viernes, 19 de agosto de 2022

¿Religiones fuera?


Cuánto daño hacen las religiones, nos irá mejor a todos el día que desaparezcan!», debe de ser uno de los mantras más repetidos del siglo XXI en Occidente. La idea comenzó, como todas, fruto de conceptuaciones teóricas impenetrables. Desde ahí se popularizó como símbolo de rebeldía, acariciado como la clave con la que, por fin, resolver de una vez por todas –esta vez sí– el problema de la humanidad. 

El problema, en singular. La tentación del pensador y el revolucionario es la de concentrarse en un solo aspecto del ser humano y jibarizarlo en simplificaciones varias. Desde ahí se ataca –o favorece– el concepto con todas las fuerzas y medios al alcance: ya sabemos que es necesario romper varios huevos para cocinar una tortilla. 
Este esquema se aplica a la idea de la religión como supuesta plaga supersticiosa que arrastramos del pasado, pero son varios los conceptos que son exaltados o denigrados como piedra angular a la hora de alcanzar la sociedad ideal. Estas ideas van desde las más clásicas (libertad, igualdad o justicia social) hasta las ocurrencias postmodernas que nos aquejan. 

 Con el fenómeno religioso ocurre que sus detractores aplican con facilidad pasmosa la ley del embudo: ancho para mí, estrecho para los demás. Los demás, sobra decirlo, somos los cristianos. Qué rápido se escupe odio sobre las riquezas del Vaticano y los curas pederastas y qué pocas noticias dedicadas a las cifras que evidencian que es la religión más perseguida del mundo. 

Renunciemos a comentar lo que ocurre en Asia o África, ¿qué pasa con Nicaragua? ¿O con la policía francesa protegiendo en las iglesias a los fieles el pasado día de la Asunción? Ancho para mí, estrecho para los demás. ¿Qué significa en este contexto «ancho para mí» si los anticlericales suelen ser ateos? Bien, es posible que no tengan fe en el más allá, en ideas trascendentes y sobrenaturales, pero es indudable que mantienen inquietantes paralelismos con los aspectos más turbios de la religión entendida en un sentido peyorativo del término. 

 El ateo posmoderno desprecia la creencia en Dios, cuando en términos filosóficos negar su existencia es también una creencia, no un saber. Lo más destacable, sin embargo, son las incoherencias y fiereza a las que su fanatismo les conduce. Lemas como «La única iglesia que ilumina es la que arde», contrastan poderosamente con la benevolencia que se muestra hacia los musulmanes. 

Desde hace tiempo, la preocupación fundamental que suscita un atentado islamista es la islamofobia que puede generar. El comodín de los casos aislados. Hemos sido testigos de este fenómeno con lo ocurrido con Salman Rushdie, y lo vivimos hace cinco años en el atentado de Las Ramblas. 

Allí mismo se evidenciaron este miércoles los daños que causa otra religión, una netamente secular: el independentismo como razón de ser y existir de sus fieles devotos. Sólo un dogmático enajenado y fervoroso sería capaz de romper un minuto de silencio para exclamar «¡yo también soy víctima del terrorismo porque soy catalán!». Amén.

Mariona Gumpert
abc.com

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