Todos los seres humanos necesitamos recibir, en diferentes momentos de nuestra vida, una noticia, un hecho, que nos alce la mirada más allá de los callejones en los que a veces se pierde.
Callejones que parecen sin salida, y en los que ni siquiera se vislumbra la pálida sombra del final del túnel. Sin embargo, ante una llamarada de esperanza, los transitamos más conscientes de que la obscuridad también está llamada a desaparecer cuando hacen su aparición los fulgores de la Luz.
La luz de Esperanza me llega hoy de Rusia. Ciertamente, no de las maniobras de sus políticos, ni de la ciencia de sus universidades, ni tampoco del reverdecer del espíritu de Pushkin, de Dostoyevsky, de Chejov, o de algún otro de sus grandes literatos y artistas.
La sonrisa −la esperanza siempre sonríe− llega hoy de los labios de un sacerdote amigo.
¿Qué me dice?
Que todas las tardes de los domingos de este año de la Misericordia ha ido a confesar a la Catedral de Moscú, y que, además de muchas confesiones, se ha encontrado, todos los domingos, con alguna persona que quería bautizarse; con otros que le preguntaban cómo incorporarse a la Iglesia Católica, y no pocos que venían a vivir por primera vez el Sacramento de la Reconciliación.
Desde hace ya algunos años, y siempre creciendo, en la catedral de Moscú, las colas de personas para confesarse: son larguísimas. Y quiso subrayar un dato. Los domingos por la mañana cinco sacerdotes no dan abasto; y por la tarde, siguen al menos tres... y muchas veces hasta muy tarde.
Es muy difícil, y casi me atrevería a decir, imposible; apreciar la hondura del sufrimiento de las generaciones de hombres y mujeres que vivieron en Rusia desde 1917 hasta 1991, año de la disolución de la URSS.
Pocos años después, la Iglesia Católica pudo renovar su labor en todo el país, y los frutos comenzaron a llegar, paso a paso, lentamente y, a la vez, casi sin interrupción. El vacío religioso era muy profundo, y la Iglesia Ortodoxa había sufrido también un golpe duro.
Aquí la gente se acerca a comulgar con mucha devoción, me comenta mi amigo sacerdote. Hombre y mujeres juntan sus brazos sobre el pecho para recibir al Señor. Y hacen genuflexión antes de abrir la boca para recibir la Comunión.
Y con una sonrisa sincera, añade que los domingos, en la Catedral, se celebran Misas en diferentes ritos. El otro día le sorprendió que durante la Liturgia de los Armenios cantasen en armenio... a la Virgen de Fátima. Estamos a las puertas del Centenario.
Una a una, paso a paso, las conversiones de ateos, de personas que jamás han oído el nombre de Cristo, que no han alcanzado con su mirada los horizontes de la Vida Eterna, siguen en aumento.
Muchas conversiones... cada día. No exagero; me confiesa con una sonrisa que refleja amor de Dios.
Y quiso añadir, al final de la conversación, un hecho ocurrido recientemente en Ucrania. Por lo visto, en Ucrania hay un buen número de sacerdotes que conocen y tienen devoción a san Josemaría Escrivá. Uno de ellos, párroco greco-católico de una ciudad del oeste, organizó una novena a San Josemaría para preparar las fiestas del Santo Patrón. Nueve días poniendo fotos y leyendo textos del santo, y no faltó una procesión con una reliquia suya.
Al final de los festejos, el buen párroco le comentó a mí amigo que en los 120 años de existencia de la parroquia, jamás había habido tantas confesiones (muchos días los sacerdotes permanecieron en la iglesia hasta las cuatro de la mañana), ni tantas comuniones.
Luces de Esperanza en este Año de la Misericordia en tierras de Oriente.
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.
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