sábado, 10 de septiembre de 2011

LA LIBERTAD RADICAL

“Quienes hemos tenido la fortuna de conocer personalmente a San Josemaría Escrivá de Balaguer, sabemos que el amor a la libertad constituye uno de los rasgos característicos de su temple humano. Era como un poderoso catalizador de libertad: la vivía e impulsaba a vivirla”
 
Quienes hemos tenido la fortuna de conocer personalmente a San Josemaría Escrivá de Balaguer, sabemos que el amor a la libertad constituye uno de los rasgos característicos de su temple humano. Le desagradaba la homogeneidad impuesta y consideraba la diferencia en los comportamientos como un valor positivo. Apostaba por la originalidad espontánea, mientras sospechaba de la uniformidad. Confiaba más en las iniciativas y decisiones de las personas que en la exacta disposición de las estructuras. No le gustaban los formalismos protocolarios; prefería la sencillez de las manifestaciones informales. Por eso se encontraba uno tan bien en su compañía: porque su vigorosa personalidad no constreñía a quienes le rodeaban, sino que contribuía a reafirmar los estilos de cada uno y a dilatar los propios ámbitos de expresión. Era como un poderoso catalizador de libertad: la vivía e impulsaba a vivirla.

      Su profunda unión con Dios —Señor de la historia— y su fina percepción de los signos de los tiempos, le llevaron a anticiparse a la época que le tocó vivir. Aunque no lo expresaba con estas palabras, se percató de que la innovación de las configuraciones comunitarias se habría de lograr por la vía de la emergencia, no por el camino de la colonización. La colonización es el movimiento que desciende desde las estructuras políticas y económicas al mundo vital: es la capilarización de la burocracia y el desbordamiento del mercantilismo. La emergencia, en cambio, es el libre ascenso de las energías personales e interpersonales desde las solidaridades primarias hasta el foro público. Ante las aceleradas demandas de cambio social, el «método» preferido de Josemaría Escrivá es siempre la personalización. Lo cual equivale, paradójicamente, a prescindir de todo método unívoco y rígido, a apostar decididamente por la comparecencia de la persona y por la fuerza creadora de su libre iniciativa.
 
      Este talante personal y social se refleja en sus actitudes doctrinales. El pensamiento de San Josemaría Escrivá de Balaguer no es ideológico ni tecnocrático, pero tampoco recae en el individualismo. Antepone la vida a la norma y a la teoría. Considera que la libertad no puede hacerse derivar del curso implacable de algún modo de organizar la sociedad o de una manera de pensarla. La libertad es una realidad radical. No surge de las estructuras o de los sistemas: son éstos, más bien, los que han de brotar de ella. Pensar que lo libre pudiera proceder de lo necesario equivaldría a proponer una «generación equívoca». Por eso la libertad no puede ser otorgada por ningún poder humano; no hay que esperar a que nos la concedan o nos la permitan: hay que tomársela de una vez por todas, como él mismo recomendaba.
 
      La libertad se consigue a golpe de libertad: se expande con su propio ejercicio. Cada decisión lograda abre nuevos campos para la elección. Pero, sobre todo, nos hace más libres, porque decidir es siempre decidirse. Va dejando en nosotros el poso de una libertad habitual, articulada por las virtudes morales e intelectuales. Este crecimiento en la capacidad de decidir rectamente es el objetivo esencial de todo proceso de formación, tal como la entiende el Fundador de la Universidad de Navarra. Su innovador lema «educación en la libertad» —que constituye la inspiración de cientos de instituciones docentes en todo el mundo— es mucho más que un consejo alentador y bienintencionado. Presenta una extraordinaria riqueza antropológica. Significa, en primer lugar, que la formación no es un acontecimiento mostrenco, manipulable por la aplicación de procedimientos técnicos. Esto equivaldría al uso de formas, más o menos sofisticadas, de coacción. Y tal imposición puede, si acaso, inducir manierismos, producir estereotipos, transmitir informaciones o destrezas. Pero nunca generará sabiduría, es decir, un saber que sea al mismo tiempo el cultivo de un modo de vida. El modelo de la formación que Escrivá de Balaguer propone no responde al esquema conceptual de la técnica, sino al de la ética. De ahí que el mencionado lema no sólo remita a la ausencia de coacción, a lo que se ha dado en llamar «libertad-de». Se refiere, ante todo, a la «libertad-para»: a la libertad entendida más como proyecto y compromiso que como independencia o desvinculación. No es sólo que haya que respetar la libertad cuando se educa, es que hay que educar la propia libertad como dinamismo originario de la autoconstrucción de la personalidad humana. Usando la terminología antes apuntada, se podría decir que educar no es colonizar la mente de los alumnos: es facilitar la emergencia de su propia alma; es solidarizarse sabiamente con el despliegue de la libertad radical.
 
      Llegados a este punto, conviene deshacer un posible equívoco, a la vez que se apunta al núcleo fundante de esta concepción, que hasta ahora no ha comparecido. El equívoco en cuestión afecta al moderno pensamiento antropocéntrico, cuyo principal hallazgo reside en lo que Hegel llamó la idea europea de libertad. La gran paradoja de la filosofía de los tiempos nuevos consiste en que su descubrimiento teórico y operativo de la libertad radical resulta malogrado porque la libertad humana se piensa de un modo que no responde a la condición humana ni a la naturaleza de la propia libertad. Tal modo inadecuado de pensar queda cifrado en el concepto ilustrado de autonomía. Adviértase que la raíz histórica de esta idea es originariamente cristiana. Frente al necesitarismo fatalista de casi todo el pensamiento griego, romano y árabe, la teología medieval cristiana afirma que el hombre es providentia sui, conductor de sí mismo y, por lo tanto, irreductible al cosmos y superior a él. Pero la modernidad recoge esta noción y la «radicaliza» por vía de aislamiento y de contraposición, es decir, de un modo dialéctico. Dicho brevemente: toma la libertad como origen y la enfrenta con cualquier otro origen; lo cual aboca a la concepción de la libertad como un fundamento que excluye la relevancia de cualquier otra fundación. La tomista providentia sui decae en la spinoziana causa sui, que resulta al cabo insostenible. La libertad se convierte en un a priori radical, en un dato racional sin fundamento: en algo tan extraño como el kantiano factum de la razón pura. Dicho claramente: el hombre es radicalmente libre al precio de estar completamente solo. Algo fundamental se ha omitido, a saber, que el hombre es señor de sí mismo precisamente porque es imagen y semejanza de Dios, que nos ha querido libres al crearnos y nos ha hecho partícipes de su propia Libertad al redimirnos.
 
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Alejandro Llano
Texto procedente del artículo "La libertad radical" publicado en "Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad", Eunsa, Pamplona 1993. El autor era Rector de la Universidad de Navarra al momento de su publicación.


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