere una ampliación de la filosofía, que dé cuenta de la “unidualidad relacional originaria” del ser humano, que se desvela ya en el libro del Génesis. Os presento este estudio de la Dra. Castilla. Entresaco algunos párrafos. Al final tenéis el enlace al texto completo
Desde mediados del siglo pasado el magisterio de la Iglesia recomienda una mayor sensibilidad para descubrir los “signos de los tiempos”, pues aunque la Revelación se completó con la muerte del último Apóstol, la profundización teológica en su contenido —esta es la tarea de la Teología—, es progresiva y son las nuevas cuestiones que presenta cada época las que ayudan a descubrir aspectos de la Revelación que hasta entonces habían pasado inadvertidos. Por otra parte, el Espíritu de Dios, que sopla donde quiere y no sabes de donde viene ni a donde va (cf. Jn 3,8) y que es fuente de todas las iniciativas de creatividad a lo largo de la historia[1], suscita en la experiencia humana universal, a pesar de sus muchas contradicciones, signos de su presencia que ayudan a los mismos discípulos de Cristo a comprender mejor el mensaje del que son portadores.
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El Cardenal Wojtyla que, desde la lejana Polonia, seguía de cerca esta temática, decidió buscar los fundamentos antropológicos y teológicos que presentaba la cuestión del amor matrimonial y las razones por las cuales de Creador, al hacer al hombre a su imagen los creó varón y mujer. Con el método fenomenológico de acceder a la realidad, que utiliza en sus estudios personalistas, da una importancia capital a la experiencia humana universal[5], que permite entrar en diálogo con cualquier otro ser humano, pues en el fondo todos buscamos y sentimos lo mismo. Desde ahí habla a los jóvenes —con un lenguaje que todos entienden—, sobre el amor, la responsabilidad, la libertad y el cuerpo. Tanto es así que, a la entrada al Cónclave que elegiría al sucesor de Pablo VI, llevaba bajo el brazo unos papeles, para trabajarlos si le sobraba tiempo, con el tema que por entonces le rondaba: “la Teología del cuerpo”. Pocos meses después, siendo ya Juan Pablo II, la expuso en las Audiencias de los miércoles a lo largo de 5 años[6]. Posiblemente se trata de lo más original de sus escritos y lo que más huella deje en el pensamiento humano.
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El protagonismo y responsabilidad de la mujer en el dominio del mundo —dadas por el propio Creador—, manifiestan que las relaciones de reciprocidad entre varón y mujer no se limitan al matrimonio, que siendo la primera dimensión no la única. La integración en la humanidad de lo “masculino” y lo “femenino” es necesaria en toda la historia del ser humano en la tierra. Todas las obras humanas, también las de la historia de la salvación, requieren esa unión complementaria (MD 7). El Génesis también presenta como común y compartido, junto a la tarea del dominio del mundo, el ámbito privado y familiar. Historia y familia aparecen como una doble misión a realizar de un modo entreverado.
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Si en estos momentos está en riesgo la maternidad, entre otras causas es porque la paternidad está ya ausente desde hace tiempo. La emancipación propuesta por la Modernidad supone la “muerte del padre”, pero aún quedaba la maternidad —último reducto del amor incondicionado—, que también se pretende abolir. Ante la soledad invasiva y desintegradora de una cultura inhumana y sin hogar se advierte la doble necesidad de una cultura con madre y una familia con padre[16].
Juan Pablo II, conocedor, junto a sus problemas y angustias, de la influencia de las mujeres —ya sean madres, hermanas, esposas, hijas, amigas o compañeras de trabajo—, advierte en el mundo la necesidad de lo que denomina “genio femenino”, fundado en la misión de la mujer, inscrita en su mismo ser, al confiarle Dios de un modo especial a cada ser humano (MD 30).
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Asentar adecuadamente esta visión compartida del mundo y de familia requiere profundizar en qué consiste la paternidad, que es la única defensa eficaz para salvar a la maternidad. Siempre que he encontrado a una mujer que, desenvolviéndose con seguridad en el ámbito público, tiene una familia sólida e incluso numerosa y le he preguntado cómo lo logra, la contestación ha sido siempre la misma: cuento con el apoyo de mi marido, que me anima, me respalda y me sustituye cada vez que hace falta....
En ese tiempo ha sido inestimable la labor conjunta entre el Papa Wojtyla y el Cardenal Ratzinger. ¡Quién hubiera podido escuchar aquellas conversaciones teológicas que, tras despachar las cuestiones de gobierno, mantenían en privado semanalmente! En ese “mano a mano” de seguro hubo más de un pulso entre la tradición teológica —de la que es vasto conocedor Ratzinger— y la apertura de la poderosa combinación de poeta, místico y filósofo que era Karol Wojtyla. Para ambos era inestimable el enriquecimiento mutuo y lo que resulta evidente es que Benedicto XVI, conocedor de todas las corrientes actuales de pensamiento e infatigable buscador de la verdad, entendió a Juan Pablo II también en el tema que aquí nos ocupa. Condensa su legado de su predecesor con las siguientes palabras:
La relación varón-mujer en su respectiva especificidad, reciprocidad y complementariedad constituye, sin duda, un punto central de la “cuestión antropológica” tan decisiva en la cultura contemporánea” (pues) la “unidad de los dos”, inscrita en los cuerpos y en las almas, lleva en sí la relación con el otro, el amor por el otro, la comunión interpersonal que indica que “en la creación del hombre se da también una cierta semejanza con la comunión divina”[33].
Por tanto, se puede decir que, si el Papa Wojtyla con el bagaje de la tradición oriental ha abierto puertas cerradas durante siglos en la tradición occidental, al respirar —como proponía a los demás— con los “dos pulmones”, Benedicto XVI continúa acercando la Teología hasta las intuiciones de Juan Pablo II.
En nuestros días hace falta, como dice el Papa Ratzinger en su Encíclica Caritas in Veritate, una nueva síntesis antropológica y humanística —por otra parte, bastante obvia desde la feminidad—, que acoja y dé razones de la dimensión familiar de la persona y de la unidad del género humano. Esto requiere una profundización en el aspecto relacional del que antes se hablaba que, partiendo del ser personal, se desarrolla en el resto de las relaciones familiares y sociales, hasta poder constituir la gran familia humana. Este es justamente el esfuerzo al que invita Benedicto XVI.
Blanca Castilla de Cortázar. Profesora de Antropología en la UNIR
Laici.va / Almudí
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