martes, 5 de mayo de 2015

En la escuela de María. Contemplar cada día los misterios del Rosario


Estupenda publicación de D. Antonio Schlatter, que os ofrezco en este mes de mayo
“Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la ‘escuela’ de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje” (San Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, n.14)
Los veinte misterios que componen el Santo Rosario forman en su conjunto un compendio de todo el Evangelio y son una fuente inagotable de contemplación[1].
Por otra parte, como nos recuerda con frecuencia el Magisterio de la Iglesia, la Sagrada Escritura debe leerse e interpretarse como un todo, como una unidad[2].
Por ambos motivos es lógico que cada misterio del Rosario (como sin duda cada escena del Evangelio) puedan y deban leerse a la luz de las otras escenas. Como también es coherente que cada misterio, con su luz insondable (por eso precisamente se denominan “misterios”), arroje claridad y comprensión en los demás.

Con ese fin (ayudar a contemplar las escenas del Rosario) y con ese método (hacerlo a la luz de otras escenas) escribo estas líneas.
Por supuesto, además de este método existen otros muchos modos posibles de llevar a cabo la contemplación de los misterios del Rosario. La oración −toda oración, también el Santo Rosario− no es una técnica, sino una gracia. Y por ese motivo no cabe encorsetar ni limitar el modo en el que el Espíritu Santo y el alma pueden entrar en un diálogo amoroso en el que todo es libertad.
De hecho, al final se añade un apartado en el que se sugieren al menos otras dos formas de vivir esta costumbre: contemplar cada misterio a la luz de una virtud concreta y distinta cada día, o bien hacerlo dejando que cada una de las escenas culmine en una piadosa jaculatoria que salga del alma enamorada y se dirija al Señor o a su Madre bendita.
Por último, y más allá de lo que aquí se pueda sugerir, no podemos olvidar que por encima de todo se encuentra la piedad personal de cada uno que, con la ayuda del Espíritu Santo, puede penetrar en las escenas que el Santo Rosario sugiere y sacar de ellas múltiples consideraciones.
No se trata por tanto de decir cómo debe contemplarse el Rosario sino algo más sencillo: transmitir a otras personas lo que ha sido para muchos un gran descubrimiento en la vida de piedad. Si el rezo del Rosario, tantas veces sugerida por la Madre de Dios y por nuestra Madre la Iglesia, es sin duda una fuente inagotable de crecimiento en el Amor de Dios a través de la Virgen, no menos beneficioso para el alma resulta la costumbre –ojalá vivida a diario- de contemplar brevemente todas las escenas que forman parte de esa oración.
Y entrando ya en concreto en las virtualidades del método empleado he querido emparejar de dos en dos los veinte misterios que lo forman para, a partir de ahí, sacar ideas que ayuden a dar unidad a esos pasajes y sacar en lo posible más fruto espiritual que la contemplación de cada misterio hecha en solitario.
Una última observación. El emparejamiento de los misterios ha sido aleatorio. Como lo han sido todas y cada una de las veinte consideraciones que se hacen, que han ido surgiendo a partir de la lectura meditada de cada pareja de misterios. Lo más bonito e importante es que cada uno nos lancemos a hacer otras consideraciones y a emparejar otros misterios.
Es muy necesario perder el miedo a meterse por caminos de contemplación. Confiemos en las infinitas posibilidades que todos tenemos. El Santo Rosario es la oración de los sencillos. La Madre de Dios nos espera en cada escena, y el Espíritu Santo nos llevará en volandas. Como decía San Josemaría Escrivá de Balaguer, gran contemplador y difusor de esta secular devoción, meditar las escenas del Rosario llevará a muchas familias a recorrer el camino que lleva de la Trinidad de la Tierra (Jesús, María y José) a la Trinidad del Cielo.
Los Misterios del Santo Rosario contemplados de dos en dos
La Encarnación del Hijo de Dios y la Institución de la Eucaristía
1. “Et Verbum caro factum est” (Jn 1,14). Y el Verbo se hizo carne. “Tomad y comed todos de Él, porque esto es mi cuerpo”. Y el pan se hizo carne. La misma carne: la que se encarnó en el vientre de María y la que se encarna en manos del sacerdote. La misma sangre: la que corre por las venas de Jesús y de María y la que se transubstancia del vino en el cáliz.
2. Por la fuerza del Espíritu Santo la Virgen concibe al Hijo de Dios. Así también, “cooperante Spiritu Santo” (“con la cooperación del Espíritu Santo”) −que eso es la epíclesis de la Santa Misa− tiene lugar el milagro de la Eucaristía.
3. La Virgen pudo traer a Cristo una vez en la vida. Fue la primera en ejercer esa función sacerdotal. Los sacerdotes, cada vez que pronuncian en nombre de la Iglesia las palabras de la Consagración, traen a Cristo a la Tierra.
4. María, mujer eucarística, porque es la primera en llevar a Cristo a quien ya siempre, y en cada Eucaristía, podrán recibir todos los cristianos de todos los tiempos. La primera en decir “fiat”, “hágase”. Como cada cristiano que se acerca a recibir al Cuerpo de Cristo y responde: “Amén” (“Así sea”), “hágase”.
5. La fragilidad del embrión, que va creciendo poco a poco, totalmente necesitado de los cuidados de la Madre, es similar a la fragilidad del pan, algo tan liviano, tan oculto, tan pasivo.
6. La vida más oculta de Jesús, la más escondida, la más humilde, podría ser la que vivió en el vientre de María. Pero más oculta y más humilde la que se halla, misteriosa, envuelta en pan eucaristizado, escondida en cada Sagrario.
7. “¿De qué modo se hará esto si no conozco a varón?” (Lc 1,34). Aunque no se pueda entender con la sola razón, sin embargo con la lógica del Amor (el Espíritu Santo) sí se puede concebir la concepción de Cristo. Igual pasa con el misterio de la Eucaristía, que no responde a la fría lógica racional, pero cualquiera que sepa lo que es amar lo comprende. Si alguien que ama a otro pudiera irse y quedarse (y Dios lo puede hacer) lo haría: “Esto es mi cuerpo; haced esto en memoria mía.”
8. El poder de la Palabra de Dios. Dios Padre con su Palabra, crea el mundo. La Palabra de Dios se encarna, y con la fuerza de la Palabra de Dios (las mismas que el Verbo empleó en la Última Cena), tiene lugar la transubstanciación. Tanto en la Encarnación como en la Eucaristía Dios se sirve de intermediarios (la Virgen y los sacerdotes); pero es la Palabra de Dios la que obra el milagro.
9. La Encarnación tiene lugar mientras la Virgen hacía oración. La Eucaristía es la oración más elevada que existe, diálogo trinitario, corriente de Amor Infinito. En el Cenáculo el amor de Dios se vuelca en sus discípulos y en toda la Humanidad.
10. “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1,38). La Encarnación tiene lugar gracias a la actitud de servicio y entrega total de la Virgen. Cuando Cristo tiene que preparar a los apóstoles para su misión, justo antes de la Institución de la Eucaristía, lo primero que hace es lavarse los pies, labor de esclavos. Ambos misterios son fruto de una condición previa: la humildad de saberse esclavos, servidores, del único Señor.
11. “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Estaba anunciado por los profetas y la palabra de Dios siempre se cumple. La Virgen se fía de las palabras del ángel,  y la palabra de Dios se cumple siempre. Como se cumple en cada Consagración: a la voz del sacerdote, que en ese momento es Cristo, lo que se dice se cumple. Porque son palabra de Dios.
12. La Eucaristía se instituye cuando llega la hora de pasar de este mundo al Padre (Jn, 13,1). La Encarnación tiene lugar cuando llega la hora de pasar del Padre al mundo (“en el sexto mes”, Lc, 1,26). Dos despedidas y dos llegadas. Dos pasos de Dios. Dos pascuas.
13. Se hacía noche en el mundo, los nuevos ritos dejaban paso a la Nueva Liturgia, a la Nueva Alianza sellada con la carne y la sangre de Cristo. Cuando Jesús es concebido se hace noche en el mundo antiguo y comienza una nueva Creación.
14. María es el primer Sagrario. Ella es la puerta del Cielo, la que está a la entrada de Dios, la primera que le da cobijo. Basta llamar a su puerta para que nos lo muestre. Ningún Sagrario mejor que el alma limpia de una persona. En especial, el alma de María.
15. “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). La sombra que cubre a la Virgen en su concepción nos recuerda esa otra nube (la shekinná) que cubría el Tabernáculo de Dios en el desierto, ardiente como el fuego del Espíritu Santo, que no dejaba ver el rostro de Dios, como el conopeo del Sagrario, como el delicado cuerpo de María.
16. ¡Cuántos cosas le diría María a su Hijo durante el embarazo! Y le cantaría y le mandaría caricias y besos, y harían proyectos juntos… Así ha de ser la oración ante la Eucaristía: llena de calor y de afectos.
17. La Iglesia ha querido recoger el nombre de San José junto al de la Virgen María en las Plegarias Eucarísticas en un lugar destacado. Para que se sepa que el papel de San José tanto en la Eucaristía como en la concepción de Jesús, no es irrelevante. Gabriel fue a anunciar a María, “una virgen desposada con un varón llamado José” (Lc 1,27).
18. Decía San Josemaría que la devoción mariana más importante es la Santa Misa. Ahí es donde está más presente la Virgen como Madre de Dios. Su primer “fiat” se reactualiza constantemente en cada Eucaristía, con el mismo realismo, con la misma trascendencia. No es que se repita la escena. Simplemente es la misma. No es que Dios se encarne muchas veces. Se encarnó una vez y, siendo Dios −no sujeta a tiempo y a espacio− eso bastó.
19. “Salve, llena de gracia, el Señor es contigo”. “El Señor esté (está) con vosotros”, se dice también varias veces durante la celebración eucarística. Desde la Encarnación, Dios está en el mundo. La Eucaristía “sólo” nos recuerda, constantemente, esta verdad tan consoladora
20. “El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”. El clima de recogimiento que envuelve la escena de Nazareth nos sirve de modelo para pensar cómo vivimos ese mismo recogimiento cada vez que el Señor se vuelve a hacer presente sobre el altar. Más todavía cada vez que viene a alojarse dentro de nosotros.
La Visitación de la Virgen a Isabel y el Anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión
1. “Y ahí  tienes a tu prima Isabel, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era llamada estéril hoy cuenta ya el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible” (Lc 1,36). El anuncio de Gabriel a María es semejante al anuncio de tantos profetas que anunciaban la llegada del Reino de Dios, con la misma confianza en el poder de Dios a pesar de la esterilidad que mostrara el pueblo elegido.
2. Juan Bautista anuncia la inminencia de la llegada del Reino de Dios. Él mismo ha recibido ese anuncio, el primero de todos, directamente del propio Jesús, cuando éste aún ni siquiera podía hablar.
3. Juan es la voz, Cristo la Palabra (San Agustín). En Ain Kharim la Virgen es la voz, la Palabra su Hijo encarnado, de quien está embarazada.
4. El primer anuncio de la llegada del Reino de Dios tiene lugar sin palabras. La simple cercanía de un embrión divino a un embrión humano. La Evangelización requiere solamente dar testimonio, estar presentes y cercanos a los otros. Lo demás lo hará misteriosamente (realmente) el Espíritu Santo.
