domingo, 28 de agosto de 2016

¿Nacidos así? La ciencia no dice eso

Si todo lo que usted sabe sobre el género y la sexualidad proviene de los titulares periodísticos, creerá que estamos ante un debate zanjado. “Genes gais: la ciencia está en el camino correcto. Hemos nacido así”. “La ciencia acaba de demostrar que ser transexual no es algo pasajero”. “La prueba de ADN que revela si eres gay”. “Contrasta la ciencia: ser ‘trans’ no es una elección”. “La identidad transgénero no es un trastorno de salud mental, revela un informe”. “¿Nacidos así? Los científicos podrían haber encontrado una base biológica para la homosexualidad”.
¿De modo que la naturaleza de la homosexualidad y de la transexualidad es un asunto resuelto, que no admite dudas ni discusión? Sí, pero solo en los periódicos, no en el mundo académico.

Un importante estudio realizado por dos eminentes profesores de Estados Unidos y que revisa décadas de investigación constata que muchas de esas afirmaciones sencillamente no tienen respaldo en los artículos científicos. El informe acaba de ser publicado en The New Atlantis, una prestigiosa revista de ciencia, tecnología y ética con sede en Washington DC. Sus autores han realizado la que probablemente sea la mejor síntesis publicada hasta la fecha acerca de la evidencia científica sobre temas LGTB. [Consultar el resumen ejecutivo del estudio].

Modestia de la ciencia

“La orientación sexual y la identidad de género no pueden ser despachadas con teorías simples”, escriben el psiquiatra Paul R. McHugh y el epidemiólogo Lawrence S. Mayer. “Hay una brecha enorme entre la certeza con que algunos hablan sobre estos asuntos y lo que la evaluación rigurosa de la ciencia revela. A la vista de esta complejidad e incertidumbre, debemos ser humildes para reconocer lo que sabemos y lo que no sabemos”.
Los autores del estudio tienen unas credenciales excelentes. Mayer es profesor de estadística y de bioestadística en la Universidad Estatal de Arizona, y ha sido profesor en ocho universidades, incluidas Princeton, la Universidad de Pensilvania y Stanford. McHugh fue jefe de psiquiatría en el Hospital Johns Hopkins entre 1975 y 2001, y miembro del Consejo asesor de bioética del presidente de EE.UU. durante la Administración Bush.
¿Qué han descubierto? Que la visión de la orientación sexual como una propiedad innata y que no se puede cambiar –la idea de que algunas personas “han nacido así”– no está respaldada por la evidencia científica. Los titulares sugieren que la orientación sexual es producto de la genética, las hormonas, la estructura del cerebro… Pero el debate no está zanjado. Hay problemas conceptuales, y no hay consenso sobre si la “orientación sexual” viene definida por la atracción, la conducta o la identidad.
Del mismo modo, la visión de la identidad de género como una propiedad innata, inalterable e independiente del sexo biológico –según la cual puede haber “un hombre atrapado en un cuerpo de mujer” o “una mujer atrapada en un cuerpo de hombre”– tampoco está apoyada por la ciencia. De nuevo, surgen problemas conceptuales. Los estudios de género afirman que el género no hace referencia a lo que una persona es, sino a lo que hace. De ahí que Facebook ofrezca 56 opciones diferentes de género. Pero en seguida se cae en la incoherencia, pues los géneros se multiplican como copos de nieve, cada uno diferente, cada uno inexplicable.

La obstinación de los adultos, mala para los niños

Los autores escriben: “Ningún esfuerzo por ayudar a un niño a que empiece a considerarse o a que le consideren una niña le convierte biológicamente en una chica. La definición científica del sexo biológico es, para casi todos los seres humanos, clara, binaria y estable, lo que revela una realidad biológica que no es contradicha por las excepciones a la conducta sexual típica, ni puede ser alterada por la cirugía ni por condicionamientos sociales”.
Cada vez es más frecuente que cuando un niño expresa pensamientos o comportamientos atípicos en relación al género, se le anime a recurrir a bloqueadores hormonales, tratamientos transitorios con hormonas y, al final, la cirugía. Esto es “injusto”, escribe el doctor Mayer, en uno de los pocos momentos del estudio en que se permite moralizar. “Identificar de por vida como transgénero a un niño de dos años que haya podido expresar pensamientos o conductas que le asocien al sexo contrario carece por completo de respaldo científico”.
En el DSM-5, el libro de referencia de los psiquiatras, se dice a propósito de los que manifiestan disforia de género que “en los nacidos varón, la persistencia [de ese malestar con el propio sexo biológico] ha oscilado entre el 2% y el 30%. En las nacidas mujer, la persistencia ha oscilado entre el 12% y el 50%”. En otras palabras, algunos estudios revelan que al menos el 88% de las chicas y el 98% de los chicos se recuperaron de su disforia de género.
Así las cosas, parece imprudente animar a los niños a cambiar de sexo. Los beneficios mentales y físicos de este tratamiento son, en el mejor de los casos, modestos; en el peor, letales. Un estudio publicado en Suecia en 2011 reveló que las personas que habían cambiado de sexo tenían un riesgo 4,9 veces mayor de intentar suicidarse y 19,1 veces mayor de cometer suicidio que el grupo de control. Los investigadores concluyeron que “la mortalidad por suicidio era llamativamente alta entre las personas con sexo reasignado”.
En una de las conclusiones más interesantes del estudio, Mayer y McHugh señalan que los no heterosexuales y los transexuales tienen tasas de problemas de salud mental (ansiedad, depresión, pensamientos suicidas…) y problemas sociales (consumo de drogas, violencia en la pareja…) mucho mayores que la población general. A esto se puede contestar diciendo que estas tristes estadísticas se deben al estigma y la discriminación. Y aunque puede haber algo de verdad en ello, este argumento difícilmente puede justificar toda la disparidad. (…)

Un debate abierto

Mayer y McHugh revisaron los estudios relativos a la salud mental de los gais y las lesbianas en aquellos estados norteamericanos donde el matrimonio entre personas del mismo sexo está legalizado y en aquellos donde está prohibido. Los datos no son concluyentes. Por ejemplo, un estudio reveló que “el trastorno de ansiedad generalizada” parecía aumentar en aquellos estados donde el matrimonio gay no estaba reconocido; pero, paradójicamente, el consumo de drogas aumentó en los que sí lo estaba. (…)
Mayer y McHugh no entran en las controversias legales y políticas que hoy rodean a los temas LGTB. Pero sí insisten en que el debate debe estar presidido por la ciencia objetiva, no por la ideología. Y piden que se investigue con más profundidad sobre cerca de 20 asuntos importantes relacionados con la orientación sexual y la identidad de género. Vale la pena hacerles caso: hay demasiadas vidas en juego.
Michael Cook es director de MercatorNet, donde se publicó originalmente este artículo.

Aceprensa

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