¿Queda algo de esa conciencia en un cristiano que decididamente no quiere buscar la armonía entre sus decisiones y las exigencias de la fe?
En el reciente viaje a Croacia Benedicto XVI ha planteado de nuevo, y una vez más con toda claridad, una cuestión que el hombre occidental hoy parece obstinado en querer olvidar. ¿Qué cuestión?: la conciencia.
«Si la conciencia, según el pensamiento moderno más en boga, se reduce al ámbito de lo subjetivo, al que se relegan la religión y la moral, la crisis de occidente no tiene remedio y Europa está destinada a la involución». Involución que, a todas luces, quiere realmente decir: destrucción, desaparición.
La “conciencia” así entendida no es más que puro egoísmo personal; “Yo hago lo que me da la gana”; “yo soy la ley para mí mismo”; “el bien y el mal no existen, sólo existo yo”. Y esto, aplicado a la “conciencia” de cada uno, a la “conciencia” de cada partido, de cada grupo de interés; que al fin y al cabo termina siempre en egoísmo, en involución.
Para salir de esa “involución”, de ese encerrarse en su caparazón, de ese “suicido”, Benedicto XVI señala el camino. O mejor, dicho: no lo señala, porque ya está señalado desde la creación del hombre, desde la existencia de la conciencia, desde la conciencia que acusa el alma de Caín después de haber matado a Abel; sencillamente lo recuerda.
«En cambio, si la conciencia vuelve a descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza en el futuro».
Sólo si se relaciona con Dios, la conciencia del hombre es verdadera conciencia. Sin la referencia a Dios, la “conciencia” es un juguete que sirve para lo que a cada uno en cada momento considera que le conviene.
Las palabras de Benedicto XVI tienen el refrendo de la realidad: la vida heroica del Cardenal Stepinac. «Precisamente por su firme conciencia cristiana, supo resistir a todo totalitarismo, haciéndose defensor de los judíos, los ortodoxos y todos los perseguidos en el tiempo de la dictadura nazi y fascista, y después, en el periodo del comunismo, “abogado” de sus fieles, especialmente de tantos perseguidos y asesinados. Sí, llegó a ser “abogado” de Dios en esta tierra, pues defendió tenazmente la verdad y el derecho del hombre a vivir con Dios».
Esa conciencia de “responsabilidad ante Dios” es la que ha hecho posible que hombres y mujeres, europeos y cristianos, cristianos y europeos, defendieran la Fe en todo el mundo; defendieran la vida de los no nacidos en todo el mundo; defendieran la libertad de los hombres, y de las familias, en todo el mundo.
¿Queda algo de esa “conciencia” en el político que apoya con su voto una ley abortista, una ley dictatorial de una falsa, engañosa e “ideologizada” “igualdad”?; ¿Queda algo de esa conciencia de quien convierte el gobernar en un “imponer”, y se olvida completamente de “servir” a los ciudadanos? ¿Queda algo de esa conciencia en un cristiano que decididamente no quiere buscar la armonía entre sus decisiones y las exigencias de la fe?
Y Benedicto XVI recordó las palabras de Stepinac, un día de san Pedro de 1943, en plena guerra mundial: «Uno de los mayores males de nuestro tiempo es la mediocridad en las cuestiones de fe. No nos hagamos ilusiones… O somos católicos o no lo somos. Si lo somos, es preciso que se manifieste en todos los campos de nuestra vida».
Ernesto Juliá DíazReligionConfidencial.com / Almudí
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