5. Ante la cercanía de Jesús y el simple saludo de María, Juan salta de gozo en el vientre de Isabel. Ante el anuncio de la Buena Nueva el alma se transforma. La doctrina cristiana no es sólo informativa; es performativa, cambia la vida, no te deja indiferente.
6. María anuncia el mensaje “cum festinatione” (con prisa), superando las montañas. No hay obstáculos y sí mucha urgencia, a la hora de anunciar el Reino y llamar a la conversión.
7. “¿De dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a visitarme?” (Lc 1,43). El anuncio del mensaje cristiano es totalmente inmerecido. Sólo cabe dar gracias y recibirlo con humildad.
8. Humildad del portador. De la Virgen, la más humilde, que lleva el mensaje hecho carne. Todo mensajero, todo apóstol, lo primero que necesita y ha de pedir es la humildad de quien se sabe portador de un tesoro inmerecido.
9. “Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo, cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen” (Lc 1, 49-50). Toda labor de anuncio del Reino es obra de Dios. Es la gracia de Dios −y no nuestras ideas, por buenas que sean− la que debe derramarse en cada generación. Hemos de anunciar que Dios Todopoderoso está en nuestros días más dispuesto que nunca a hacer cosas grandes, que no se ha empequeñecido “el poder de su brazo”.
10. “¿Qué debemos hacer?” Le preguntan a Juan. Y les habla de preparar el alma, llevar una vida digna y virtuosa, hacer penitencia. Les habla de lo que él mismo vive y de lo que ya había sido anunciado sobre él y corría de boca en boca por toda la región: “¿Quién pensáis ha de ser de este niño? Porque la mano del Señor estaba con él” (Lc 1,66). Y anunciado con la visita del mismo Cristo.
11. ¡Qué sintonía entre los primos! Ya antes de nacer se entendían y vivían perfectamente unidos, en unidad de mente y corazón. En la labor de anuncio del Reino de Dios lo más importante es esa sintonía interior con la mente y el corazón de Cristo y, a través de Él, con todas las almas.
12. Tal y como la Virgen se entera de la situación de su prima no lo duda ni se lo piensa y decide ir a ayudarla. Conocer las necesidades materiales y espirituales de las almas supone salir de inmediato a ayudarlas. No hay tiempo de pensarlo más, no hay tiempo que perder. La conversión está hecha de obras concretas. Por eso es también lógico que San José acompañara a la Virgen. San José sería una ayuda necesaria para su esposa, y además, cuando llegara a Ain Kharim la Virgen ayudaría a Isabel a preparar la ropa del pequeño Juan, mientras que San José le construiría la cuna que necesitaban. Obras concretas de servicio y caridad; en eso consiste la auténtica conversión.
13. “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Un doble movimiento, de un mismo acto. En realidad, lo primero es la fe, creer. Y puede ocurrir por tanto que exista una persona que crea de tal modo que no necesite conversión. Es el caso de la Virgen: “beata quae credidisti” (Lc 1,45).
14. “Convertíos y creed”. Conversión, cambio radical de vida, porque aún es posible que surja una nueva vida. Dios no sabe de esterilidades ni distingue entre modos ordinarios o extraordinarios de concebir. La conversión genera fecundidad siempre. De cada acto de conversión surge una nueva criatura.
15. “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lc 1,45). Anunciar el Reino de Dios es obedecer un mandato, hacer cumplir lo que se le dice a alguien de parte del Señor, y que por venir de Dios se cumplirá. Y todo ello será la alegría del apóstol.
16. Cruzar las montañas supone peligros, cansancio… pero un cansancio que acaba en una gran alegría. La alegría de encontrarse con Dios, de llevarle a todas las almas. La labor apostólica ha de ser muy cansada, pero con un cansancio lleno de alegría; no la acedia de quien actúa como un mandado y no por amor.
17. ¿Es María la que lleva a Jesús? Aparentemente sí. Pero en realidad es la presencia de Cristo la que tira de Ella. Así el verdadero apóstol. No es tal el que lleva un mensaje, simplemente. El apóstol auténtico es aquel que es sobrenaturalmente empujado por el Espíritu Santo a transmitir la fe por doquier.
18. Una madre anciana recibe la visita y la ayuda de una madre jovencísima. Anunciar el Reino de Dios es anunciar la llegada de un mensaje nuevo y lleno de vida que debe sustituir a los ritos antiguos. Dios ha venido a llenar de juventud, a hacer nuevas, todas las cosas.
19. Para orar, Cristo enseñó una oración a los discípulos: el Padre nuestro, en el que decimos: “Venga a nosotros tu Reino”. Para orar también la Virgen nos enseñó un canto, el Magnificat, que engrandece al Señor y también a toda criatura que reconoce humildemente su poder.
20. El Magnificat recoge una síntesis del anuncio del Reino. Será la primera formación que recibirá el Bautista desde el seno de su madre. Ahí está todo: la grandeza y el poder de Dios, el júbilo del espíritu, la humildad de la criatura, la misericordia derramada constantemente… en fin, todo “según lo que había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre” (Lc 1,55).
El nacimiento del Hijo de Dios y la Crucifixión y Muerte de Cristo
1. “En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo” (Lc 2,1). Dios se sirve de ese personaje histórico como una causa segunda. Como se sirvió de Pilatos. Parecía que mandaba, pero en realidad… Si Cristo quisiera mandaría una legión de Ángeles. Como el día de su Nacimiento.
2. Herodes buscó al Niño para matarlo. Estaba escrito, lo sabía; pero no se enteró. El otro Herodes le interrogó y estuvo delante de Jesús, pero no recibió contestación. Ambos estaban tan cerca, y sin embargo −por el pecado− tan lejos.
3. En Belén nace nuestro Dios. Belén, casa del pan. Eucaristía, pan que transubstanciado renueva el sacrificio de Cristo: la Santa Misa. Cristo nació para morir: “yo bajé a la Tierra para padecer” (villancico). La vida y la muerte unidas en la tensión no ya de un instante, sino de una eternidad.
4. No hay lugar en la posada. Jesús llama y no le abren. Estando aún dentro del vientre de María ocurre eso. Como en Jerusalén el viernes Santo. La Virgen pide consuelo, pero está sola: “Oh vosotros, cuantos pasáis por el camino, mirad y ver si hay dolor comparable a mi dolor”.
5. Al pie de la Cruz, María con Cristo en brazos. En el establo de Belén, María con Jesús niño en su regazo.
6. “Como pasa la luz por el cristal”, sin dejar rastro, nace Jesús de María, sin los dolores propios del parto. También la Muerte del Señor está ausente de los dolores y desgarrones propios de los demás crucificados. La Vida, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia que nace de su Costado nace sin que nadie se dé cuenta.
7. Dolor y alegría en Belén. Mueren inocentes y parecen triunfar los malvados; pero Dios acaba como siempre burlándose del poder del Maligno. Como en el Calvario.
8. Llegaron los Reyes Magos a escondidas para adorarle. Y volvieron por otro camino, convertidos. En el Calvario pasó Nicodemo, José de Arimatea, Longinos… que volvieron por otro camino. Todos lo tenían claro: “Verdaderamente, éste era Hijo de Dios”.
9. Pobreza de Belén. Unos pañales, la única ropa que el Niño posee, hechos probablemente por su Madre. En la Cruz le queda la túnica, también hecha por la Virgen, hasta que se la quitan para echársela a suertes. Sólo la síndone, hecha de un material noble, envolverá finalmente su cuerpo.
10. Le dan a beber vino mezclado con hiel. La hiel, hecha de incienso y mirra. Esos regalos de los sabios de Oriente anuncian los futuros padecimientos de Jesús. No quiso beberlo. Su entrega es total.
11. Pastores, gente sencilla, reciben la noticia y van a darle compañía y cariño. En Jerusalén fueron las santas mujeres, que no dejaron nunca de estar en sintonía con Él. Y Juan, también con la sencillez pastoril del adolescente, al que por eso mismo Jesús amaba de un modo especial.
12. ¿San José? ¿No estaba en el Calvario? Claro que tenía que estar. San Josemaría se alegró mucho al descubrirlo. Como San Juan ¿No estuvo Juan en Belén? Nosotros somos Juan ¿No estamos ahora de hecho contemplando, contemporaneizando, esa escena y ese momento? Además, miremos a esa mula y a ese buey. La tradición los pone ahí justo para recordar que ese momento responde a un hecho histórico, tangible. En esas bestias se hallan representadas la misteriosa humanidad que no logra entender el misterio que encierra el nacimiento de Jesús.
13. Jesús levantado sobre la tierra, sobre un  madero; todo incomodidad. El Niño elevado de la tierra sobre un pesebre; lo menos incómodo que allí había. Madera de Cruz o de pesebre. O bien −si así hubiera sido− roca de pesebre y de sepulcro.
14. “Sic nos amantem, quis non redamaret?” (Adeste fideles) Ante un amor que se entrega así, que nace y muere así, ¿quién no devolverá un amor semejante?
15. Sólo el primer gritito o bostezo… el primer “mamá” o “papá” de Jesús, hubiera sido suficiente para redimirnos. Pero Cristo quiso darnos hasta el último, hasta la expiración, hasta el último “Abba, Padre”, “Padre, perdónales…”, “Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo ahí tienes a tu Madre”
16. Con qué frecuencia en la Escritura se asimila la muerte y el sueño: “Lázaro duerme”; luego tiene que aclarar que se refería a su muerte. Jesús Niño parece dormir, pero su corazón vigila. Cristo en la Cruz duerme, pero su corazón permanece vigilante por toda la eternidad.
17. Tras su muerte de Jesús, lo primero es bajar a los Infiernos, debajo de la Tierra, a rescatar las almas de los justos. Tras su nacimiento Jesús surge de la Tierra, para salvar al mundo entero.
18. Vienen a saludarle los pastores, los sabios… al verdadero Rey, anunciado por una estrella. Jesús nazareno rey de los judíos. Estaba escrito y lo escrito, escrito está. Y hubo rayos, tormentas, se rasgó el velo del Templo: la naturaleza manifiesta con su racionalidad lo que los hombres, poco racionales a veces, no son capaces de manifestar.
19. Ángeles anunciando su nacimiento les llevan al Portal y lo flanquean. Ángeles a la entrada del sepulcro. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Los ángeles anuncian siempre la vida, porque anuncian a Dios. Y cuando llega la muerte saben consolar, a la espera de la Vida.
20. Belén, un mundo de caricias y besos, a un Niño de piel dulce e intacta, un gozo para los sentidos que alimenta infinitamente la piedad. El Calvario caricias y besos a cada una de las innumerables llagas del cuerpo roto de Jesús. Los sentidos pueden tocar el sufrimiento, el dolor de amor. La Piedad. En Belén y en el Calvario no es ya que el corazón tenga sus razones, que la razón no conozca (Pascal); es más: es la hora del corazón. Porque el corazón es lo único que en ese momento es capaz de razonar.
La Purificación de la Virgen y Jesús con la Cruz a cuestas
1. Jesús lleva la Cruz por el camino del Calvario. A cada paso que da se va llenando el caudal de su corazón misericordioso, hasta que rebose al expirar. Y también a cada paso, como si de vasos comunicantes se tratara, el caudal de nuestros pecados se va extinguiendo. Sólo la Virgen aporta consuelo al caudal de su Hijo. María apuntala y refuerza con su misericordia los enormes muros que forman el embalse infinito del Corazón de Jesús.
