Con frecuencia nos cuesta entender el “porqué” del mal. Pienso que nadie quiere el mal en sí mismo, pero muchos lo hacen ¿será que no lo ven como un mal?
Hannah Arendt descubrió “la banalidad del mal” mientras seguía para el New Yorker, en 1961, las sesiones del juicio a Adolf Eichmann. El concepto ilumina con precisión el estado moral de Eichmann y otros genocidas del nazismo: no eran los depravados que nos habría gustado que fueran, para poder entenderlo todo y separarnos definitivamente de ellos, sino unos simples burócratas, buenos ciudadanos, buenos hijos y padres de familia como nosotros, que cumplieron con su obligación sin considerar las consecuencias de sus actos. Eran el resultado de asumir que la única fuente de legitimidad es la ley positiva del Estado instituido gracias a la violencia, o a un pacto social siempre en precario, que la incluye como amenaza.
Creo que todos podemos correr este peligro cuando no escuchamos la voz de nuestra conciencia o no nos situamos en el lugar de quien sufre el mal. Por eso me parece tan sabio este consejo: “trata a los demás como os gustaría que os traten a vosotros”
Vicente Huerta
serpersona.info
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