La amistad, como todo lo que tiene que ver con la caridad, con el amor, precisa de una buena dosis de generosidad para escuchar, para dedicar un poco de ese tiempo que todos sentimos escaso en nuestra sociedad acelerada.
He releído un libro que me parece maravilloso, tanto por su calidad literaria como por su contenido: La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel. La profundidad con la que piensa en la persona perdida, emigrante recién llegado a un mundo desconocido, totalmente diverso al que conoce, en costumbres, en idioma, en nivel económico, etc., es admirable.
El señor Linh es un pobre viejo que puede venir de Vietnam −no se dice en ningún momento en el texto su procedencia, pero se adivina− que llega solo con un bebé de meses, su nieta, a quien encontró junto al resto de su familia, muertos todos en un bombardeo. Solo la nietecita estaba viva.
Es lo que tiene en un mundo desconocido. Hasta que, de pronto, por pura casualidad se hace un amigo, un hombre mayor, solitario, viudo reciente que malamente aguanta la soledad. Los dos solitarios, sin hablar ni una palabra en común, se hacen amigos. Grandes amigos. No quiero contar más cosas de la novela, porque merece ser leída −es corta− y el lector deberá descubrir el resto.
Solitarios hay muchos. Algunos tienen familia abundante, pero hoy en día ocurre que uno vive en Madrid, rodeado de muchísima gente, pero tiene a la familia en Galicia, por decir algo. Con un poco de buena vista se descubren los solitarios. Pero otras veces son personas bien conocidas, que están más o menos lejanas de nuestros caminos habituales. Y no llegamos a darnos cuenta de que están solos.
Cuanto bien hace la amistad. Hace falta generosidad mutua. Normalmente hacen falta ilusiones comunes, pero, de no existir, se pueden inventar. Mejor si ya están ahí patentes. Entonces es muy fácil. Entre dos personas que leen mucho, por ejemplo, la amistad es facilísima, porque no hay cosa más atrayente que poner en común las lecturas. ¡Cuánto se aprende confrontando percepciones lectoras! A veces la única amistad del solitario son los libros. Algo es algo, pero si puede contárselo a alguien…
La amistad, como todo lo que tiene que ver con la caridad, con el amor, precisa de una buena dosis de generosidad. En cambio, no necesita para nada de ningún sentimentalismo. Generosidad para escuchar, para dedicar un poco de ese tiempo que todos sentimos escaso en nuestra sociedad acelerada. A veces el tiempo sobra, sobre todo entre jubilados, o en el caso de nuestro amigo Linh, el de la novela, pero aun así es necesaria una actitud de pensar en el que está al lado −los amantes están uno frente al otro, los amigos uno al lado del otro− para ocuparnos de él, de sus problemas, de sus gustos.
El amigo del señor Linh le invita al café y le hace un regalo que sabe que le emocionará. En unas semanas, en unos meses, saben cada uno cuáles son sus debilidades, y el señor Linh, que no fuma, guarda unos paquetes de cigarrillos que ha conseguido, para su amigo Bark, que se emociona del detalle del viejo. Quizá al leer un relato como este, que recomiendo, el lector puede hacer una reflexión sobre su generosidad y sobre cómo está cuidando a sus amigos, que son el mejor tesoro.
No quedarnos al margen de la soledad, sería una de las lecciones de esta novelita, que en su brevedad ofrece unas cuantas más. Y no olvidarnos de ese tesoro de la amistad, que quizá esté un tanto escondido por nuestra desidia.
Ángel Cabrero Ugarte, en religion.elconfidencialdigital.com.
Juan Ramón Domínguez Palacios
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