2. El peso de la Cruz es el peso de los pecados. Jesús se alimenta de ellos, le hacen latir más fuerte. También María sentía ese peso de las iniquidades, que busca compartir con Jesús. Sus corazones, por eso, laten al unísono, como dos ruedas de un mismo reloj que estuvieran perfectamente sincronizadas.
3. ¡Qué poco pesa el Niño en brazos de San José! ¡Y cuánto pesa la Cruz que Cristo lleva por nosotros! Cristo ha venido para que podamos disfrutar de una vida en la que saboreemos la Cruz casi como si no nos costara nada. Él lleva el peso y, cuando vamos a cogerla nosotros, nos damos cuenta de que la Cruz de Cristo no pesa sino que descansa. Una paradoja más de la vida cristiana.
4. Jesús cumple con las prescripciones de la Ley, aunque María no necesite ninguna purificación ni fuera necesario rescatar a Jesús Niño. Justo es Él quien ha venido a redimirnos. Pero cumple lo previsto aunque no sea necesario. Incluso lo hace aunque sea infinitamente injusta, como la que manda crucificar, sin cargos ni pruebas, a una persona, sólo porque el pueblo está fuera de sí. Jesús siempre se somete a la Ley. Sólo después la llena de sentido.
5. La sangre de la circuncisión es la misma que llena el cuerpo exhausto de Jesús cargado con la Cruz. Una sola gota de esa sangre (bien de niño recién nacido, bien de hombre a punto de fallecer), bastaría para ahogar en gracia todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos.
6. La Sagrada Familia paga en el Templo el rescate más barato, conforme a la condición pobre de sus padres: un par de tórtolas o dos pichones. Pero cuando lo que está en juego es nuestro rescate, el precio que Dios está dispuesto a pagar es incalculable, es… todo. Siempre le parece insuficiente. Cristo se deja comprar a un precio irrisorio, mientras que “tú y yo hemos sido comprados a gran precio”.
7. Este niño ha venido para ser signo de contradicción ante todos los hombres, le profetiza Simeón a sus padres. La saña, los insultos, el cinismo… que acompañan a Jesús hasta el Calvario nos hace comprobar la veracidad de esa profecía.
8. “¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación!” La Virgen no, pero nosotros… Acompañar a Cristo en el Vía Crucis es sacar constantemente el propósito de ser almas de expiación que ayuden al Señor a llevar la Cruz.
9. El cuerpo intacto del Niño recibirá en el templo su primera herida. Las lágrimas saldrían del pequeño ante el dolor inesperado. Pero cuando, consciente, su cuerpo es todo una llaga, se le ve afrontar y soportar serenamente ese dolor inmenso. Para que aprendamos a forjarnos poco a poco en la escuela del dolor.
10. Jesús encuentra a María, su santísima Madre, por el camino por el que pasa. En el Templo, como en la vida dolorosa, sus miradas limpias se encuentran y cada corazón vierte en el otro su propio dolor y todo su cariño. María comparte con su Hijo sentimientos fuerte y reales. María siempre fue, desde que nació, corredentora.
11. La necesidad de ser rescatado hace que Jesús quiera ser considerado como un pecador más, sin que haya nada en Él mancha alguna. La Cruz a cuestas hace de Cristo uno más en la lista de los malhechores, sin que haya en Él culpa alguna.
12. Jesús es llevado al Templo no para ser rescatado (no era necesario) sino para ser presentado. Jesús, llevando la Cruz, es presentado a todo el pueblo que lo ve sufrir. Es su carta de presentación. También para un cristiano su signo de presentación será siempre llevar la Cruz de Cristo, acompañándole por los caminos de la tierra.
13. De la boca de Simeón sale el canto del Nunc dimittis. Ahora ya ha visto ese hombre lo que tenía que ver en esta Tierra, la venida del Mesías. También nosotros, contemplando a Jesús que lleva la Cruz con todos los pecados de los hombres ya hemos visto lo más importante. Ya hay de verdad esperanza fundada.
14. A pesar del dolor de Jesús y de la amarga profecía, en la Sagrada Familia habría en ese día un ambiente festivo y de alegría. En el reverso de la Cruz que destroza el cuerpo de Cristo también está la alegría de saber que está a punto de cumplirse la Redención.
15. La Virgen acompaña a su pequeño, le rodea de cariño, besos y cuidados. Se enternece ante la criatura y le limpia sus lágrimas. La tradición nos dice que también Cristo se vio acompañado y consolado por María cuando su cuerpo cedía una y otra vez ante el peso del madero, y sus ojos desfigurados casi no podían ver, velados por el sudor y la sangre. María es la Verónica que constantemente sigue a Jesús y le hace notar el consuelo y el amor que necesita para seguir adelante.
16. Simón de Cirene y Simeón en el Templo. Personajes paralelos que intervinieron y participaron en ambos misterios. Dios se ayuda siempre de personas que, cuando están disponibles (aunque sólo pasaran por allí) acaban siendo protagonistas de la vida de Cristo. Actúan con la autoridad que les dan otros (bien a la fuerza unos soldados en el caso de Simón, bien el servicio en el Templo en el caso de Simeón), pero resulta necesario que ellos mismos digan que sí están dispuestos.
17. “Una espada te atravesará el alma”, le profetiza Simeón a María. Durante el recorrido de Jesús del Pretorio al Calvario esa espada de siete filos fue atravesando poco a poco el alma de la Virgen para hacerla compadecer con su Hijo hasta la muerte.
18. “Será como una bandera discutida”. El paso del Señor por las calles de Jerusalén, en presencia de tantos que fueron curados y que le querían bien, y en presencia también de otros muchos que se habían dejado llevar por las calumnias, hace que ese día (y ya será así para siempre), Jesús sea un motivo de discordia que dividirá el mundo. Ante Dios nadie puede ser indiferente.
19. Una anciana, fiel al Templo y devota, que llevaba muchos años sirviendo en el Templo, es la que lo ve y se goza de ello. Con su presencia da consuelo a la Virgen y a San José. También las mujeres fieles que acompañaban a Jesús eran el consuelo de María en esos momentos. ¡Cuánto puede consolar a la Virgen nuestra fidelidad!
20. María y José estaban asombrados de lo que se decía de su hijo cuando le llevaron al Templo. Y no salían de su asombro de lo que se decía de Él cuando le llevan por la vía dolorosa camino del Calvario. Y lo meditan en su corazón para que ese asombro se haga aún más grande. Todas las escenas de la vida de Cristo han de llenarnos de asombro al ver hasta qué punto (no lograremos jamás entenderlo) Dios nos ama y nos lo ha demostrado con creces.
El Niño perdido en el Templo y la Asunción de la Virgen
1. La Sagrada Familia sube a Jerusalén con su Hijo. Después, tanto José como María subieron a la Jerusalén celestial con su Hijo. San José con esa discreción que siempre le caracterizó. La Virgen también a su modo, discreto pero patente, para que nadie se pierda en el camino al Cielo.
2. El camino que la Sagrada Familia emprendían todos los años hacia Jerusalén estaría lleno de momentos contemplativos, junto a Jesús, disfrutando del espectáculo del cielo estrellado y de un mundo era ya redimido. Tantos momentos en los que María saboreaba ya del Cielo por adelantado.
3. Buscaban a Jesús entre parientes y conocidos. Nuestra primera misión en la tierra debe ser querer compartir el Cielo con nuestras familias, querer llevarlas a Dios. La Virgen sería recibida en el Cielo en primer lugar por San José. Nosotros hemos de ser recibidos en el Cielo por tantas personas de nuestra familia a las que ya aquí en la Tierra pudimos acercar −en realidad fue la gracia de Dios a través de nosotros− a Cristo.
4. Al mismo tiempo, Jesús se quedó en el Templo sin contar con el permiso de sus padres. Cuando se trata de seguir a Jesús, el amor de Dios debe estar por encima a veces de la voluntad (buena pero humana) de nuestra familia. La Virgen subió al Cielo cuando lo dispuso su Hijo, no cuando Ella hubiera querido según su humano parecer.
5. Encontraron a Jesús en el Templo. Ese templo que Cristo reconstruirá en tres días, el de su Cuerpo. San José nos llevará siempre a María, y ambos nos llevarán a Jesús. Ambos nos hacen muy humano y muy sencillo el modo de llegar a Cristo.
6. Y María se quedó meditando en su corazón lo que su Hijo les había contestado: ¿no sabíais que debo dedicarme a las cosas de mi padre? Y por fin llegó el día en que todo aquello que la Virgen llevaba meditando en su corazón se llenó de luz. Ahora todo estaba clarísimo.
7. Jesús decide quedarse cuando llega al Templo, porque lo considera su casa; es la Casa de su Padre, no un mercado. La Virgen sube al Cielo también para quedarse; porque su verdadera casa, su verdadero hogar, aquel al que siempre se vuelve, es el Cielo. Ella y sólo Ella es la Reina de la Casa, la Reina del Cielo.
8. María y José buscan desesperadamente a Jesús. María sube al Cielo para buscarle. No puede estar sin Él ¿O quizás sea Jesús el que “no puede” estar sin Ella? Tampoco María podía estar sin José. Sor Lucia, la vidente de Fátima, meditando sobre la escena de la Asunción de la Virgen, decía que en aquella ocasión ocurrió algo que se dio por primera vez y que ya nunca se volverá a dar: que Dios dejó que San José fuera aquel día el que recibiera a la Virgen en el Cielo. Es lógico que Ella quisiera que la primera persona que viera en el Cielo fuera a José. Los tres se necesitaban constantemente, se buscaban entre ellos en la Tierra, se encontraron inmediatamente en el Cielo.
9. Buscar a su hijo durante tres días. Podemos fácilmente caer en la cuenta de la ansiedad que tendrían sus padres. Buscar con ansia a su Hijo fue lo que hizo María durante toda su vida. Su Asunción es la conclusión lógica y coherente de un modo de vivir basada en una búsqueda incesante de Cristo.
10. María es Inmaculada. Nunca perdió conscientemente a Jesús. Mientras Jesús estaba perdido en el Templo Ella estaba aún más unida a su Hijo, para suplir la separación física. María nos enseña que la distancia física que sentimos a la hora de poder tratar a Jesús más tangiblemente no supone un obstáculo para tratarle y quererle siempre más.
11. El Templo de María es “todo gracia”. En Ella vive el Espíritu Santo en plenitud. Nosotros somos templos del Espíritu Santo, pero puede que no siempre esté Él dentro de nosotros. En la medida en que vivimos en gracia podremos ser dóciles a sus inspiraciones, y escuchar a Dios, que siempre es mucho más importante que decirle cosas.
12. El  bullicio que habría en Jerusalén cuando la Sagrada Familia perdió a Jesús y el silencio sagrado que habría en el momento de la Asunción de María, nos hacen comprender la importancia del silencio para estar cerca de Jesús y no distraernos con el ruido de otras cosas que, incluso con buenas disposiciones, nos podrían hacer perder al Señor.
