miércoles, 26 de febrero de 2014

Contemplación y evangelización


   Hay personas que piensan que rezar examinar la propia conciencia es perder el tiempo y nos separa de los demás. Pero no es así, más bien lo contrario. Todos los sabios han señalado la contemplación comorequisito para ver correctamente la realidad. Sin la oración (el diálogo con Dios) y la contemplación no es posible salir de uno mismo para ayudar a los demás. 

     Especialmente es necesario para los educadores y en general para todo cristiano, pues todos tenemos responsabilidad para ayudar a los otros en el camino hacia Dios. Es uno de los temas de fondo de la exhortación Evangelii gaudium, del Papa Francisco.





Contemplación de nuestra cultura urbana


            Tiene presente el Papa que la finalidad de nuestra salvación, el Cielo, no es simplemente un lugar o un estado sino también una ciudad. De la contemplación de la ciudad celeste extrae motivo para su reflexión sobre los desafíos de las culturas urbanas:

             “La nueva Jerusalén, la Ciudad santa (cf. Ap 21,2-4), es el destino hacia donde peregrina toda la humanidad. Es llamativo que la revelación nos diga que la plenitud de la humanidad y de la historia se realiza en una ciudad. Necesitamos reconocer la ciudaddesde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas. La presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada. Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero, aunque lo hagan a tientas, de manera imprecisa y difusa” (Evangelii gaudium, n. 71).

            Prosigue Francisco: “En la ciudad, lo religioso está mediado por diferentes estilos de vida, por costumbres asociadas a un sentido de lo temporal, de lo territorial y de las relaciones, que difiere del estilo de los habitantes rurales. En sus vidas cotidianas los ciudadanos muchas veces luchan por sobrevivir, y en esas luchas se esconde un sentido profundo de la existencia que suele entrañar también un hondo sentido religioso.Necesitamos contemplarlo para lograr un diálogo como el que el Señor desarrolló con la samaritana, junto al pozo, donde ella buscaba saciar su sed (cf. Jn 4,7-26)” (Evangelii gaudium, n. 72).


Contemplación para salir de nosotros mismos hacia los demás

            Desde ahí nos propone rechazar una espiritualidad “espiritualista”(individualista, intimista) y en el fondo egoísta. Además de decir que “no”, en el ambiente social, a la exclusión de los pobres, a la idolatría del dinero, a la desigualdad y a la violencia, y en los evangelizadores, a la tibieza egoísta, el pesimismo estéril y la mundanidad espiritual,  hay que decir que “Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo”.

            En ese marco propone el Papa salir de nosotros mismos, superar la desconfianza hacia los demás y las actitudes defensivas de nuestra comodidad, ir al encuentro de los demás, de sus rostros reales (necesidades, dolores, alegrías), rechazar el aislarse en una vida espiritual que nos aleje de ellos, volviéndonos individualistas o cómodos. Y todo esto implica que tenemos que aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, “incluso cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad” (n. 91).

            Lo que hemos de buscar –apunta– es “una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno” (n. 92).


Contemplativos de la Palabra y del pueblo

            Lo que se dice del predicador, que debe ser “contemplativo”, vale también para el educador o formador, y en general para todo cristiano: ha de ser “un contemplativo de la Palabra y un contemplativo del pueblo” (n. 154). Es decir, ha de saber descubrir las aspiraciones profundas de la gente, sus necesidades, sus preguntas, para ser capaces de ayudarles con el mensaje del Evangelio y la vida cristiana. Con palabras de Pablo VI, se trata de una “sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios”; ser capaz de descubrir “lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia”.

            Y así, como escribe Juan Pablo II, el predicador –cabría decir, de nuevo, el educador cristiano y todo cristiano– debe ejercitarse en el discernimiento evangélico que intenta reconocer –a la luz del Espíritu Santo – “una llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada; en ella y por medio de ella Dios llama al creyente” (Pastores dabo vobis, 10).

            La contemplación es también requisito para una verdadera ayuda de dirección y acompañamiento espiritual, tal como pide la evangelización: necesitamos, señala Francisco, “la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario” (Evangelii gaudium, n. 169), para luego poder hacer presente la presencia cercana del Señor junto a ellos y su mirada personal. Para eso hay que aprender siempre “a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5).            

     Y añade: “Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana” (Ibid). Y desde ahí ejercitar la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu Santo, y especialmente el arte de escuchar: “La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida” (Evangelii gaudium, n. 171).

            Así aprenderemos también, sobre todo los educadores y formadores, la pedagogía de saber llevar a los otros paso a paso hacia las virtudes con inmensa paciencia, animando a las personas sin juzgarlas (cf. Ibid). “La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer” (n. 172).

            La necesidad de la contemplación es asimismo condición para descubrir a Cristo en los pobres y necesitados: “El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia” (n. 199). Solo así podremos lograr que se sientan como en su casa, cuando están con nosotros.


Contemplación para evangelizar

            En suma, de la contemplación surge siempre de nuevo el deseo evangelizador, el afán apostólico. “Dejando que Él nos contemple”, desde el crucifijo o el Sagrario, se renueva en nosotros el deseo de comunicar a los demás “lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos” (1 Jn 1, 3). O también en la lectura y contemplación del Evangelio y de los misterios de la vida del Señor: “La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (n. 264).

            Es lógico que todo ello se refuerce con la oración de intercesión, porque nuestra oración ha de estar llena de los demás: “Así descubrimos que interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño” (n. 281).

            En definitiva, la oración y el examen de conciencia bien hechos y la búsqueda de la presencia de Dios a lo largo del día nos llevan siempre a los demás, a sus necesidades, comenzando por quienes viven conmigo: cómo son, qué necesitan, qué les alegra o entristece, cómo descansan, qué puedo hacer por ellos; incluso aunque me resultaran distantes o difíciles de tratar, pues “donde no hay amor pon amor y sacaras amor” (San Juan de la Cruz).

            Para aprender este espíritu contemplativo que se traduce en evangelización, el Papa nos aconseja acudir a María. Ella “es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás ‘sin demora’ (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización” (n. 288). Y en la oración final Francisco le invoca en esta misma línea:


            Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,

madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.

 Ramiro Pellitero
www.iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com

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