Contar con la ventisca y el aguacero, con los chaparrones, es signo de vida, lo normal
El 8 de agosto de 1996, muy temprano, todavía no había salido el sol, pasé junto al camping de Biescas camino del Pirineo. Me llamaron la atención las ambulancias, policía y bomberos junto a la carretera, pero como nadie nos dijo nada, seguimos de camino. Íbamos a subir el Garmo Negro. Se notaba que había pasado una gran tormenta. En la montaña, todo rezumaba agua, pero lucía un sol precioso, fue una gran excursión. De regreso nos enteramos de que hubo 87 víctimas mortales y 183 heridos. Una gran riada había arrasado el camping.
En otras ocasiones he sufrido la tormenta en primera persona. Cuando la naturaleza se desata, lo único que sientes es miedo y una gran impotencia. Entonces se agradece un refugio donde guarecerse. Las tormentas también pueden ser personales, de pronto todo se pone negro: un diagnóstico médico, un revés económico, un hijo que va por mal camino, la sospecha de una infidelidad… la vida no está libre de temporales y aguaceros. ¿Qué hacer?
Dice Corrie Ten Boom: “Cuando el tren ingresa en un túnel y todo se pone oscuro, tú no tiras tu billete y saltas del tren. Te quedas sentado y confías en el conductor del tren”. En la tribulación hay que esperar: ser fuerte y aguantar, y saber que pasará. La adversidad tiene su papel en la vida ya que nos hace fuertes; la falta de agua y el viento obliga a que las raíces profundicen. La necesidad nos lleva a confiar en los demás, nos hace humildes, previsores. La naturaleza nos enseña a vivir, nos invita a luchar; también deja las cosas en su sitio: una gran tormenta limpia el lecho de los ríos, incluso los devuelve a su cauce natural. Per aspera ad astra es un lema clásico usado también como leyenda heráldica, por ejemplo, en el escudo de las fuerzas aéreas españolas. También fue el lema episcopal del cardenal ucraniano Josyf Slipyj, preso bajo la dictadura soviética.
Yo lo conocí en el escudo del Colegio Mayor La Alameda de Valencia. Significa que por la adversidad se llega al triunfo. La frase original de Séneca reza: “No hay camino fácil de la tierra a las estrellas”. Toda una invitación a sacar partido a las dificultades y un lema pedagógico: lo que vale la pena, lo valioso, tiene su precio. En el mundo del deporte la valía se muestra ante los mejores rivales.
El Evangelio nos muestra a Jesús dormido en la popa de la barca junto a sus discípulos en medio de una gran tempestad. Me admira su entereza, es capaz de descansar en medio de la tormenta, estaría muy cansado. Los suyos se asustan y le despiertan, requieren su ayuda. Igual podemos hacer nosotros ante las dificultades, acudir a Él, refugiarnos entre sus brazos. Ellos le dicen: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”, le reprochan su falta de amor y de cuidado. Se ve que el miedo, el nerviosismo, se ha apoderado de ellos y hace que olviden todo lo que ha hecho por ellos. Se muestran injustos, como lo somos nosotros en muchas ocasiones: olvidamos tanto cariño demostrado ante un fallo, o una debilidad de los nuestros.
El miedo a las espinas no puede llevarnos a vivir sin amor, sin compromiso. Las posibles y frecuentes tormentas que encontraremos en la vida conyugal y familiar no deben matar el amor. Copio: “El amor es paradójico, pues, por una parte, nos hace fuertes para afrontar las dudas, los obstáculos y los conflictos que podrán aparecer a lo largo del camino; pero, por otra, nos hace frágiles, deja a la intemperie nuestros puntos débiles. Quien ama se expone al dolor, ya que aquellos a quienes amamos también tienen la capacidad de hacernos sufrir” (Javier Vidal-Quadras).
Las tempestades son el crisol del amor, lo purifican y lo hacen fuerte. Una vez superadas, dan la satisfacción del que ha protegido su tesoro, incluso lo ha aumentado. Hay que contar con ellas: saber que el corazón sangra y siente porque está vivo. Las filosofías orientales nos pueden presentar como ideal otro tipo de vida: no sientas y no sufrirás. Como si lo sublime fuera la ataraxia, el estado de ánimo que se caracteriza por la tranquilidad y la total ausencia de deseos o temores.
Contar con la ventisca y el aguacero, con los rayos y truenos, con los chaparrones es signo de vida, lo normal. Siempre son fructíferos y ponen las cosas en su sitio. Prueban el amor verdadero. Le sucede también a la fe, Jesús no ha venido a allanarnos las dificultades, sino a superarlas con nosotros.
En ocasiones pensamos que no nos hace caso, pero siempre sorprende lo que puede su amor: “Y, puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece! Y se calmó el viento y sobrevino una gran calma”.
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es
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