13. Contemplando la escena de Jesús perdido en el Templo “quedará muy grabada en tu alma y en la mía la obligación de dejar a los de nuestra casa para servir al Padre celestial”. O la obligación de María, a pesar de que tanto la necesitarían los apóstoles, de dejarles para irse al Cielo. O la de tantos padres que por ley de vida se han de ir. Desprendimiento.
14. En el Templo el Niño Jesús enseña a los Maestros y escribas, y éstos se quedan admirados. Desde el Cielo la Virgen enseña a todos sus hijos. Cuántas cosas de las que Jesús enseñaba las aprendió de su misma Madre. Esa admiración de los maestros en el Templo ante Jesús es parecida a la admiración de los ángeles y los santos ante la llegada de María. No es lo mismo saber las cosas que vivirlas y contemplarlas personalmente. Unos y otros habían escuchado hablar del Mesías que vendría, de la Virgen que subiría. Pero sus expectativas quedaron, como siempre, muy cortas.
15. Perder a Jesús es perder la gracia. Volverlo a encontrar es volver a estar junto a Él; que la Trinidad Beatísima habite en mi alma, hacer de nuestro corazón la morada de Jesús, el Cielo. Para subir al Cielo como la Virgen hemos de saborear ya esa presencia íntima de Dios entre nosotros y dentro de nosotros. Como la Virgen, que antes de subir al Cielo ya era de algún modo un trozo del Cielo en la Tierra.
16. Tras la angustia de perder a Jesús, la alegría inmensa de volverlo a verle, a tocarle, a escucharle… Tras las penalidades de la Tierra que la Virgen pasó, tras la muerte de Jesús sobre todo, la alegría inmensa de volver a ver, tocar y escuchar a Jesús.
17. La Virgen, ¿murió o se durmió? No está claro. La Iglesia no dice que muriera, ni habla del sepulcro… Parte de la Tradición piadosa dice que Dios debió evitarle ese momento. Te responderé cuando me respondas a esta otra pregunta: Jesús, ¿se perdió adrede o se despistó? Por si acaso te daré una pista más: Hijo, ¿cómo nos has hecho esto?”.
18. Jesús se perdió en una de esas ocasiones en que la Sagrada Familia subía a Jerusalén. Subir a Jerusalén. Eso es la vida. Subir a esa Jerusalén celestial que abrió sus puertas y adornó sus calles y se gastó todo su infinito presupuesto para recibir a su Reina.
19. “Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria”. Sólo entonces el Cielo será el cielo. ¿Hasta cuándo estuvo Jesús en el Templo? Tres días… los que sean necesarios. El tiempo que tardaron María y José en encontrarle a Él; esa es la medida para que se cumplan los tiempos de Dios… Jesús espera que su Madre llegue. La Virgen es para nosotros nuestra esperanza. Para Jesús es la espera.
20. “Es tanta la Majestad de la Señora que hace preguntar a los ángeles: ¿quién es ésta?” Y la Virgen llegó al Templo e interrumpió el discurso de su Hijo entre aquellos sabios boquiabiertos y embelesados. Algún torpe pensará para sus adentros, ¿quién es ésta? La majestad y el porte de María sería suficiente para ver que era su Madre. Tal majestad no se conocía ni por aquellas tierras ni por aquellos cielos. Por fin, ángeles y hombres piensan lo mismo. Ante María, todos de acuerdo. ¿María obstáculo para el ecumenismo, o en general para la unión entre los hombres? ¡qué torpeza!
La oración en el Huerto y la venida del Espíritu Santo
1. En Getsemaní, la noche en que Cristo fue capturado, estaban reunidos todos, en un mismo lugar, junto a Jesús. También “al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar” (Hch 2,1). A Cristo le ha sustituido el Espíritu Santo, el mismo Dios. Allí están todos, la primera Iglesia en los apóstoles, y toda la Iglesia en Cristo y en el Espíritu Santo.
2. En ambas escenas los apóstoles aparecen como sujetos pasivos de los acontecimientos. Se ve claramente que es Dios (Cristo o el Paráclito) el que actúa a pesar de la resistencia humana. Incluso cuando los cristianos parece que actuamos con total autonomía y plena capacidad, en realidad es Dios el que actúa siempre y va por delante.
3. “Pater mi, Abba” ¡Papá!, clama Jesús en Getsemaní. Es e Espíritu Santo el que nos hace decir, ¡Padre, papá! Fruto del Espíritu Santo es la filiación divina, en nosotros y, antes, en el mismo Cristo. Nuestra filiación participa de su filiación.
4. El Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles y María Santísima para llenarles de alegría. En el huerto de Getsemaní el Espíritu Santo consuela al mismo Cristo. “Tú eres nuestro Consolador, don de Dios Altísimo” (Himno Veni Creator)
5. Se encontraban en el Cenáculo haciendo oración, con María, cuando irrumpió el Espíritu Santo: viento impetuoso, llamas de fuego… Se encontraba Jesús haciendo oración y en su alma había más que eso: toda la fuerza y la violencia de todos los pecados de la Humanidad son calmados por el Paráclito.
6. “Orad, para no caer en la tentación”. En ese momento no lo hicieron, no pudieron, y cayeron. Pero habían aprendido la lección y, ante el temor a los judíos, sabían bien cuál era la solución: orar. De ese modo, por mala que pareciera la situación, sabían que Jesús estaba junto a ellos y no tenían que temer. Rezaban junto a María, y la tentación del abandono se alejó definitivamente.
7. “Padre, si es posible, aparta de Mí este cáliz”. ¡Cuánto le costó a Jesús (sudor y sangre) aceptar la voluntad de Dios! También a los apóstoles. Sabían lo que les esperaba. Pero también sabían lo que estaba en juego (la salvación de muchas almas) y de Quién se fiaban. Por eso Jesús responde inmediatamente (“No se haga mi voluntad sino la tuya”); y los apóstoles respondieron igual en cuanto pudieron, esto es, en cuanto recibieron la fuerza del Espíritu Santo.
8. En el huerto de Getsemaní los apóstoles reaccionaron con violencia frente a la turba que venía a capturar a Jesús. ¡Qué distinta la actitud en el Cenáculo! Miedo, y un miedo que les paraliza. Y cuando por fin Pedro reacciona no l hará ya con violencia, sino que pronuncia un discurso sereno y convincente (¡quién le ha visto y quién le ve!). Y se convirtieron miles de personas de aquella muchedumbre.
9. De los apóstoles, el único que no estaba era Judas. En realidad, siempre estuvo ausente. Si aparece es peor: un beso suyo entregó al Maestro. En los momentos malos es precisamente cuando vale la pena perseverar junto a Jesús. No vivir ausentes, en lo nuestro. Si nos ausentáramos justo entonces seríamos unos traidores.
10. El día de Pentecostés el Espíritu Santo irrumpe con fuerza, llenando de paz y alegría los corazones. En Getsemaní son los hombres −comandados por Judas− los que irrumpen con violencia llenando la noche de amargura y miedo. ¡Qué distintas consecuencias traen consigo la violencia humana y la violencia divina! A partir de esas consecuencias podemos distinguir la fuerza que viene de Dios de la que es humana solamente, por más que lleve el título o la fachada de divina.
11. El Espíritu Santo transformó el corazón de los apóstoles. De apocados y timoratos hizo hombres arrojados y audaces. La oración de Jesús culminó la obra en su voluntad humana; si algún temor había (y Dios Padre le hizo beber ese cáliz con el máximo rigor), en aquellos minutos de oración de Jesús llegó al holocausto de su propia voluntad, abandonó en el Padre todo temor.
12. Los apóstoles llegan a dormirse por la tristeza o acedia. Hasta tres veces debe despertarles el Maestro. Sus disposiciones son buenas, pero han perdido el fuego de la fe en Cristo. Igual que en Pentecostés. Solo que esta vez es el Espíritu Santo quien viene a despertarles y decirles: “Levantaos; vamos” (Mc 14,42). Y ellos resurgen para llevar a todas las almas el mensaje de Salvación.
13. ¡Cómo sería el ruido el día de Pentecostés, que acudieron en masa muchos que entonces se encontraban en la ciudad! Una masa desconcertada ante el Milagro de las lenguas, dispuestas a oír las maravillas de Dios. ¡Qué distinta de esa otra masa que se formó a raíz de la captura de Cristo! Una estaba formada por personas concretas, que iban a ser bautizadas una a una. La otra era una masa anónima, sin nombres, arrastrada por otros, incapaces de escuchar la palabra de Dios. ¿A qué masa pertenecemos nosotros?
14. Tras la captura de Jesús, “todos los discípulos le abandonaron y huyeron”. Tras Pentecostés, todos ellos volvieron a estar junto a Él e hicieron el firme propósito de no abandonarle más. A esto Pedro añadirá: “esta vez va en serio, porque no lo digo ya fiado en mí sino confiando en Ti, Señor”.
15. “Me muero de tristeza” (Mc 14,31) Reflexionando sobre el dolor provocado por la muerte de su esposa, decía un autor que nunca habría podido imaginar que la tristeza llegara a parecerse tanto al dolor (C.S. Lewis). Cuando esta tristeza es total, el único dolor parecido es el de la muerte. Al irrumpir el Espíritu Santo les devolvió la alegría, pero junto a ella la misma vida. Resucitaron.
16. “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). Cristo siempre dócil hasta el final. También los apóstoles desde que recibieron la fuerza del Espíritu Santo, que “doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero” (secuencia de Pentecostés). Así resume la Escritura la vida de Cristo: obedeció. Así debería resumirse también la vida de todo cristiano.
17. ¿En qué pensaba Jesús durante su oración? En nosotros, en todos los hombres, en sus apóstoles. ¿En qué pensaban los apóstoles reunidos aquel día de Pentecostés? En ellos mismos, hasta que recibieron el don del Espíritu Santo. Su ensimismamiento (estar llenos de ellos mismos) se convirtió en verdadero entusiasmo (estar llenos de Dios).
18. ¿Dónde está María en ambas escenas? Sosteniendo a Jesús cuando los apóstoles no están dispuestos a hacerlo. Y sosteniendo a los apóstoles cuando Jesús no está con ellos. Siempre en un eficacísimo segundo plano. En ese plano en el que el Espíritu se maneja mejor, para llevar con delicadeza a cada alma hacia Dios.
19. La iconografía representa a veces el rostro de Cristo con una llaga ostensible, producida por el beso traidor de Judas. El soplo del Espíritu Santo cura todas las llagas, todas las heridas, que embargaban el corazón de los apóstoles. Quedaron curados, recuperaron su verdadero rostro.
20. “Señor, ¿herimos con la espada?” (Lc 22,49). Seguramente fue Pedro el que lo dijo, porque de hecho luego hirió a Malco. En Pentecostés fue Pedro el que desenvainó  también el primero, pero esta vez esa espada más afilada que espada de doble filo, que es la Palabra de Dios. Hirió con la fuerza de la gracia a miles de almas con un solo discurso. Y a la vez él mismo comprendió cuáles eran los medios que un cristiano debe emplear para atraer a las almas al Amor de Cristo, y cuáles no.
