¿Pueden quedar imperturbables nuestros ojos, nuestra mente, nuestro espíritu, después de fijar la mirada, y contemplar con todo nuestro ser una “Inmaculada” de Murillo?
La luz de las “Inmaculadas” rasga las tinieblas más duras que puedan entenebrecer el corazón humano, y penetra, e ilumina, los rincones más recónditos y escondidos hasta a la mirada escudriñadora del propio “yo”.
Ante el número de cuadros de la Inmaculada que se le atribuyen a Murillo, me pregunto: ¿Son muchas Inmaculadas, o es la misma Inmaculada plasmada en diferentes momentos del espíritu, de la visión, del artista?
En San Petersburgo, y en el Museo del Ermitage, luce la más famosa quizá de su Inmaculadas, la llamada Concepción de Walpole (coleccionista inglés del siglo XVIII). Las manos abiertas de la Virgen Santísima, acompañan su mirada elevada, perdida, y encontrada en el Cielo, en el decreto de Dios Padre que la prepara para ser morada de su Hijo, y la llena ya de Espíritu Santo.
Vasili Botkin, crítico ruso en viaje por España en 1845, dejó escrito en su libro “Cartas sobre España”.
“Si usted ama, aunque sea un poco la pintura, si algún día un lienzo le ha conmovido y le ha dado uno de aquellos instantes que quedan grabados para siempre en la memoria y que de repente y mejor que cualquier estética del mundo le descubren a uno el significado del arte −entonces, vaya a ver al gran Murillo. (…) Si no conoce a Murillo; si no le conoce precisamente aquí, en Sevilla, créame: Ud. desconoce aún todo un mundo lleno de indecible encanto”.
La “llena de Dios”, la criatura, hija, madre y esposa de Dios, es el origen de este “encanto” del arte, cuando plenamente humano se hace divino.
La Inmaculada de Murillo es una explosión pictórica del Espíritu Santo. Otros pintores de la Inmaculada se han quedado quizá en el exterior del misterio que querían plasmar. Han expresado a la Virgen con las manos juntas en oración, con los ojos cerrados, mirando al suelo, como queriendo expresar la “humildad de la esclava”, “rodeada de luz” y con la “luna a sus pies”
Murillo ha osado pintar en la Inmaculada, a la Madre de Dios, a la Mujer Asunta en el Cielo.
Murillo ha osado y ha osado en firme. Ha abierto los brazos a la Inmaculada y con los pinceles ha convertido, a la adolescente de 13 años que recomendada pintar Pacheco, en la mujer que da a luz al Hijo de Dios, a la Mujer que ha abierto el Cielo. A la Mujer que, en agradecimiento a Dios Padre al verse libre de pecado, y dispuesta ya a recibir en sus entrañas al Hijo de Dios en su hacerse hombre, aplasta la cabeza del demonio, acompaña a su Hijo en el camino de la Cruz, vive con Él el Gozo de la Resurrección, y con sus manos abiertas hace descender del Cielo el Aroma Divino de “Dios con nosotros”.
Murillo plasma a la Virgen María dulcemente asombrada de saberse elegida por Dios para concebir, por obra y gracia del Espíritu Santo, al Creador del Universo, y nos invita a cantar con Ella el canto de alabanza.
En Ella el abismo insondable que separa a Dios de su criatura se hace camino transitable. Y consciente de estar preparada para transmitir a la tierra a Aquel, que es “Camino, Verdad y Vida”, eleva los ojos al cielo y abre las manos en ademán de acoger toda la Luz del Amor de Dios, y sembrarla en el corazón de todos los hombres.
Contemplar una Inmaculada de Murillo hace realidad ese deseo de que la belleza lleve al hombre a Dios.
Al ir creando el mundo −que lo creó−, Dios vio “que era bueno”, al llegar al hombre, el narrador añade que Dios “vio que era muy bueno”. Al contemplar a la Virgen Inmaculada, atenta al mensaje de Dios, y la respuesta a la invitación de ser la Madre de Dios, podemos pensar que Dios dijo: “Y vio que era buena, que era bella; que es la Bondad, que es la Belleza”.
“Y todo un Dios se recrea en tal graciosa belleza, en ti celestial princesa, Virgen Sagrada María”.
Y Murillo, por gracia de Dios, recreó sus ojos, recreó sus pinceles, y trasmitió a los ojos que contemplan y contemplarán sus Inmaculadas a lo largo de los siglos, el gozo pleno de la Virgen María, Inmaculada, Asunta al Cielo, en adelanto de la resurrección final; que como buena Madre quiere abrir a cada hijo suyo en su Hijo Jesucristo las puertas del Cielo, y le invita a participar en el encuentro definitivo −reunión de familia− con Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo.
¿Sabía Murillo que el Corazón de María es el camino más directo, más seguro, más luminoso de llegar al Corazón de Cristo, de alcanzar el Corazón de Dios?
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.
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