Son jóvenes o niños, pero se divierten como adultos en fiestas de madrugada con el permiso de sus progenitores: sin horarios, con dinero y sin obligaciones. Os invito a leer este artículo que incluye un acertado diagnóstico del Dr. Alejandro Navas.
Termina de arreglarse, coge la paga de la semana y, antes
de cerrar la puerta de casa, avisa a viva voz: «Papá, mamá, vuelvo
cuando me apetezca». Le esperan sus amigos en la calle. Compran bebida
para hacer «botellón» antes de meterse en la discoteca donde
permanecerán hasta que el cuerpo aguante. Quizás alguno lleve encima
sustancias estupefacientes. Quizás continúen la jarana en un «after-hour» cuando les cierren a las seis de la mañana.
Esta es la rutina de cualquier día de fiesta para una
mayoría de adolescentes, algunos mayores y otros menores de edad, en
España. Han obtenido las libertades de un adulto a la hora de divertirse
con una exigencia de responsabilidad mínima. Son las nuevas
generaciones, las educadas en un contexto familiar de máxima
permisividad y sin disciplina, un cóctel que acarrea unas consecuencias peligrosas para su presente y futuro, aseguran los profesionales de la psicología y sociología.
Las imágenes que se han proyectado estos días sobre el
evento de Halloween en el Madrid Arena pusieron de manifiesto el tipo de
público que frecuentó esta macrofiesta: jóvenes, muchos aún imberbes, y
menores de edad que todavía estudian en el instituto. La cultura «clubber»
-frecuentar fiestas nocturnas con música electrónica- se ha convertido
casi en la única fórmula de diversión para ellos. «Si no ibas a esta
fiesta de Halloween, no eras nadie», declara una de las asistentes
menores a este diario.
«Ya no hay diversión si no salen por los bares. No se
promueve el deporte ni otras distracciones. Se ha pasado de una juventud
muy reprimida, con una supervisión muy estricta, por ejemplo en los
años 50, 60 y 70, a una generación donde se hace apología del hedonismo y
el disfrute. Solo se busca pasarlo bien y vivir día a día». Es el
análisis de Alberto Buale, psicólogo clínico del programa «Recurra
Ginso» que dirige Javier Urra, primer Defensor del Menor entre 1996 y
2001. «Recurra» trata a familias en conflicto. Su público diana son
«niños y adolescentes que hacen lo que quieren por no haber tenido
límites en su educación», especifica Buale. Pondrán cara a este experto si recuerdan el programa televisivo «Generación ni-ni».
Era uno de los dos psicólogos que trataba con este colectivo
descontrolado. Según Buale, el perfil de los chicos más complicados
-algunos casos derivan en maltrato ascendente- se corresponde con el de
«jóvenes de entre 15 y 17 años que no tienen valores. En muchos, su
conducta está ligada al consumo de drogas, sobre todo hachís».
Ayuda externa
«Mi hijo tiene 16 años y ni pregunta si puede llegar más tarde a casa. Directamente regresa cuando quiere»,
cuenta María Calas, de Madrid. «Ya ni se molesta en decir que un amigo
llegaba más tarde como excusa», añade. Esta mujer está a cargo de sus
dos hijos de 16 y 20 años. Acude desde hace meses a un Centro de Apoyo a
la Familia (CAF) para recuperar las riendas de la autoridad perdida.
Reconoce que el problema está en la base de la educación que les ha dado
a sus hijos desde pequeños.
David es un murciano de 19 años que disfrutó con sus 22 amigos de la fiesta del 31 de octubre en el Madrid Arena. No se percató de la tragedia. Así lo refleja en su Twitter.
A sus 19 años, David viajó desde su ciudad hasta la capital para el
evento. «Me lo pagaron mis padres. No tengo paga ni ahorros. Lo que
necesito lo pido. Así saben para qué es y que no me lo voy a gastar en
cosas raras. Es una forma de control», manifiesta. En los últimos dos
meses ha acudido a tres eventos similares en la capital. La fiesta de
Halloween costó a sus padres 75 euros. Este joven considera que hay «más
libertades porque los padres tienen más confianza en nosotros».
«Descontrol total»
Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad
de Navarra, proyecta, basado en estudios de su ciencia, la realidad de
estas nuevas generaciones de padres e hijos: «Hay una apariencia de
control máximo, por ejemplo llamando constantemente a los móviles de los
hijos, pero en realidad hay un descontrol total. Los hijos engañan como
quieren, hay una ignorancia completa sobre las amistades y hábitos. Los padres de hoy en día tuvieron una infancia autoritaria y no quieren dar eso a sus hijos. Es engañoso. Hacen falta pautas y normas, pero no tienen valores en los que poder creer e inculcar», señala Navas.
Benjamín Ballesteros, doctor en Psicología Clínica,
recomienda «enseñar a los niños el significado de la frustración desde
pequeños. No se les puede dar todo lo que quieren». Estos expertos
alertan de las consecuencias de esta educación: conductas agresivas y falta de madurez en la etapa adulta. También dejan claro que no se puede generalizar esta tendencia a toda la sociedad, pero hablan de una «minoría significativa».
Tatiana G. Rivas
ABC
ABC
No hay comentarios:
Publicar un comentario