La flagelación del Señor y las Bodas de Caná
1. Las Bodas de Caná se han incluido como uno de los misterios luminosos del Santo Rosario: comienza la vida pública, el poder de Dios, la luz de la gracia y de la alegría de estar con Dios… La flagelación es una de las páginas más significativas de la hora de las tinieblas. En la hora de la luz, nosotros somos los protagonistas, que disfrutamos de la que Dios nos da. En la hora de las tinieblas, Jesús es el protagonista, que sufre por nosotros para facilitarnos siempre más el camino que lleva a Él.
2. El modo de sufrir del Maestro es excesivo. “Más sangre, más saña, más aún” (San Josemaría). No era “necesario” tanto sufrimiento. También el vino de las bodas de Caná fue excesivo, sobreabundante: “llenad las tinajas hasta arriba”. La sangre y el vino sobreabundantes son manifestaciones de la sobreabundancia del Amor de Dios.
3. Y el vino es el de mejor calidad. Y la sangre de Cristo no es una sangre cualquiera: limpia, pura… divina. La novedad del mandamiento nuevo del Amor no consiste tanto en amar más cuanto en amar mejor, del mejor modo, con el Corazón del mismo Cristo. El mejor vino, el de Caná, forjado con el tiempo en esa barrica que es el Corazón de Dios; y la mejor sangre: una sola gota de ella puede liberar de todos los crímenes al mundo entero (Himno Adoro te devote)
4. “¿Qué nos va a ti y a mi mujer?” Sabía Jesús perfectamente lo que tenía que hacer y que lo iba a hacer. Pero la pregunta queda, porque esa pregunta nos interpelará ya siempre a todos los que leemos el Evangelio, nuestro Evangelio. ¿Qué nos va a ti y a mí en la flagelación del Señor? ¿Comprendemos que todo aquello que Jesús sufre lo hace por nosotros, por mí en concreto?
5. “Haced lo que Él os diga”; y los criados obedecen. Como obedecen los soldados que flagelan sin piedad. Obedecen en realidad a la voz de Dios, pues Dios es el que va voluntariamente a la flagelación. Va Él, no le lleva nadie. Cristo obedece al Padre (llena de dolor su Pasión hasta arriba) y el mundo obedece a Cristo. Si no obedeciéramos a Dios, si no fuéramos un eslabón más en esa cadena que llega hasta el Padre, caeríamos en el vacío más absoluto. En cambio, si aprendemos a obedecer, el mismo Dios tira de nosotros hacia arriba.
6. “No tienen vino” (al principio sólo se da cuenta María). No tienen caridad (en la flagelación podemos darnos cuenta ya todos). Aceptan pasivamente las consecuencias del pecado. María es la que primero y mejor entiende que la hora de la mayor desesperanza es justo la hora de Dios. La oscuridad de la noche es mayor justo en el momento previo a romper el alba (Papa Francisco).
7. “Mujer, no me ha llegado la hora”. La Virgen adelanta la hora. Cuando llega la hora Jesús toma la iniciativa. La hora de Jesús ha sido ya, pero María nos enseña algo que no debemos olvidar: allí donde un alma clame a Dios con fe, allí precisamente se cumple la hora de Dios; allí donde la criatura reconoce su indigencia, su menesterosidad, y deja obrar a Dios, la hora de Dios ha llegado de nuevo.
8. El maestresala dirige la operación. Ha quedado en entredicho su labor, pero el Señor es tan delicado que no quiere dejar de contar con Él para hacer el milagro. También la flagelación iría dirigida por algún mando intermedio del ejército del César. Su labor quedará ya siempre en entredicho. Pero no su profesionalidad. Jesús deja hacer para que –paradójicamente- quede claro que nadie como él conseguirá nunca en la historia del mundo, infligir tanto dolor en una persona.
9. “Llenad las vasijas” (Jn 2,7); y el milagro viene. El mayor milagro, la Resurrección de Cristo viene también cuando Cristo en la Cruz llega a sufrir hasta el extremo, a la medida de su Amor (Jn 13,1). Tal es el ansia de sufrir que los soldados se asombran de que muera tan pronto. Mientras la flagelación va llenando a ritmo rápido su afán de expiación. Por eso permite y manda ser azotado mucho más de lo que legalmente estaba previsto y permitido. No hay tiempo que perder.
10. Jesús atado a la columna nos habla del valor positivo que puede llegar a tener el sometimiento; incluso el de Dios respecto a la criatura. Dios es dócil y fiel entonces y siempre lo será. Sólo Él es fiel. La bendición del sacramento del matrimonio en Caná y de todos los sacramentos cristianos nos habla del valor positivo de someterse los contrayentes, y de la necesidad de fundar ese enlace en el sometimiento y la fidelidad de Dios, ante quien se comprometen verdaderamente los novios. Todos los demás son testigos.
11. ¡Atar las manos a Jesús! ¡Atar a Dios! ¿Quién puede empequeñecer el poder del Omnipotente. Sin embargo, en eso puede resumirse la Historia del mundo. Un Dios que quiere lo mejor para sus hijos, pero que les da para lograrlo tanta libertad que podrán −y de hecho lo intentarán generación tras generación− atar las manos a Dios. Pero Dios hace milagros sin esfuerzos. Su poder no se ha empequeñecido. Ni tampoco la miseria del hombre.
12. Los discípulos fueron invitados a la fiesta de bodas. El día de su flagelación también reciben una invitación: la de compartir con Él el dolor de los azotes, la ignominia de la flagelación, las burlas del mundo. En los momentos buenos y en los malos, los discípulos de Jesús son invitados a compartir con Cristo su vida.
13. La flagelación (al menos la flagelación romana) no era algo discrecional, sino todo un ritual; aunque en el caso del Señor hubiera más dolor. También las bodas (sobre todo las bodas judías) respondían a un ritual muy claro y tradicional, aunque también en Caná hubo algo −alguien− especial.
14. En la flagelación, la figura del Señor −su belleza− deja paso a un cuerpo y un rostro destrozado y desagradable. La fealdad de Jesús llegará al cenit, frente a la belleza del cuerpo resucitado. La belleza (como en el caso de unas bodas y de todo compromiso fruto de la gracia de Dios) rivalizará siempre frente a la fealdad (que es proporcional a la oposición a Dios).
15. “Estaba allí la Madre de Jesús (Jn 2,1). También en el lugar de la flagelación estaba María. Tan atenta, haciéndose cargo de lo que estaba pasando. No le interesaba el ruido de los invitados, ni de la gente que gritaba en torno a Jesús atado a la columna. María es la única que comprende de verdad lo que está sucediendo: comienza y termina la vida pública de Cristo, y Ella sólo desea compartir esos momentos con su Hijo.
16. Las Bodas de Caná son uno de esos signos que San Juan relata para hacer ver la llegada del Mesías. También se sabía (lo describe muy bien el profeta Isaías) que el Mesías tendría que padecer mucho, que no tendrían compasión de Él. Ambos son signos de un tiempo nuevo.
17. En Caná Cristo convierte el agua en vino. En su flagelación convierte el vino en su sangre. En la Santa Misa una gota de vino (todas nuestras obras) se convierten en vino y con la Consagración ese vino se transubstancia en la Sangre de Cristo. La Eucaristía es un compendio de ambos misterios del Santo Rosario.
18. Las tinajas estaban allí en realidad para las purificaciones de los judíos (Jn 2,6). Aquella columna en la que atan a Jesús estaba allí en realidad para el castigo de los malhechores. Jesús, que no tiene que purificarse pues es precisamente Él quien hace puras todas las cosas, y que no tiene culpa alguna por las que ser castigado, le da a aquellas tinajas y a aquella columna un sentido distinto, las dignifica. Cristo puede hacer de todo y de todos, instrumentos válidos de su Pasión.
19. “Todos sirven primero el vino bueno y cuando están ya bebidos el peor; tú en cambio has guardado hasta ahora el vino mejor” (Jn 2,10). Así actúa Dios. Las obras de Dios, las obras sobrenaturales, comienzan bien para culminar mejor. Cristo va mostrando con obras su amor por nosotros: Belén, la vida oculta, los milagros, sus discursos… para culminar con lo mejor: su Pasión. ¿Por qué se extraña el maestresala? ¿Por qué se extrañan aquellas personas buenas que se muestran desconcertadas cuando ven que Dios parece tratar peor, cada vez más, precisamente a los que le quieren y le tratan? ¿No es ese el modo habitual de obrar de Dios?
20. Termina el relato de Caná diciendo que “los discípulos creyeron más en Él”. Ya creían, pero aquello confirmó su fe, le dio alas. Por eso Dios permite también −ya que somos tan ciegos para ver la mano de Dios en las cosas más corrientes− que haya milagros y grandes. Con la flagelación Dios permite un dolor atroz para aumentar nuestra confianza en su Amor por nosotros. Ya que somos tan miserables que de este modo nadie de conciencia normal podrá dudar jamás de su cariño y su entrega.
La Coronación de espinas y la Coronación de la Virgen.
1. Dos coronaciones, la de la Madre y la del Hijo, una de gloria y otra de ignominia. En realidad ambas de gloria. El mismo Pilatos lo presenta como rey, y así manda escribirlo; y lo escrito, escrito está. Estaba escrito en la Sagrada Escritura.
2. ¿Luego Tú eres rey? Tú lo has dicho. Y mi Madre Reina, y Emperatriz del Universo. Como no podía ser menos.
3. En la coronación de espinas parece (así lo hace ver San Juan Crisóstomo) que el Infierno entero se había puesto en movimiento para humillar a  Jesús y aumentarle los dolores. En la Coronación de la Virgen es también el Cielo entero el que participa para dar gloria a su Reina.
4. Una corona de rosas para la Virgen y una corona de espinas para Jesús. No hay rosas sin espinas. Por eso es la misma corona. No se pueden separar la gloria y la Cruz. Desde que Cristo vino a la Tierra, van siempre juntos.
5. Ante la escena de la coronación de espinas debería brotar en nosotros un propósito firme de nunca más pecar, de aborrecer todo pecado deliberado por pequeño que sea. Ante la escena de la Coronación de María Inmaculada surge, por otro camino bien distinto, el mismo propósito.
6. “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir”. Según la ley humana Dios debe morir. La justicia humana es muchas veces muy injusta. Pero la justicia divina no sólo es justa, sino que lo es a la medida del Corazón de Cristo, que manda dar gloria a todos los que han sabido amar a Dios en la Tierra. En el caso de la Virgen, la que más ha amado a Jesús, era de justicia su Coronación gloriosa.
7. A la Virgen la coronaron los ángeles, siendo mujer; la mujer. A Cristo le coronaron los hombres, siendo hombre; el hombre. Así de estrecha es la unión entre ambas humanidades. Todo aquel o aquella que viva conforme a la naturaleza humana, será coronado.
8. “Aquí tenéis al hombre”. Y mostró a Jesús rendido y coronado de espinas, objeto de burlas… un fantoche, un gusano. Pero Hijo de María. Y aquí tenéis a la mujer: una reina majestuosa, toda armonía, toda belleza, toda luz, toda atracción. Su heredero es aquel gusano tronchado y medio muerto. Príncipe, que no mendigo. ¡Anímate!
9. Le rinden pleitesía de vasallos, a la Virgen, los Ángeles, los Patriarcas, los Profetas. A Jesús le abofetean, le escupen y se ríen insultándole y haciendo burlas con sus reverencias y mofas. Es la eterna alternativa del obrar humano. O adorar a Dios o burlarse de su reinado.
