martes, 13 de noviembre de 2012

El privilegio de dar

   Seguro que alguna vez os habrá pasado que sentís el corazón endurecido y triste sin que eso responda a un motivo concreto sino a todo en general. Son momentos en los que  todo fastidia y molesta, no consigues encontrar nada que te agrade, sólo quieres que te dejen en paz y todo te estorba. 

   Hay veces que dura poquito, un rato, otras veces un poco más, unas horas o unos días, y a veces hasta llega a alargarse durante semanas. Pero de repente se va despejando todo, las nubes se van apartando y empieza a brillar un el sol. Entonces el corazón se va esponjando y creciendo otra vez, y si no nos empeñamos en poner obstáculos, entra el aire y con él una especie de alegría incontrolable que te hace reír por cualquier cosa.


   Pues andaba yo el otro día pensando qué provocaba ese cambio y cómo se podía forzar la palanquita para que entrase aire en un corazón reseco y pensé que todo era cuestión de dar y darse, aunque sea sólo un poquitito pero del todo y sin condiciones; olvidarse de uno mismo por un momento, de sus tontadas y sus caprichos, de lo que le ofende y de lo que se le debe, de sus incomodidades y sus necesidades, de lo que nos hace sufrir o de las fuerzas que no tenemos. Cuando estás en medio de todo ese batiburrillo de cerrazón y tristeza y encuentras algo que te obliga a asomar la cabecilla por otro, entonces se abre la puerta de par en par, y sin poderlo evitar entra un remolino de alegría.

   Y es que no hay nada mejor que dar y darse para encontrarlo todo. Y lo mejor es que basta con que sea un poquito, basta con escuchar muy atentamente a nuestro hijo (cuando además ni se lo espera porque no está acostumbrado a que lo hagamos….) y sonreírle, abrazarle y decirle que le queremos, así sin más; basta con preguntarle a un amigo cómo van sus cosas, esta y aquella otra, así enumerándolas si nos acordamos; basta con ser el primero en levantarnos cuando alguien pide algo y sonreír al darlo; basta con llamar por teléfono a nuestra suegra para contarle alguna trastada de un nieto o algo bonito que han dicho de ella; basta con ser capaz de sustituir el «ahora no puedo, espérate» por un «claro que sí, ahora mismo». Son cosas que están siempre ahí, esperando que sepamos querer a los demás, y que significan, como dice una canción que me mandó un muy buen amigo el otro día, «El privilegio de dar».

   Y un corazón privilegiado por dar y darse, nunca se endurece ni se encoge. Y una vida entregada a los demás, en lo pequeño y en lo grande, en casa y fuera de ella, es irremediablemente feliz.
Leonor Tamayo

PROFESIONALES POR LA ÉTICA

No hay comentarios:

Publicar un comentario