Hoy más que nunca es necesario trabajar por una nueva cultura de la vida que ahogue y acabe con esa otra marea negra, esa cultura de la muerte que impregna nuestra sociedad
Acabamos de celebrar el Día del Medioambiente. El mensaje es claro: para construir una sociedad mejor tenemos que ser respetuosos con el planeta que nos acoge. Como biólogos, que nos apasiona la vida, esto significa aportar nuestro trabajo profesional y conocimiento para defender y proteger la naturaleza, de la que todos formamos parte integral. Nuestro destino está estrechamente unido a la biodiversidad, a la gran variedad de otros animales y plantas, y al lugar donde viven.
Compartimos el planeta con varios millones de especies distintas: una riqueza natural increíble, un tesoro de incalculable valor que forma la base fundamental del bienestar humano. Una especie, ya sea animal o vegetal, que desaparece es una gran pérdida para las generaciones futuras. Salvaguardar esta riqueza natural y reducir su pérdida es vital para nuestro bienestar presente y futuro. Por eso, debemos trabajar para proteger la biodiversidad, nuestros bosques y nuestros ecosistemas.
Pero una parte esencial de esa biodiversidad y de esos ecosistemas somos nosotros mismos: el género humano, probablemente la especie más depredadora de todas y al mismo tiempo la más débil. Hoy, en pleno siglo XXI, sigue siendo necesario un compromiso solidario para construir una sociedad mejor: una sociedad que vuelva a sentir el orgullo de ser humanos, que tenga pasión por la vida y que la defienda desde su comienzo hasta su fin.
Hoy en día sabemos que en el mismo instante de la fecundación, esa nueva célula posee una dotación genética propia e individual que le hace ser diferente de la madre que la cobija. Comienza un desarrollo apasionante perfectamente controlado y regulado, sin interrupción. Al inicio mismo de la fecundación, el punto de entrada del espermatozoide en el óvulo genera una señal química que determinará la simetría celular del embrión.
En este sentido, se ha llegado a afirmar que guardamos memoria de nuestro primer día de vida. Ya desde ese primer instante, sabemos que esa célula es uno de los nuestros, de nuestra especie. En esos primeros estadios de nuestro desarrollo no somos un amasijo de células, no somos una verruga o un tumor que le sale a la madre, somos ya nosotros mismos, en un desarrollo continuo hasta la edad adulta. No hay ningún hecho biológico que permita decir que existe una etapa pre-humana en nuestro desarrollo embrionario.
La palabra pre-embrión no es un término científico, es un invento jurídico-político para justificar la destrucción de vidas humanas. Ninguna vida es una vida inútil. Desde esos primeros momentos hasta la ancianidad. En palabras de Cecily Saunders, primera promotora de los cuidados paliativos: «Tú me importas por ser tú, importas hasta el último momento de tu vida, y haremos todo lo que esté a nuestro alcance, no sólo para ayudarte a morir en paz sino también para vivir hasta el día que mueras».
Hoy más que nunca es necesario trabajar por una nueva cultura de la vida que ahogue y acabe con esa otra marea negra, esa cultura de la muerte que impregna nuestra sociedad. Todos en su conjunto, los poderes políticos en particular, deberíamos trabajar para sacar adelante este compromiso de construir una sociedad más justa, más humana: una sociedad que protege al débil es una sociedad más fuerte. El aborto no es la solución de la tragedia de un embarazo indeseado.
Es necesario un compromiso para que la educación y la información lleguen a todos, porque saber es también un derecho. Un compromiso para que la mujer embarazada nunca se encuentre sola, y no vea la muerte como única solución. La historia juzgará nuestra pasividad o nuestro compromiso solidario con el débil, con una auténtica cultura de la vida, que nos hará más humanos. Todavía hoy se pueden cambiar las cosas.
Ignacio López-Goñi. Decano de la Facultad de Ciencias. Universidad de Navarra
Diario de Navarra / Almudí
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