10. Cada espina de su corona no es sino una ofensa que cometí. Mientras que nuestras obras buenas son, para la Virgen, joyas engarzadas en su Corona de Reina. ¡Cómo brillan! Tanto que no dejan ver, con su fulgor, las espinas de Cristo.
11. La Coronación de la Virgen es el final lógico de una vida llena de Dios, volcada en hacer siempre y en todo la voluntad de Dios. La Coronación de Cristo es el final lógico de una vida hecha de amor, de amor rendido a la voluntad del Padre y de amor incondicional a cada hombre.
12. ¡Qué mal entienden los hombres a veces el reinado de Cristo! Cristo enseña que reinar es servir. Por eso deja hacer, para que se cumpla en Él todo lo previsto y poder redimirnos a todos. La Virgen también reina, como la que más, porque es la que más sirve: “He aquí la esclava del Señor”. El poder de reinar está en el servicio.
13. ¿Dónde está el rey de los judíos?” Se preguntaban los Reyes de Oriente. Y lo encontraron envuelto en pañales en un pesebre. ¿Dónde está el rey de los judíos? Se preguntan tantos en Jerusalén aquel primer viernes santo. Lo encontrarás, denigrado, azotado, rey de burlas, coronado de espinas y condenado. Siempre hay unos pocos que saben reconocer a Dios en las circunstancias más adversas de la vida. Sobre todo en esas.
14. Ante Cristo coronado, habla Pilatos: “¿Qué queréis que haga con vuestro Rey?”. La respuesta: “¡Crucifícale!” ¿Qué queréis que haga con María? ¡Glorifícala! Ni en broma queremos que la Virgen deje de reinar sobre todo lo creado. Sólo Ella es digna de ostentar ese título. Su Hijo lo ha querido así, y Él es el que manda.
15. Cubren a Jesús con un trapo de púrpura, viejo y sucio. Por cetro una caña. A la Virgen la cubre un espléndido manto azul recamado de oro, bordado de estrellas. Toda mancha de pecado quedó en el manto de Jesús. María es la primicia de lo que Dios hace en nosotros: vestimos un traje nuevo, el de la gracia y las virtudes, que debemos custodiar con nuestra propia vida.
16. La corona de espinas es clavada a martillazos en el cuero cabelludo de Jesús, dejando caer regueros de divina sangre. La Virgen lleva su corona con tal gracia y donaire, que derrama con su sola presencia alegría y salero. La Virgen es la Iglesia que nos entrega los sacramentos: la sangre y el agua de Dios, que inundan el mundo.
17. Jesús padece, pasivamente, el escarnio. Y así hace la Redención. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres (Benedicto XVI). La Virgen, hasta el final de su vida, deja hacer, bien sea para el dolor bien sea para el momento de ser glorificada ante toda la Humanidad. Dejemos obrar más a Dios.
18. Jesús no se muestra alegre en aquellos momentos terribles a los que es sometido. Sufre, y lo sabe hacer, con naturalidad. Con la misma naturalidad hace también todo la Virgen. Su timidez, en aquellos momentos de gloria, pasaría toda una prueba de fuego. Pero vivió esos momentos como siempre; sin pensar en el qué dirán, sin pensar en Ella para nada. Naturalidad.
19. Una señal apareció en el Cielo: una mujer vestida de sol. Otra señal apareció en la Tierra: un niño envuelto en pañales, vida oculta, milagros… y lo anunciado por los profetas; el Mesías será torturado por los hombres y condenarán a muerte al mismo que vino a salvarlos.
20. “Dios te Salve, Rey de los judíos”… “Salve, Regina, Mater misericordiae; Dios te salve Reina y Madre… a Ti suspiramos en este valle de lágrimas”. Éste es el motivo por el que lloro: mis pecados, que llevaron a tu Hijo a ser tratado de esta manera. Y saber que lo hizo precisamente por mí.

La Resurrección de Jesús y la Transfiguración
1. “Y subiendo con ellos a un alto monte, se transfiguró en su presencia” (Mt 17,2). Llama la atención la altura del monte Tabor, en relación con el relieve que le rodea. ¡Qué diferencia frente a la colina que era el Gólgota! Pero para lo que supone el acontecimiento de la Cruz, subir al Calvario es un esfuerzo mucho mayor que subir al Tabor. Y es que la Resurrección tiene un valor definitivo, mientras que toda transfiguración es un adelanto muy transitorio de esa glorificación.
2. La Transfiguración es un misterio de luz, y la Resurrección un misterio de gloria. De todas formas, podríamos perfectamente cambiarlos de lugar. La Transfiguración muestra la gloria de Dios y a la vez la Resurrección es un misterio lleno de luz. El día del Sol es el día también del Señor resucitado.
3. “Su aspecto era como de relámpago y su vestidura blanca como la nieve” (Mt 28,3).  “Su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz” (Mt 17,2). No tiene muchos recursos San Mateo para describir el cuerpo transfigurado y glorioso de Jesús. Blancura. Mucha blancura: como la luz, como la nieve, como la gracia, como la vida.
4. La Transfiguración y la Resurrección nos hablan de dos tiempos en los que se puede vivir: el tiempo de lo que es caduco y pasajero, y el tiempo de lo presente y definitivo. La Transfiguración nos ayuda a dar un valor muy relativo a los triunfos humanos, por grandes que sean o parezcan. La Resurrección por su parte nos debe ayudar a trabajar por lo que es eterno. Todo lo que no sea encontrar a Dios en lo que hacemos, es caduco, pasajero… es perder el tiempo. Hemos de vivir en la eternidad de Dios.
5. Fueron las mujeres las que vieron primero al Señor resucitado, mientras que la Transfiguración la vieron sólo hombres. No me atrevo a sacar grandes conclusiones, y pido perdón si alguno se ofende. Pero sí me atrevo a decir que el amor de las mujeres tiene un algo de fidelidad y de intuición que el hombre no tiene. Más bien suele ir por detrás, incluso por más que se le anuncie (¡y varias veces!) lo que va a pasar.
6. “¿Quién nos quitará la piedra del sepulcro?” (Mc 16,3). ¡Que fe tan grande la de aquellas mujeres! La de los apóstoles aún dejaba mucho que desear. Aquellos tres recibieron en el Tabor un fuerte impulso, todavía demasiado humano, pero suficiente para el papel que tenían entonces que jugar. Crezcamos en vida de fe. Pidamos al Señor que nos aumente la fe.
7. Buscan a Jesús en el sepulcro. Pero no lo encuentran. Lo encontrarán después, pero ya resucitado, distinto. También los discípulos vieron a un Jesús distinto en el Tabor, siendo a la vez el mismo. Hemos de aprender a mirar a las personas, a mirarlas siempre mejor: transfiguradas, resucitadas… Si queremos ayudar a que cambien hemos de verlas ya cambiadas. También a nosotros mismos.
8. “¡Ha resucitado! Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. La vida pudo más que la muerte”. También la Transfiguración tiene lugar unos días después de que el Señor anunciara a los discípulos que habría de padecer, ser crucificado y resucitar. La Vida triunfa. La Vida es Cristo.
9. “En verdad os digo que hay algunos de los aquí presentes que no sufrirán la muerte hasta que vean el Reino de Dios que ha llegado con poder” (Mc 9,1). Seis días después tendrá lugar la Transfiguración. ¿Se refería el Señor a esa visión? Porque luego todos murieron. Él mismo murió. ¿O se refería a la visión del cuerpo resucitado de Cristo, una vez vencida a la misma muerte? En cualquier caso dos escenas para recordar que para un cristiano la muerte es vida.
10. “Mientras estaba orando” (Mc 9,1) tuvo lugar la Transfiguración del Señor. También para ver a Cristo resucitado es necesario tener esa actitud contemplativa, de oración. La que tuvo en primer lugar María, y que la tuvo siempre. Sólo un alma que cuide su oración, sus tiempos de estar a solas con Dios, puede gozar de la contemplación de la gloria del Señor ya aquí en la Tierra. La oración es la puerta que siempre tendremos para −como sugiere San Pablo− buscar y saborear las cosas de arriba.
11. Subiendo al Calvario tuvo lugar el triunfo de Cristo, con un cuerpo transfigurado, lleno de llagas y de sangre, desagradable de ver. Subiendo al Tabor tiene lugar esa prefiguración del triunfo de Cristo, con su cuerpo también transfigurado, pero esta vez tan agradable que los protagonistas quieren quedarse: “Maestro, qué bien se está aquí”.
12. A los lados de Jesús en el Tabor, Elías y Moisés, los profetas y la Ley Antigua. A los lados de Cristo en el Calvario el buen y el mal ladrón. El buen ladrón irá al Cielo directamente, como Elías en su carro de fuego. El mal ladrón no entiende lo que pasa, no está a la altura de los nuevos tiempos, de la nueva lógica, de la Nueva Ley.
13. Juan, testigo de excepción de ambas escenas. Testigo aparentemente pasivo, se limita a acompañar; pero acompaña siempre. Juan ha decidido seguir al Maestro vaya donde vaya. Y así se explica su “suerte”, que en realidad es fidelidad y amor.
14. El rostro de Jesús en el Tabor se vuelve resplandeciente como el Sol y sus vestidos blancos como la luz. Así debió ser la Resurrección. No tanto un proceso, sino un golpe de luz que hace de un cadáver un cuerpo glorioso, que ni siquiera son capaces de reconocer la Magdalena, los discípulos de Emaús…
15. También Pedro protagoniza la escena. Él es el primero en ver el sepulcro vacío. Y el único en abrir la boca en el Tabor ante la maravilla que ven sus ojos. Su madurez se impone y así será transmisor fiel de esas primicias.
16. “Levantaos y no tengáis miedo” (Mt 17,7), les dice Jesús a los apóstoles tras la visión que han contemplado. Y lo mismo va diciéndoles tras su Resurrección, primero a María Magdalena, luego a los apóstoles en el Cenáculo… Y sigue diciendo constantemente. Son dos actitudes que hemos de tener siempre y que un cristiano no puede ni debe perder. Es más, que como cristianos hemos de llevar a los demás en tantas situaciones de la vida.
17. “No me toques”, dice Jesús a la Magdalena que intenta abrazar el cuerpo resucitado. “Aún no he subido al Padre”. Los discípulos se mantienen a cierta distancia del cuerpo resucitado y del cuerpo transfigurado de Cristo. Pudor lógico y asombro ante el misterio.
18. La mañana del domingo de Resurrección un ángel avisa a los que llegan que no han de buscar entre los muertos al que vive. Les devuelve a la realidad, cuando lo que ven no parece que sea lógico. En el Tabor es el mismo Cristo el que tiene que devolver a sus tres discípulos a la realidad, sin que puedan ni deban olvidar lo que acaban de contemplar.
19. La Transfiguración es una muestra del Cielo que se enseña a la Tierra. Es lo que más se parece a la visión mística, sobrenatural, contemplativa. La Resurrección es lo que más se parece a lo que, como humanos, somos capaces de ver ya aquí. El cuerpo que come con sus discípulos en el Cenáculo, con o sin Tomás; el que se aparece a los de Emaús; y antes a la Virgen y a María Magdalena… Es un cuerpo glorioso, que pertenece al Cielo, aunque pueda manifestarse en la Tierra.
