Seguro que alguna vez os habrá pasado que sentís el corazón
endurecido y triste sin que eso responda a un motivo concreto sino a
todo en general. Son momentos en los que todo fastidia y molesta, no
consigues encontrar nada que te agrade, sólo quieres que te dejen en paz
y todo te estorba.
Hay veces que dura poquito, un rato, otras veces un
poco más, unas horas o unos días, y a veces hasta llega a alargarse
durante semanas. Pero de repente se va despejando todo, las nubes se van
apartando y empieza a brillar un el sol. Entonces el corazón se va
esponjando y creciendo otra vez, y si no nos empeñamos en poner
obstáculos, entra el aire y con él una especie de alegría incontrolable
que te hace reír por cualquier cosa.
Pues andaba yo el otro día pensando qué provocaba ese cambio y cómo
se podía forzar la palanquita para que entrase aire en un corazón reseco
y pensé que todo era cuestión de dar y darse, aunque
sea sólo un poquitito pero del todo y sin condiciones; olvidarse de uno
mismo por un momento, de sus tontadas y sus caprichos, de lo que le
ofende y de lo que se le debe, de sus incomodidades y sus necesidades,
de lo que nos hace sufrir o de las fuerzas que no tenemos. Cuando estás
en medio de todo ese batiburrillo de cerrazón y tristeza y encuentras
algo que te obliga a asomar la cabecilla por otro, entonces se abre la
puerta de par en par, y sin poderlo evitar entra un remolino de alegría.
Y es que no hay nada mejor que dar y darse para encontrarlo todo.
Y lo mejor es que basta con que sea un poquito, basta con escuchar muy
atentamente a nuestro hijo (cuando además ni se lo espera porque no está
acostumbrado a que lo hagamos….) y sonreírle, abrazarle y decirle que
le queremos, así sin más; basta con preguntarle a un amigo cómo van sus
cosas, esta y aquella otra, así enumerándolas si nos acordamos; basta
con ser el primero en levantarnos cuando alguien pide algo y sonreír al
darlo; basta con llamar por teléfono a nuestra suegra para contarle
alguna trastada de un nieto o algo bonito que han dicho de ella; basta
con ser capaz de sustituir el «ahora no puedo, espérate» por un «claro
que sí, ahora mismo». Son cosas que están siempre ahí, esperando que
sepamos querer a los demás, y que significan, como dice una canción que
me mandó un muy buen amigo el otro día, «El privilegio de dar».
Y un corazón privilegiado por dar y darse, nunca se endurece ni se encoge. Y una vida entregada a los demás, en lo pequeño y en lo grande, en casa y fuera de ella, es irremediablemente feliz.
Leonor TamayoPROFESIONALES POR LA ÉTICA
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