Artículo del Dr. Pablo Cabellos:

Es evidente que me refiero a las próximas elecciones generales
Es muy posible que en el título de estas líneas no se recojan todas las opciones. Por ejemplo, he dejado fuera deliberadamente el odio −aunque la venganza sea prima hermana−, la frivolidad, que existe, la mera simpatía del candidato, etc., etc. Para pensar un poco −si tenemos esa “funesta manía”− nos bastan con las enunciadas, teniendo en cuenta que no todas son excluyentes de las otras, aunque puedan marcar el lugar del acento. 

Para que nadie se llame a engaño, al escribir un poco de cada una de esas posibilidades, me refiero por igual a izquierda, derecha y centro, si es que estas denominaciones son vigentes con la transversalidad existente. Debo añadir que sólo me mueve un impuso ético y no la política partidista.
El DRAE afirma que la venganza es satisfacción que se toma del agravio o daño recibidos. Esto ya no suena muy bien desde el punto de vista ético, aunque tenga su explicación porque el agraviado necesita una satisfacción, si no perdona sin ella. Wikipedia escribe: La venganza en general persigue un objetivo más injurioso que reparador. El deseo de venganza consiste en forzar a quien haya hecho algo malo en sufrir el mismo dolor que él infringió, o asegurarse de que esta persona o grupo no volverá a cometer dichos daños otra vez. 

Muchos creen que la venganza es un acto que causa placer a quien la efectúa, aunque otros consideran que no es placer, sino la sensación del restablecimiento de la salud del vengador, ya que la venganza traslada el daño de la víctima hacia el atacante, lo que hace que la víctima se libere de aquella "molestia". ¿Votar así sería ético? Pienso que no. Hay medios ordinarios de restablecer la injuria.
La política es el arte de lo posible, según se dice desde Aristóteles. Ahora bien, lo posible no es inteligible por todos del mismo modo. Se intenta lo posible desde un determinado ángulo, algo de por sí legítimo, pero suena un poco pobre. Sin embargo, ¿y si el asunto no da para más? Quizá sea así. Posiblemente no haya más remedio, pero este estado de cosas suele crear desencanto. Un diario español escribía hace unos años: La política se define como el arte de lo posible, lo cual tiene dos lecturas: la capacidad de conseguir llegar más allá de lo posible a través del arte, o el tremendo límite que lo posible impone sobre lo óptimo. Ahí, en esta segunda acepción, se instala el chasco. La utopía no tiene mucho espacio, salvo el de comenzar a caminar.
Voto de castigo: en verdad que casi todos −así lo dejo en un sálvese quien pueda− merecen el castigo porque es muy frecuente jugar con el elector al arte de lo imposible. Las campañas electorales parecen una almoneda en la que se subasta muy alto, hasta toparse con la cruda realidad. De modo que la política sería el arte de lo posible salvo en las fases propagandísticas en las que se oferta lo imposible y siete pueblos más allá. Tal vez por eso, Cosme Becar Varela ha escrito: Sin embargo, la "política" es la prudencia aplicada en los asuntos públicos con el fin de conseguir que los mejores sean quienes gobiernen porque sus actos son justos y ordenados al bien común. Por eso, no la ve primordialmente como un arte. Este estaría más bien en las acciones conducentes a la realización de algo por hacer. Pero se puede ser artista y no virtuoso, mientras que la política exige virtudes, tales como la Justicia, Prudencia, Fortaleza y Templanza. La revancha aparece como algo más posible para quien ha logrado una posición de ventaja respecto a su situación anterior. Es la venganza más fea.
Y nos restan la ilusión y el deber. Ojalá pudieran caminar unidos. Porque si el deber no vende con ilusión y sembrando ilusiones, aunque nos juguemos mucho en la faena, no atrae. De nuevo el diccionario: Estar obligado a algo por la ley divina, natural o positiva. Es muy cierto, pero necesita caras amables, sonrisas verdaderas, mensajes positivos y estimulantes y, sobre todo, la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Necesita personas sin armario. Porque, de nuevo el DRAE: ilusión es imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. Ha de entusiasmarnos con la verdad. Y el que gane gobierna para todos.
Pablo Cabellos Llorente, en Las Provincias.