20. Alegría, triunfo, paz, esperanza… todos los dones y frutos que el Espíritu Santo da se concentran en un instante en la escena del Tabor. Cristo los va repartiendo con su presencia durante los cuarenta días que se va mostrando a unos y otros hasta su Ascensión.
El Bautismo de Jesús y su Ascensión a los Cielos
1. “Y es que Juan bautizó con el agua, mas vosotros habéis de ser bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch 1,5). Jesús mismo quiso ser bautizado. Para que comprendieran los apóstoles −y nosotros mismos− la continuidad que se da entre el Bautismo cristiano y la Confirmación. Ambos, junto con la Eucaristía, son sacramentos de iniciación.
2. “Haced penitencia, porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt 3,2), clamaba gritando San Juan Bautista. No se imaginaba, ni él mismo, lo cerca que está el Cielo de la Tierra. El día de la Ascensión del Señor esas palabras de Juan cobraron un relieve inusitado, se llenaron de realismo.
3. El Bautismo es una Teofanía, una manifestación patente de Dios que baja a la Tierra. La Ascensión también es una Teofanía, porque es una manifestación del Hombre-Dios que sube al Cielo.
4. Tanto en el Bautismo como en la Ascensión se hace más evidente quizá que en ningún otro pasaje del Evangelio lo cerca que está el Cielo de la Tierra. Están más allá y sin embargo continuamente unidos.
5. “Este es mi Hijo el Amado”. “Haced lo que Él os diga”. Y esto nos dice: “Id por todo el mundo a proclamad el Evangelio”. No estéis ahí parados.
6. Hasta que lo ocultó una nube. Desde ahí, habló Dios Padre. Y allí vuelve. La nube que envolvía el tabernáculo en el desierto, ocultando la presencia de Dios. Señal de que está Dios y, a veces, motivo por el cual   poder no verlo con total claridad.
7. Con la Ascensión termina la vida pública de Cristo en la Tierra. Con el Bautismo comienza. En realidad aquel final ya estaba en el principio. El Bautismo, como principio, nos anuncia cómo será el final. Igual que nuestro Bautismo ya nos anuncia nuestro destino en la Tierra: subir al Cielo.
8. Bautismo y Ascensión; río y montaña. En la montaña se manifiesta la gloria de Dios (Sinaí, Tabor) y su humildad (Calvario). En el río se manifiesta la gloria del Hombre (Jordán) y su abandono (Nilo).
9. Bautizar a una persona es prepararla para ir al Cielo. Preparar a un catecúmeno es preguntarle si quiere ser santo (San Juan Pablo II), subir con Cristo a la gloria de Dios.
10. “¿Qué hacéis ahí mirando al Cielo?” Mirar al Cielo. Actitud lógica de quien sigue a Dios. Que lo ve descender y ascender constantemente en todo lo que hace;  desde lo más extraordinario (la Santa Misa) a lo más corriente (la vida ordinaria). Como aquella escala de Jacob, vivir es adentrarse en esa corriente continua de gracia que une el Cielo y la Tierra.
11. Subir y bajar. Entrar y salir. En eso consiste, en pocas palabras, la labor del alma contemplativa, que constantemente debe salir a las cosas que están fuera, pero sin olvidar que su tesoro −Dios− habita dentro de ella. Los pies en la tierra pero la cabeza en el Cielo. Vivir en el mundo, pero sin mundanizarnos (San Josemaría). Contemplativos.
12. También la Virgen tuvo su bautismo y su Asunción, con la discreción que caracterizó toda su vida. Ambos momentos quedaron entre Dios y Ella.
13. El bautismo nos reviste con la vestidura blanca de los neófitos, de los que están en gracia de Dios, sin mancha. Aquellos varones que se dirigen a los apóstoles, vistiendo túnicas blancas, son imágenes de lo que es capaz de obrar la gracia en la naturaleza. Ser como ángeles sin dejar de ser hombres corrientes. Esa es la eficacia del Bautismo.
14. ¿De qué ha de convertirse Jesús? Juan tiene razón al oponerse. Pero era necesario que se cumpliera la Escritura. Cristo, el Ungido de Dios, debía ser bautizado por un hombre. Y también debía cumplirse que resucitara al tercer día y subiera al Cielo.
15. Orfandad. Ese es el sentimiento de los apóstoles cuando ven a Cristo subir a la diestra de Dios Padre. Y a la vez −y sobre todo− filiación: “Tú eres mi Hijo amado: en ti tengo puestas todas mis complacencias” ((Mt 1,9). Esa es la realidad que el bautismo manifiesta en Cristo y por Él en cada uno de nosotros. Tú eres mi Hijo (Salmo II), yo te he engendrado hoy a la vida de la gracia. Por eso el sentimiento de orfandad que podamos tener en la vida queda salvado por la realidad de la filiación divina.
16. Tras cuarenta días de tentaciones en el desierto Jesús se bautiza y está preparado para su vida pública. Tras cuarenta días enseñando a sus discípulos en diversas apariciones los discípulos están ya preparados para reconocer su vida pública a solas, sin Cristo, pero con la ayuda del Espíritu Santo.
17. Tras el Bautismo, todo cristiano necesitará de la Confirmación, de la ayuda especial del Espíritu Santo. Tras la Ascensión los apóstoles también necesitarán de su Pentecostés.
18. Tras la Ascensión los apóstoles esperan con ansia la venida del Espíritu Santo, que descenderá en forma de viento impetuoso y lenguas de fuego sobre cada uno. Bajo forma de paloma desciende el Paráclito sobre Jesús y con las palabras que resuenan del Padre.
19. “Se abrieron los cielos”. Cuando se está junto a Dios están siempre los cielos abiertos. Dios no deja de actuar en la Tierra, y lo hace desde el Cielo. Vivir vida divina es contemplar el Cielo abierto. Sólo el pecado cierra la puerta del Cielo, y lo hace por nuestra parte; ni siquiera por el lado de Dios.
20. “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias”. En su bautismo, el Padre se dirige a su Hijo. En el nuestro se dirige a cada bautizando. Y si es lógico que un Padre quiera recibir a su Hijo en la gloria, y todos nos alegramos, también lo es que quiera que todos nosotros procuremos volver a la casa del Padre, y todos nosotros –y el Cielo entero- nos alegramos de ello.
Otros modos de contemplar las escenas del Santo Rosario
Decíamos al principio que no hay uno ni varios métodos de contemplar las escenas del Rosario, sino tantos como personas y momentos.
Aquí se ha sugerido uno, que puede venir bien a muchos. Pero la libertad es una característica de la verdadera oración, pues la oración es iniciativa divina y el Espíritu Santo no tiene las manos atadas.
Veamos, aunque sea de un modo muy rápido, otros dos posibles modos de vivir esta costumbre de la contemplación del Santo Rosario. Son dos modos que también (como casi todo lo que aquí se recoge) he aprendido de San Josemaría. Él mismo acostumbraba a hacerlo así muchas veces.
En concreto, San Josemaría solía hacer con frecuencia la contemplación de los misterios de Rosario fijándose cada día en una virtud concreta y descubriendo en cada escena alguna manifestación de esa virtud en algún personaje de los que protagonizan cada misterio. Y eso le ayudaba aplicarlo a su propia vida.
El segundo modo de contemplar las escenas es aún más sencillo que el recién mencionado. Simplemente consiste en enunciar el misterio y a partir de ahí fijar en la mente una frase que a modo de jaculatoria surja del misterio contemplado. Algunas palabras, incluso espontáneas, que salidas más del corazón que de la reflexión, enciendan el alma de más amor de Dios.
Veamos algún ejemplo de ambos modos de contemplar el Santo Rosario no sin antes volver  dejar claro que se trata de eso, de ejemplos tomados al azar. Se ha elegido la virtud de la pobreza pero podría ser otra cualquiera. Luego nos ha parecido oportuno tomar una escena cualquiera (la Anunciación en este caso), para contemplar veinte virtudes que se vean reflejadas en ese misterio. De este modo queda claro que cualquier virtud puede tener cabida en cualquier escena del Rosario (y del Evangelio). Finalmente se recoge un ejemplo de cómo vivir el segundo método mencionado.
A. La contemplación de los misterios del Santo Rosario a la luz de alguna virtud.
a) A la luz de la pobreza.
La Anunciación: La Virgen vacía de sí misma y desprendida de todo lo suyo. La Virgen no tiene corazón más que para lo que Dios quiera de Ella y todo lo que no sea Dios para Ella es superfluo. Sólo necesita y vive de Dios. Aprender a desprenderme de todo lo superfluo.
La Visitación: La pobreza de medios que tiene la Virgen no es obstáculo para decir que no a la hora de servir a los demás, por más que sean los obstáculos. Lo que tiene, lo da: su cariño, su tiempo, su servicio… su vida. No poner excusas de tiempo cuando me pidan algo.
El Nacimiento de Jesús: Sin sitio para nacer, un establo y un pesebre. Unos pañales. Acepta lo que le dan, tal y como se lo dan. No sabe qué hacer con el oro que le dan los Reyes, agradecen el incienso (y más en esas circunstancias), mientras que la mirra le recuerda cuánto tiene aún que entregar hasta el final. Hasta que no le quede nada para Él, tras darlo todo con la mayor generosidad. Ser más agradecido con lo que tengo.
La Purificación: Dos tórtolas o dos pichones es el rescate que debe pagar en el Templo una familia pobre por el rescate del primogénito. Ese es el caso de la Sagrada Familia. Pero Jesús no se conforma con entregar algo; se entrega Él mismo. ¿Cómo puedo darme más?
El Niño perdido y hallado en el Templo: No sólo entrega todo lo material. El primer desprendimiento que vive es el de dar lo más importante: el mensaje de salvación que ha venido a traer al mundo. Pensar en alguien a quien poder hablar más de Dios.
La oración en Getsemaní: “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Desprendimiento de su propia voluntad. La voluntad humana de Cristo se somete constantemente a la de Dios, va siempre por detrás. Preguntarme con frecuencia: ¿Estoy haciendo ahora mismo lo que Dios quiere que haga?
La flagelación del Señor: cuando de lo que se trata es de sacrificio, Jesús es todo generosidad y no sabe medir, porque su sacrificio es fruto de puro amor, y su Amor es infinito. Pensar un pequeño sacrificio que pueda hacer hoy antes de acostarme.
La coronación de espinas: Su corona es de espinas, su cetro es una caña, su túnica un trapo sucio, sus reverencias son burlas, su trono un patíbulo, su modo de reinar es servir. A la hora de elegir, coger siempre lo peor.
Jesús con la Cruz a cuestas: Está dispuesto a entregarlo todo menos la Cruz. Deja que le ayuden a llevarla, agradece los gestos que tienen con Él de consuelo, pero lo único que le ata a la tierra es el madero en el que debía morir. Tengo que dejarme ayudar más cuando alguien se ofrezca a hacerlo y pedir ayuda con más sencillez.
Jesús muere en la Cruz: La túnica que la Virgen le hizo es tan rica y tan buena que no la dividen, sino que echan suertes para ver de quién será. La Virgen nos enseña que a la hora de darle cosas a Dios hemos de ser espléndidos. ¿Cuánta limosna echo en la iglesia?
