lunes, 14 de noviembre de 2016

‘Cuando predico, tengo que mirar a los ojos’

Para las breves homilías matutinas de Santa Marta, Francisco no se sirve de textos escritos ni tampoco de apuntes; pero para llegar a decir lo que dice hacen falta muchas horas de preparación espiritual.
En la conversación que abre el libro con la colección de homilías y discursos pronunciados como Arzobispo de Buenos Aires, Francisco explica cómo nacen sus homilías en Santa Marta y la importancia de hablar teniendo presente la concreta vista de la gente.
En el seminario, cuando aún no era sacerdote, Jorge Mario Bergoglio era contrario a las homilías escritas, y el profesor que un poco asombrado le preguntaba por qué, le respondió: “Si se lee, no se puede mirar a la gente a los ojos”. Es una de las anécdotas contadas por el Papa Francisco en la conversación con el P. Antonio Spadaro que introduce el libro Nei tuoi occhi è la mia parola[1] (Rizzoli), un volumen de mil páginas que recoge homilías y discursos en Buenos Aires entre 1999 y 2013.

«Cuando en el seminario nos enseñaban homilética −cuenta el Pontífice− yo ya notaba una fuerte aversión por los folios escritos donde está todo. Y eso lo recuerdo bien. Era y estoy convencido de que entre el predicador y el pueblo de Dios no debe habar nada en medio. No puede haber un papel. Unos apuntes escritos sí, pero no todo”. Todavía hoy, prosigue Bergoglio, sigo “buscando los ojos de la gente. Incluso aquí, en la Plaza de San Pedro. Cuando saludo está la masa. Pero yo no la veo como masa: procuro mirar al menos a una persona, un rostro preciso. A veces es imposible por la distancia. Es feo cuando hay tanta distancia. A veces lo intento, sin logarlo, pero lo intento. Si lo intento veo que hay algo, que salta algo. Si miro a uno puede que también los demás se sientan mirados. No como ‘masa’ sino como individuos, como personas. Yo miro a cada uno y todos se sienten mirados”. 
Ciertamente, admite Francisco, ahora “obviamente aquí tengo que leer a menudo las homilías. Y entonces me acuerdo de lo que decía como estudiante. Por eso, tantas veces me salgo del texto escrito, añado palabras, expresiones que no están escritas. De ese modo miro a la gente. Cuando hablo tengo que mirar a alguien. Lo hago como puedo, pero tengo esa profunda necesidad... Tengo ese impulso a salir del texto, a mirar al os ojos”. 
En la conversación que abre el volumen, el Papa Bergoglio cuenta por primera vez cómo nacen las homilías de la misa matutina en Santa Marta, la cita que más caracteriza su pontificado, el magisterio diario con el comentario a las Escrituras seguido por tantísimas personas en todo el mundo. “Comienzo −confía al entrevistador− a mediodía del día anterior. Leo los textos del día siguiente y, en general, elijo una de las dos lecturas. Luego leo en voz alta el texto elegido. Necesito escuchar el sonido, escuchar las palabras. Y luego subrayo en el librito que uso las que más me llaman la atención. Hago circulitos en las palabras que me sorprenden. Luego durante el resto del día las palabras y los pensamientos van y vienen mientras hago lo que tengo que hacer: medito, reflexiono, pruebo las cosas... Hay días, sin embargo, que llego a la noche y no se me ocurre nada, y no tengo ni idea de lo que diré el día siguiente. Entonces hago lo que dice san Ignacio: duermo con elloY en cuanto me despierto, viene la inspiración. Vienen las cosas correctas, a veces fuertes, a veces más débiles. Pero es así: me siento preparado”. 
Así que, para las breves homilías matutinas de Santa Marta, Francisco no se sirve de textos escritos ni tampoco de apuntes. Pero para llegar a decir lo que dice hacen falta muchas horas de preparación espiritual. “Siempre −afirma en otro pasaje de la conversación−, siempre predicar me ha hecho bien. Me ha hecho feliz”. 
El Papa cuenta encuentros y experiencias vividas con personas, en el confesionario, en diálogos personales, y cómo todo eso siempre le ayudó a predicar. “Cuanto más cerca estás de la gente, predicas mejor o más acercas la Palabra de Dios a su vida. Así se une la Palabra de Dios con una experiencia humana que necesita esa Palabra. Cuanto más te alejas de la gente y de los problemas de la gente, más te refugias en una teología encuadrada en ‘se debe y no se debe’, que no comunica nada, que está vacía, abstracta, perdida en el nada, en pensamientos... A veces con nuestras palabras respondemos a preguntas que nadie plantea”. 
Andrea Tornielli, en lastampa.it/vaticaninsider.
Traducción de Luis Montoya.

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