Hay políticas que deconstruyen la familia, mientras otras persiguen el beneficio social de la estabilidad de las parejas
A mediados de septiembre, el INE publicó una de sus estadísticas clásicas, sobre rupturas matrimoniales.
Los datos de conjunto son escalofriantes: en 2010 se produjeron 110.321 disoluciones, un 3,9% más que el año anterior, en contra de la tendencia descendente iniciada en 2007. Como se preveía, tras las últimas reformas jurídicas, crecen los divorcios (102.933: 4,7%), y disminuyen las separaciones (7.248: -5,6%). Esos cambios legales explicarían también que sólo en el 13,3% de los divorcios hubo separación previa, frente al 17,1% del año anterior.
Por otra parte, sigue creciendo el porcentaje de las disoluciones matrimoniales por mutuo acuerdo: el 67,7% en 2010, frente al 64,6% del año anterior. El fenómeno se da de modo semejante en divorcios (67,4% de mutuo acuerdo) y separaciones (70,7%). Estas cifras suponen un crecimiento proporcional respecto de 2009, en que el consenso afectó al 64,4% de los divorcios y al 67,6% de las separaciones.
Habrá que ver si los partidos políticos se plantean de veras este problema social, para favorecer las familias estables. La facilidad de las rupturas tiene consecuencias muy negativas, especialmente en cuanto al aumento de la "monoparentalidad". Desde luego, en nuestro entorno la cuestión preocupa, como manifiestan recientes sondeos de opinión e informes parlamentarios elaborados en Francia (cfr. La Croix, 27 y 28 de septiembre de 2011).
En París, las conclusiones del grupo parlamentario de trabajo ‘Familia’, animado por los diputados de UMP Anne Grommerch y Hervé Mariton, subrayan el contraste de la familia duradera con la monoparentalidad, origen y causa de pobreza, con un excesivo coste social. Las familias monoparentales —en su mayoría, madres solteras— requieren un mayor apoyo económico y laboral, así como para la organización de la vida familiar, especialmente, para el cuidado de los hijos. Y, como sucedió antes en Estados Unidos, replantean las ayudas a las familias monoparentales, para evitar el riesgo —el efecto "perverso"— de agravar la irresponsabilidad de los protagonistas.
Pero, más importante que la descripción, es la treintena de propuestas para promover una familia duradera: la revalorización institucional del matrimonio; el mantenimiento de las diferencias reales —también como fundamento de derechos— entre matrimonio, pacs y concubinato; la restauración de beneficios fiscales para los recién casados; el desarrollo de una política de apoyo a las uniones estables; el establecimiento de una especie de cursillos prematrimoniales en los ayuntamientos; la organización de cursos colectivos o individuales para las parejas que lo deseen, a fin de aportar pistas de reflexión para construir una convivencia duradera. En definitiva, se trataría de avanzar en la llamada terapia de pareja y en la mediación familiar, sin olvidar "el derecho del niño a tener dos padres de distinto sexo" (criterio decisivo para la adopción).
Los sondeos reflejan opiniones contradictorias: se considera a la familia un elemento fundamental de felicidad y bienestar, pero la institución es cada vez más frágil afectiva, jurídica y económicamente; a la vez, las encuestas reflejan la tendencia a rehusar o retrasar la asunción de compromisos definitivos, influencia evidente de una sociedad de consumo penetrada por el zapping.
El 77% de los interrogados por Ifop —el 89% de los jóvenes entre 25 y 34 años— "desea construir una sola familia en su vida, permaneciendo con la misma persona". Son interesantes las razones—–también a sensu contrario— que explicarían el incremento de rupturas familiares y divorcios: la gente se esfuerza menos para mantener la convivencia (50%); las mujeres trabajan más y son más independientes (43%; el argumento no es "sexista": lo aduce el 50% de mujeres y sólo el 35% de varones); hay menos hipocresía, y la gente no se siente obligada a continuar juntos (36%); hay más dificultades prácticas en materia de vivienda y trabajo (33%); la sociedad es más tolerantes con las separaciones (21%); se confunde amor con pasión (18%); es más complicada la educación de los hijos (14%); los medios de comunicación no prestigian el modelo de familia tradicional (11%).
Entre las medidas que ayudarían a fortalecer a las parejas, se mencionan: un cambio global de las mentalidades (33%); una ayuda externa para que las parejas discutan sus problemas (28%); ayudas materiales en materia de vivienda y conciliación de trabajo y familia (25%); acompañamientos efectivos al servicio de la educación de los hijos (17%); revaloración de la institución del matrimonio (15%); preparación previa para la vida en pareja y la asunción de compromisos (12%); que los medios de comunicación den una imagen de felicidad en la vida familiar (12%).
Inquieta la intervención del Estado en cuestiones familiares, porque el hogar es el gran santuario de la intimidad. Pero hay políticas que deconstruyen la familia, mientras otras persiguen el beneficio social de la estabilidad de las parejas. Importa mucho precisar los fines y aquilatar los medios, para librar batalla y derrocar la dictadura del individualismo.
Salvador Bernal
ReligionConfidencial.com / Almudí
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