En EE.UU. solo el 31% de ellos está casado, frente al 62% de los años sesenta.
Una vez había la llamada generación X, una expresión muy difundida para describir e indicar a todos aquellos que habían nacido aproximadamente entre los inicios de los años sesenta y los primeros años de los ochenta.
A esta le ha seguido la generación Y, conocida también como Millennial Generation, o Generation Next o Net Generation.
Quién son los ‘Millenials’
Los Millenials son la generación del nuevo milenio, de aquellos que han nacido entre los años noventa y los principios del 2000, es decir los que hoy tienen entre los veinte y los treinta años. La generación Y se caracteriza por una gran uso y su familiaridad con la comunicación, los medios de comunicación y las tecnologías digitales. Preceden por edad a la última generación, la de los nativos digitales que en realidad han nacido en la cuna ya con el smartphone en mano, pero respecto a estos no van a la zaga en cuanto a uso y confianza con los nuevos medios de comunicación.
Son jóvenes nacidos en los años en los que el móvil, lectores mp3 y ordenador no eran productos tan difundidos. Pero una vez que se hicieron adolescentes, quemaron rápidamente todas las etapas, tomaron en mano el móvil y no lo han soltado.
Respecto a las generaciones del siglo pasado, han tenido la suerte de no conocer la guerra y de no pasar hambre. Pero han atravesado de pleno la crisis económica, han conocido el 11 de septiembre y comenzaron a convivir con la idea cotidiana de terrorismo. Su cruzada se llama trabajo, su certeza se basa en la incertidumbre, su futuro es aún un folio en blanco donde comenzar a escribir algo.
‘Millenials’: el retrato de una generación suspendida, en espera de la madurez
Hay quien les define una generación de perennes precarios o, peor aún, de desempleados. Otros la llaman una generación de “mimados”, porque están perennemente unidos al seno materno. Una cosa es cierta, los Millenials han sido los protagonistas indiscutibles de los cambios en el campo de la comunicación y de los medios de comunicación en los últimos veinte años.
Han vivido de lleno el paso del analógico al digital, de la televisión generalista a la satelital, del teléfono fijo de casa al móvil, del ordenador a la tableta. Son los testigos de un paso tecnológico epocal. Son los primeros de la historia en haber comprado unas zapatillas Nike en una tienda virtual online, y haber buscado trabajo en internet, haber encontrado aparcamiento en la ciudad con una app y de haber reservado un viaje en Expedia sin pasar nunca por una agencia de viajes, ni siquiera haber cogido un catálogo de papel. Han enseñado a sus padres cómo navegar por la web y cómo hacer una llamada por skype. Han regalado a su abuela un móvil, quizá ese con los botones grandes y sin pantalla táctil. Han elegido universidad marcando palabras clave de búsqueda en Google, sin esperar los tradicionales viajes de final de curso en sus escuelas. Han aprendido a decir “Te amo” o “Adiós” con un mensaje de whatsapp a las 2 de la madrugada, y a publicar las fotos del álbum de las últimas vacaciones en Facebook, para recibir “me gusta” y comentarios de los amigos. Han sido los primeros en hacerse un selfie con los móviles, cuando sus hermanos mayores usaban el automático y sus padres pedían a alguien que pasaba que por favor les hiciera una foto. La tv a color de su infancia es ahora un recuerdo lejano, así como el carrete fotográfico. El periódico diario es un perfecto desconocido, si no es ojean rápidamente en el bar en la hora del café para ver la crónica deportiva. Han jubilado los sellos, papel y sobres para cartas, muchos incluso el bolígrafo, para sustituirlo con teclado y chat. Ya no saben escribir a mano. Han perdido la costumbre y, a veces, hacer una firma legible es un serio problema.
La revolución digital, de hecho, les ha investido de pleno, y les ha cambiado. Profundamente, desde las raíces, inyectando quizá dentro de ellos algún virus, que les ha dejado suspendidos en el vacío, en una frontera invisible entre madurez e inmadurez.
‘Millenials’: ¿preparados para la vida real? En Estados Unidos solo el 31% está casado
Pero los Millenials están envejeciendo rápidamente. Ya no son los adolescentes con la paga de hace algunos años, sino que se están convirtiendo ya en adultos, hombres. Y los nativos digitales, ya casi adolescentes, amenazan y están listos para desbancarlos. ¿Y qué dejarán ahora en herencia a sus hijos y nietos como marca de su paso? ¿Qué visión e ideal? ¿Qué desafío y revolución tendrán la valentía de lanzar, qué lema tendrán la fuerza de gritar? ¿Qué se recordará de ellos? ¿La descarga de una app o una publicación en una red social? Por tanto, la pregunta es si están realmente preparados para la vida real, si consiguen aún tomar deprisa el último tren de la historia. Si consiguen tener la fuerza y la valentía de encontrarse unidos como generación o de perderse todos definitivamente, cada uno por su camino, como peces rojos con miedo, apenas puestos en libertad en un río desde su pequeño acuario.
Un dato que hace reflexionar sobre los Millenials. Según la Pew Research, por primera vez desde 1880 en Estados Unidos, los jóvenes entre 18 y 34 años −los Millenials− que todavía viven con sus padres continúa a aumentar, con una tasa en torno al 32’1% frente al 20% de los años sesenta. Pero no solo eso. En caída libre también matrimonios y convivencias, detenidos en el 31’6% frente al 62% de los años sesenta. Esto quiere decir que 7 Millenials de cada 10 todavía no son plenamente autónomos y con una familia propia, respecto a la generación de sus padres en los años setenta, donde la relación era sensiblemente más baja: 4 de cada 10. Un diferencia enorme, sobre todo si consideramos que estamos hablando de una sociedad entre las más avanzadas bajo el perfil socio-económico como el estadounidense.
Seguramente los Millenials son una generación de jóvenes curiosos, ricos de input y de ideas, pero en realidad existen solo en potencia, como una ecuación o un cálculo todavía por resolver. Todavía tienen que realizarse, encontrar, en el bien y en el mal, su camino. Pueden ser un recurso para nuestro futuro, pero también una amenaza, cuando tomen el lugar de sus padres. Todavía no lo sabemos. Será la historia quien lo decida.
Fabrizio Piciarelli, en familyandmedia.eu.
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