viernes, 12 de noviembre de 2010

¡Qué cosas consigue el Papa!

    Hace unos días, Benedicto XVI ha denunciado el laicismo fuerte y agresivo que hoy padece España, y que ello es similar a lo que se observó en los años treinta. No se trata de un análisis histórico. Lo que ha hecho es constatar que hoy existe una confrontación del laicismo contra la fe, en Europa, y especialmente desde que gobierna Rodríguez Zapatero, en España. Además, el Papa habla de lo que conoce. No olvidemos que el niño Joseph Ratzinger creció bajo un régimen-estado no ya laicista, sino abiertamente pagano y perseguidor de la religión: el nazismo. Y éste se da en una Europa donde el sectarismo antirreligioso es una realidad a la que España no es ajena.

    Quienes traen nuestra Segunda República anuncian en seguida que pretenden construir un sistema de escuelas laicas, introducir el divorcio, secularizar los cementerios y hospitales o hacer de los españoles de condición religiosa, ciudadanos de segunda. Y pronto lo ponen negro sobre blanco en la Constitución. En ella se prohíbe a los religiosos la enseñanza o se abre la puerta a la expulsión de los jesuitas (art. 26); también se excluye a la Iglesia de la posibilidad de gestionar los cementerios (art. 27), o se priva a los eclesiásticos o cualquier religioso del derecho, que sí ostenta cualquier otro español, de ser candidato en unas elecciones (art. 70).

En plena discusión constitucional el diputado Rodríguez Arévalo acusa de iniquidad y sectarismo anticatólico “a algunos miembros del Gobierno”. ¿No suena esto muy actual? De hecho, hace unos días, en Badajoz, un juez ha obligado a retirar los crucifijos de las aulas donde acuden a clase dos niños porque así lo han exigido los padres y de nada han servido las protestas de otros padres que sí querían esas imágenes religiosas en las clases de sus hijos. ¿No es esto laicismo extremo?

En los años treinta era el divorcio; hoy es equiparar las uniones homosexuales al matrimonio y el consiguiente ataque a la institución de la familia –así a secas, sin el absurdo adjetivo de tradicional– Después, ya en plena guerra, la República aprueba la primera ley del aborto de la Historia de España; este año en España se han ampliado las posibilidades de este genocidio infantil. No parece, pues, que el Papa ande muy desencaminado en su recuerdo de la España de los años treinta al contemplar nuestro presente.

Pero en aquella República no eran sólo las decisiones políticas. En los años treinta se observan cambios en el ambiente, en el clima social en relación con el hecho religioso. Durante la monarquía, el catolicismo vivía una situación cómoda. Sacerdotes, obispos y religiosos en general eran personas respetadas: insultar a alguno de ellos, por ejemplo, era motivo hasta de sanción gubernativa.

La práctica religiosa –acudir a misa, a los sacramentos…– era para no pocos, y especialmente en pequeñas comunidades, un acto social: ¿cómo no se va a acudir a la misa dominical? (Conviene apuntar que, también es verdad que la práctica religiosa de muchísimos es sincera y convencida). Pero todo ello cambiará. Desde abril de 1931, ofender o incluso apedrear a un sacerdote por la calle, especialmente en barriadas populares u obreras, no es, y cada vez más, motivo de reprimenda ni, mucho menos, de sanción.
Abandonar la práctica religiosa empieza a dejar de ser, cada vez en más casos, motivo de censura por parte del resto de la sociedad, especialmente en el medio urbano. Recordemos, además, que al poco de iniciarse la República, un enfrentamiento con unos monárquicos en la madrileña calle de Alcalá termina con la quema de templos en Madrid y otras capitales. Aquella España de los treinta asiste a un proceso de secularización, o al menos una aceleración del mismo, como hasta entonces no había conocido. Y no otra cosa ha afirmado el Santo Padre.

Y acierta el Papa cuando propone como camino de encuentro entre fe y laicidad la apelación a la cultura española. Porque, en aquellos años treinta en plena Edad de Plata, si en algún ámbito el laicismo y el enfrentamiento con lo religioso fue menor tuvo lugar en el mundo intelectual. Entre los hombres de la cultura los había alejados de la fe, pero también católicos y el respeto e incluso la amistad entre ambos grupos no fue cosa rara.

Y no perdamos de vista que en esta reacción –a veces airada– de esa progresía contra las palabras de Benedicto XVI se les ha visto el plumero. Nos dicen que el Papa se ha excedido por aludir a los años treinta, o sea, a la República, al ser ésta muy laica. Curioso. Ahora resulta que no les vale su propia (y recreada) “memoria histórica”. Porque, vamos a ver, ¿no nos querían presentar la Segunda República como un régimen idílico, ejemplo de Estado de derecho democrático, y quienes se levantaron contra ella como unos rebeldes ignominiosos?

Desde esa visión, que el Papa compare la situación actual con la de entonces sería algo no digno de crítica, sino de elogio y felicidad para ellos. Cuando la alusión a la España de los treinta es considerada improcedente se reconoce implícitamente que la auténtica verdad es que aquel régimen republicano, en su proclamada laicidad, no fue tan bondadoso como nos han querido presentar ¡Qué cosas consigue el Papa!

LA GACETA

No hay comentarios:

Publicar un comentario