Las respuestas del Papa emérito sorprenden por una intimidad absolutamente particular y nueva en la que el libro envuelve al lector, y por un lenguaje directo.
El diario Corriere della Sera ha publicado una parte de la presentación del libro entrevista Benedicto XVI. Últimas conversaciones, escrito por el periodista alemán Peter Seewald, que fue presentado en Múnich por el monseñor Georg Gänswein, arzobispo prefecto de la Casa Pontificia y secretario particular del Papa emérito. El texto tiene fragmentos del libro y también las memorias y consideraciones personales de Gänswein sobre Benedicto XVI.
Quisiera empezar con una aclaración que a lo mejor puede ser también muy útil. Estas «últimas conversaciones» no son un interrogatorio agresivo, como el famoso programa televisivo de la BBC[1], ni tampoco Peter Seewald pretende en absoluto poner a Benedicto XVI en el disparadero[2]. Más bien, el libro contiene la grabación de una serie de encuentros «de corazón a corazón» realizados antes y después de la dimisión del Papa, entre dos almas muy distintas entre sí, pero bávaros hasta la médula (esto lo puedo decir yo, que no soy bávaro, sino de la Selva Negra) que, interrogando intensamente la memoria, entran en confidencia. Las respuestas del Papa emérito sorprenden por una intimidad absolutamente particular y nueva en la que el libro envuelve al lector, y por un lenguaje directo. Nos enteramos, por ejemplo, por boca del Papa tras su dimisión, que su opositor Hans Küng «hablaba demasiado».
“No lloró en el helicóptero”
Emociona leer de repente, en la página 49, entre paréntesis: «el Papa llora» antes de que el anciano Pontífice hable de aquel 28 de febrero de 2013, cuando al caer la tarde se elevó por el cielo de Roma a bordo de un helicóptero blanco, entre el sonido de todas las campanas de la ciudad, hacia Castel Gandolfo, al encuentro de la tarde de su vida. «Estaba muy emocionado» dice. «Mientras me elevaba hacia arriba y oía el sonido de las campanas de Roma, sabía que podía dar gracias y que el estado de ánimo de fondo era el agradecimiento». Cuando el helicóptero despegaba, yo iba sentado a su lado, profundamente conmovido, como sabe quien viera en la televisión esa despedida. Y sé que, contrariamente a mí, él no lloró entonces, si se me permite revelarlo aquí, y yo también tengo todavía en los oídos el sonido de las campanas de Roma bajo nosotros, en aquel vuelo que marcó un destino.
El amor por las caminatas
Debo confesar sinceramente que hoy, leyendo el libro, se me humedecen aún más los ojos en los pasajes donde el anciano Papa recuerda que antes le gustaba caminar y dar paseos. «Para caminar siempre he sido bueno» dice en un punto; «cada día daba mi paseo», en otro, mientras que hoy veo que aquel caminante apasionado solo logra dar pasos cada vez más cortos. Por eso, desde hace muchos meses, nadie tiene que demostrarme el buen sentido de su dimisión de un ministerio extremadamente gravoso.
“Ninguna huida”
El Papa emérito sigue aclarando: no se trató de una huida, ni Roma ardía ni había lobos ululando bajo su ventana, y su casa estaba en orden cuando entregó el testigo en manos de los «queridísimos hermanos» del Colegio Cardenalicio. El médico le había dicho que ya no podría cruzar el Atlántico. Pero la siguiente Jornada mundial de la juventud que debería tenerse en el 2014 se había anticipado al 2013 a causa del Mundial de fútbol. De lo contrario, habría intentado resistir hasta el 2014. «Pero sabía que no lo lograría». ¿Se arrepintió, aunque solo fuera un minuto, de haber dimitido? «No. No, no. Veo cada día que era justo lo que debía hacer».
El papel tras la renuncia
Seewald quiere saber sobre las muchas teorías de complot de las se sigue hablando desde su dimisión. ¿Chantaje? ¿Conspiración? «Son todas absurdas» corta por lo sano el Papa emérito. En realidad, todavía hay algo que aprender de su paso, una novedad que debemos atesorar: «El Papa no es un súper-hombre. Si dimite, mantiene la responsabilidad que asumió en un sentido interior, pero no en la función. Por eso, el ministerio papal no disminuye, aunque quizá resalte más claramente su humanidad».
El trato con Bergoglio
¿Qué ve la opinión pública del trato del Papa emérito con Francisco? Primero: no se esperaba a Bergoglio. El Arzobispo de Buenos Aires fue para él «una sorpresa gorda». No tenía ni idea de quién pudiese ser su sucesor. Pero tras la elección, en cuanto lo vio −en la televisión de Castel Gandolfo− como nuevo Papa que «hablaba por una parte con Dios y por otra con los hombres, me puse muy contento. Y feliz». ¿Y hasta este momento está satisfecho del ministerio del Papa Francisco? Sin medias tintas, responde: «Sí. Hay una nueva frescura en la Iglesia, una nueva alegría, un nuevo carisma que se dirige a los hombres, y eso es bueno. Muchos agradecen que ahora el nuevo Papa tenga un nuevo estilo. El Papa es el Papa, no importa quien sea». Su modo de hacer no le crea problemas, «al contrario. Me gusta». No ve una ruptura con su pontificado: «Quizá se pone el acento en otros aspectos, pero no hay ninguna contraposición».
Las imitaciones y la siesta
«Me hubiera gustado ser profesor toda la vida»: lo era y lo sigue siendo hasta hoy, un profesor universitario, al que le gusta imitar voces, por ejemplo, la del suizo-alemán Hans Urs von Balthasar, y que ha escrito a lápiz, hasta el último, todos sus discursos y obras, numerosísimos, con una taquigrafía creada por él mismo para ir a la velocidad de sus pensamientos. Y hasta en los periodos de crisis, no renunciaba nunca a las 7-8 horas de sueño que necesita cada noche, ni a la siesta, a la que se había acostumbrado desde 1963, durante los años del Concilio pasados en Roma.
Los problemas de vista
En septiembre de 1991, él que nunca fue ni fumador ni bebedor, tuvo una hemorragia cerebral. «Ya no puedo más» anunció entonces a Juan Pablo II, quien sin embargo rechazó categóricamente su dimisión. «Los años del 1991 al 1993 fueron agotadores» comenta lacónico. En 1994 tuvo una embolia, y luego una maculopatía[3]. Desde entonces, o sea, ya años antes de su elección como sucesor de Pedro, ve muy mal con el ojo izquierdo. Nunca le ha pesado. ¡El Papa medio ciego! ¿Quién lo sabía?
Mons. Georg Gänswein
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