Se ha montado un buen lío porque en Castilla y León van a ofrecer la posibilidad de que las mujeres que vayan a abortar puedan escuchar el latido de su hijo si lo desean. Las fuerzas políticas favorables a la interrupción del embarazo se han posicionado muy en contra de la medida porque, dicen, ejerce sobre la mujer «violencia machista» según Patxi López.
Entiendo que desde ese punto de vista, para que la mujer tome la decisión adecuada sobre su propio embarazo, tendría que saber cuantas menos cosas mejor, de ahí que se la aparte de la posibilidad de ver, escuchar y conocer a su hijo, no sea que se convierta en madre. En el caso de los abortos en menores, también pretenden borrar el criterio de los padres de la embarazada -¿qué sabrán ellos de hijos?- y los de los médicos que se lanzan en masa a la objeción de conciencia. Si los padres y los médicos, que son los que saben de hijos y de fetos, están generalmente contra el aborto, por algo será.
Saben los proabortistas que escuchar el latido de un hijo conecta emocionalmente a la madre con el feto mediante un lazo inquebrantable y sentimental que va más allá de la mera transmisión de genes. Eso es, justamente, la maternidad, más allá de que el niño sea carne de la carne y sangre de la sangre de la madre. Solo así, mediante la consideración de intangibles, se puede comprender que la madre de un hijo adoptivo alejado genéticamente de ella sea igual de madre que la madre de un hijo natural.
Escuchar el latido de mis hijos cambió mi vida en general y mi visión del aborto en particular. Elena y yo hemos tenido tres hijos y dos a los que no llegamos a ponerles un nombre. La primera que nació se llama Macarena. Es una niña lista, alegre y cariñosa. Poco antes de su concepción, ya habíamos perdido un embarazo y aquel día de la primera revisión de este segundo, estábamos aterrados. «No hubo santos en el cielo a los que no recé esa noche», cantaba Antonio Martínez Ares en su pasodoble de carnaval ‘Carnecita de gallina’. De pronto, escuchamos el latido de la niña con seis o siete semanas de gestación, y su corazón latía con diminuta y atropellada violencia como el galope de un potro. Pom-pom-pom-pom-pom. Si lograba sobrevivir a la gestación y a las leyes implacables que extiende el infortunio sobre las vidas de los hombres, ese corazón latiría una y otra vez y miles de millones de veces sin pararse durante décadas, y detener ese corazón significaba quitarle la vida, matar a mi hija si me permiten. Ahí quedé atado a un compromiso con la vida que algunos tachan de retrógrado, meapilas y radical, pero es el que es, y así lo cuento y por eso mismo creo que está bien que los padres que van a terminar con su embarazo comprendan antes de tomar esta decisión lo que es un embarazo.
Aún guardo en mi cabeza el sonido de los corazones de mis hijos el primer día en que los escuché y comprendí de corazón -los ingleses traducen saber algo de memoria como saberlo by heart– que si algún momento uno de esos tres corazones se callase, también se callaría el mío. Estamos unidos por ese compás de sístoles y diástoles que es el sonido de una vida que sabes que defenderías con la tuya propia. El conocimiento, las emociones y el amor al fin y al cabo, nos hace más grandes y más enteros, y nos permite tomar las decisiones correctas.
Por pensar esto me estarán poniendo de sentimentalón, blandurrio y de perfecto facha, claro. Pero no sé qué tiene de progresista el aborto. Al fin y al cabo, el progreso va de que nos hagamos cargo del bienestar de cada vez más semejantes, no de menos. A ver si para comprender el mundo y las consecuencias de nuestros proceder egoísta como especie vamos a tener que ver la mirada enternecedora del pobre perrillo abandonado en Murcia y escuchar el lamento del tigre de Bengala que acosa la deforestación y, en cambio, escuchar el latido del hijo va a distorsionar peligrosamente la decisión sobre si dejarle vivir o interrumpir su vida.
No comprendo a quién puede lesionar que al escuchar el corazón de su hijo, una mujer se eche atrás y decida tirar p’alante con el embarazo. No me gustaría pensar que Irene Montero está más contenta si esa chica aborta que si decide tener a su bebé. A veces se diría que las madres que desisten de abortar les estén fastidiando la fiesta ideológica.
Chapu Apaolaza en theobjective.com
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