La Resurrección del Señor: Para ser el primer resucitado de la Historia, y ser la Resurrección de Dios, su modo de resucitar no puede ser más discreto. Jesús huye del espectáculo. Toda la gloria para Dios. Mantener un perfil más bajo, pasar más desapercibido, que no me importe tanto el qué dirán.
La Ascensión del Señor: “¿Qué hacéis ahí mirando al Cielo?” No hay tiempo de estar distraídos, pues el tiempo que tenemos es muy poco para llegar al mundo entero para dar la Buena Nueva. Urgencia en el apostolado.
Pentecostés: La pobreza de palabras que tendría Pedro no es problema para la eficacia que tendrá su discurso, porque la fuerza la tiene el Espíritu Santo. Tengo que ser más pobre en mis teorías y rezar mucho más por las personas.
Asunción de la Virgen: La Virgen es recibida en el Cielo con gran esplendor. Y su modestia no hace sino aumentar su atractivo. Vestir con más modestia. Con limpieza, con elegancia, pero más modestamente.
Coronación de María Santísima: Que reinar es servir se ve, como en ningún otro caso, en el de Santa María. Darle vueltas en mi oración a nuevos modos de poder servir a los demás.
El Bautismo del Señor: San Juan Bautista: vestido de piel de camello, se alimenta de langostas y miel silvestre… Su austeridad es un atractivo para que muchos estén preparados para seguir a Jesús. Austeridad y sobriedad en la comida.
Las bodas de Caná: Jesús manda llenar las tinajas hasta arriba. Pobreza es sacar todo el partido que puedan tener las cosas hasta el final, buscar el máximo aprovechamiento sin tanto afán de novedad.
El anuncio del Reino de Dios: Para creer en el Evangelio, lo primero es convertir el corazón. ¿A qué estoy ahora apegado? ¿Qué cosa de las que tengo, si me faltara, me pondría triste? Desapegarme de eso.
La Transfiguración el Señor: Pedro le pide al Señor −estaba tan bien en el Tabor− quedarse ahí. Jesús no le permite estar más que lo estrictamente necesario. Cuidar el descanso. Pero que el descanso no se alargue hasta el punto de convertirse en compensación y egoísmo.
La institución de la Eucaristía: Jesús se hace pan. Todo Dios en un alimento tan pobre. Desprendido de su divinidad y de su humanidad. Cuanto más viva el desprendimiento y la pobreza, más podrá vivir Dios en mí.
b) La escena de la Anunciación contemplada a la luz de veinte virtudes.
Contemplemos ahora brevemente esta escena del Rosario a la luz de veinte virtudes distintas que iremos poniendo entre paréntesis a medida que vayan saliendo en el comentario, sin orden concreto.
La Encarnación del Hijo de Dios y Anunciación a la Virgen comienza con las palabras del arcángel: “¡Alégrate!”. Nunca tendremos motivos para estar tristes (Alegría). Su alegría es inmensa pero no escandalosa (Templanza).
La Virgen, llena de gracia, que significa llena de Amor, de caridad (Caridad), totalmente limpia de pecado, Templo privilegiado del Espíritu Santo (Castidad).
Obedece inmediatamente a lo que le anuncia San Gabriel (obediencia), pero no es una obediencia alocada, sino fruto de su vida de piedad (Piedad) y de su profunda vida de oración que le lleva siempre a fiarse de Dios: fiat! (Fe).
Sabía lo que suponía lo que se le proponía; nadie mejor que Ella para darse cuenta de la grandeza del mandato. Pero la Virgen, tras preguntar lo que necesita (Sencillez, sinceridad), se lanza a lo más grande (Audacia, magnanimidad) y lo hace sin esperar más tiempo (Diligencia) sino poniendo toda su esperanza en el Señor (Esperanza).
La escena está llena de delicadeza y ternura (Ternura) y Ella se muestra como “esclava del Señor” (Humildad) y totalmente agradecida por la elección que Dios ha hecho de Ella (Gratitud).
A partir de esa escena es lógico que todos los cristianos traten a María de un modo muy especial (Justicia, virtud de la religión) y busquen en Ella esa misma fortaleza para enfrentarse a las situaciones que Dios nos pida (Fortaleza). Sobre todo en aquellos momentos en los que Dios no pide ya algo nuestro sino, como es el caso de esta escena, nuestra vida entera. Para eso necesitaremos la generosidad (Generosidad) de María.
Hemos de aprender de María a ir a la oración para pensar bien las cosas que Dios nos pueda pedir (Prudencia), especialmente tantas situaciones que no se solucionan rápidamente (Paciencia). O bien aquellas ante las que podríamos reaccionar mal o tantas situaciones que tienen que ver con el trato, a veces difícil, con los demás (Mansedumbre).
B. La contemplación de los misterios del Santo Rosario fijándose en alguna frase o diciendo alguna jaculatoria.
La Anunciación: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”. “Jesús, que nunca deje de estar en tu presencia”.
La Visitación: “Bienaventurada tú que has creído”. “¡Señor, auméntame la fe!”.
El Nacimiento de Jesús: “¡Gloria a Dios en el Cielo, y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor!”. “¡Corazón dulcísimo de María, Corazón misericordiosos del Señor, dadnos la paz!”.
La Purificación: “A tu misma alma la traspasará una espada”. Que no tenga miedo al dolor cuando Dios lo quiera, como Dios lo quiera.
El Niño perdido y hallado en el Templo: “Subieron como era costumbre”. “Señor, que no me malacostumbre a tratarte, que nunca te visite rutinariamente.
La oración en Getsemaní: “Quedaos aquí y velad conmigo”. Que en mi oración esté sólo pendiente de Ti y no de mí.
La flagelación del Señor: “Les suelta a Barrabás y ordenan que azoten a Jesús”. No quiero cambiar a Dios por nada ni por nadie.
La coronación de espinas: “Le escupían, le quitaron la caña y le golpearon en la cabeza”. Que los golpes que reciba de los demás sirvan para amortiguar, Señor, los tuyos.
Jesús con la Cruz a cuestas: “Le forzaron a que llevara la Cruz”. Que acepte con buena cara la mortificación pasiva, el sacrificio que, sin buscarlo, me viene dado.
Jesús muere en la Cruz: “Hijo, ahí tienes a tu Madre”. “¡Monstra te esse matrem!; ¡Muestra que eres Madre!”.
La Resurrección del Señor: “Al día siguiente al sábado, al amanecer, cuando todavía estaba oscuro…” Que el primer momento del día, Jesús, será para Ti.
La Ascensión del Señor: “Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. “Gracias, gracias, gracias”.
Pentecostés: “Entonces se aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaron sobre cada uno de ellos”. “¡Ure igne Sancti Spiritus! ¡Quema con el fuego del Espíritu Santo!”.
Asunción de la Virgen: “Una mujer vestida de sol”. Decir muchos piropos a la Virgen por su infinita belleza.
Coronación de María Santísima: “Sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. Quiero que la Virgen pueda adornarse con mis virtudes, y que se enjoye con los actos buenos que pueda hacer por Dios.
El Bautismo del Señor: “¿Yo debo ser bautizado por Ti y Tú vienes a mí?”. Señor, gracias por venir, perdón por tantas cosas y ayúdame más.
Las bodas de Caná: “Aún no ha llegado mi hora”. ¿Estoy haciendo ahora mismo, Señor, lo que Tú me pides?
El anuncio del Reino de Dios: “Haced penitencia porque está por llegar el Reino de los Cielos”. “Venga a nosotros tu Reino”.
La Transfiguración el Señor: “Este es mi querido Hijo, en quien tengo mis complacencias; a él habéis de escuchar”. Señor, que te vea, que te escuche, que te sienta junto a mí.
La institución de la Eucaristía: “Tomad y comed, porque esto es mi Cuerpo; tomad y bebed porque esta es mi sangre”. “Yo quisiera Señor, recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción, con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos”.
En la escuela de María
Ninguna mujer como María ha inspirado tanto a toda clase de artistas, no sólo en la pintura o en la escultura, también en la poesía, la música o la arquitectura. Y si les ha inspirado es porque ellos mismos han contemplado con frecuencia las escenas que el Evangelio nos propone de la vida de la Virgen y que están engarzadas en la oración del Rosario.
Todos somos artistas de la mayor obra de arte que jamás nadie podrá crear: nuestra propia vida. En esa tarea es el Espíritu Santo quien nos ayuda, y por si fuera poco tenemos como modelo a Jesucristo y también, como referencia constante, la vida y ayuda de nuestra Madre.
Todo artista y todo hombre debe seguir por consiguiente el consejo que daba un Padre de la Iglesia: “Tened como pintada en una imagen la vida de María, para en ella como en un espejo, se reflejen la forma de la pureza y la figura de la virtud. Tomad de Ella el ejemplo de vuestra vida, donde, como en un modelo, se os está claramente enseñando qué es lo que hay que corregir, qué es lo que hay que hacer, qué es lo que debéis retener en el camino de la santidad”[3].
Como un espejo donde mirarse. “Entre todos los creyentes, María es como un espejo donde se reflejan del modo más profundo y claro las maravillas del Señor”[4]. Un espejo donde poder mirarnos, con mirada contemplativa, como quien reconoce en uno mismo rasgos, gestos, palabras, conductas… que nos recuerdan a nuestras madres.
“Los cristianos pensamos muchas veces en la Virgen. Si aprovechamos esos instantes, imaginando cómo se conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de realizar, poco a poco iremos aprendiendo; y acabaremos pareciéndonos a Ella, como los hijos se parecen a su madre”[5].
Parecernos a Cristo es el sentido de la vida cristiana. Esos pocos segundos que podemos dedicar todos los días a meditar y contemplar cada uno de los veinte misterios del Rosario, esas veinte miradas al espejo hechas por amor, buscando la imagen de Cristo en el rostro de María, nos ayudarán muchísimo a lograr ese fin.
Aprenderemos, como nos recordaba el Papa Francisco en la reciente Vigilia Pascual, que el cristiano vive dentro de los misterios. Que los misterios no son lugares oscuros, sino llenos de luz, de luz inabarcable, que nunca podremos llegar a comprender plenamente pues son ellos los que nos comprenden a nosotros. Y nos ayudan a recorrer el camino que llega al Paraíso. El Camino es Cristo y María es la Madre y Maestra que nos enseña a recorrerlo. Más aún, sólo en la escuela de María se aprende a ser contemplados y contemplativos. “Mujer, eres tan grande y  tanto vales, que si alguien busca gracia sin tu ayuda, son un volar sin alas sus afanes”[6].
Antonio Schlatter Navarro


[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n.971.
[2] “La Escritura es una porque es única la Palabra de Dios, único el proyecto salvífico de Dios y única la inspiración divina”(Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n.23.; cfr.Catecismo de la Iglesia Católica nn. 128-130 y 140). Además de los documentos magisteriales que ahí se mencionan se puede leer sobre este aspecto el estupendo prólogo del cardenal Ratzinger al primer tomo de Jesús de Nazareth.
[3] San Ambrosio de Milán, De virginibus, 5, 2, 6.
[4] San Juan Pablo II, Redemptoris Mater, n.25.
[5] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.173.
[6] Dante Aliguieri, Divina ComediaParaíso, Canto XXXIII.

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