martes, 29 de julio de 2025

El mundo occidental y las ideologías


Las ideologías aparecen en Occidente a partir del siglo XVIII. Una ojeada global a todas ellas descubrirá la ligazón que las une, concretada en tres características comunes: supeditan la realidad al prejuicio, se basan en la absolutización de una idea (ya sea la de «nación», «libertad» o «igualdad») y prometen un mundo feliz que nunca llega, bloqueado por las revoluciones previas. Me apoyo en el estudio del escritor y filósofo español Jose Ramón Ayllon que aborda con lucidez este tema

Los valores e instituciones comunes de Occidente le convierten en un mundo con rasgos propios, diferente de los mundos chino y japonés, árabe y musulmán, indio y africano. Esos valores e instituciones son fruto de un proceso de siglos, alimentado por tres aportaciones esenciales: la razón griega, el derecho romano y la religión cristiana.

Ese legado extraordinario será administrado, hasta finales del siglo XVIII, por los dos poderes que configuran el Antiguo Régimen: los reyes y los papas. A partir de la Revolución francesa serán las ideologías quienes configuren el nuevo mundo, apareciendo en cascada con este orden: 

-Ilustración y masonería,  

-Positivismo y nacionalismos,  

-Liberalismo y comunismo marxista,  

-Evolucionismo radical y ecologismo, 

-Psicoanálisis freudiano y revolución sexual 

-Ideología de género y posverdad  

La novedad de este escenario es relativa. Si los griegos pasaron del mito al logos por el puente de la filosofía, sus nietos europeos han girado sobre sus talones en el siglo XVIII, han cruzado el puente en sentido contrario, y desde entonces van cayendo en los grandes mitos modernos: las ideologías. Su estudio aporta, sin duda, una perspectiva esencial en la comprensión del mundo actual. 

Nacieron a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX, pero siguen vivas en el XXI, con muy buena salud. Todas están aquí, sumando sus esfuerzos en pos de un progreso ambivalente, que incluye ingeniería social para deconstruir la civilización en la que han nacido. Aunque suene a película, su objetivo es el asalto a Occidente. 

Triple herencia

 Decíamos que la civilización occidental se construye sobre una triple herencia: el legado de Grecia, Roma y el cristianismo. Grecia es la razón rigurosa y la democracia, el derecho a ser protegido por la ley y el deber de cumplirla. Cuando los filósofos ingleses forjen la expresión goverment of laws, no harán sino volver a formular en su lengua el viejo ideal cívico griego.

En Grecia también nació la enseñanza: un conjunto sistematizado de conocimientos que perdura, a través de la Edad Media y el Renacimiento, hasta las sociedades occidentales modernas. A ese clima cultural y político corresponde un nivel ético elevado, que propone el cultivo de las virtudes fundamentales. Si Grecia tiene tantas legislaciones como ciudades, Roma es un enorme imperio que pudo mantener la cohesión gracias a su incomparable Derecho. El espíritu práctico de los romanos, unido a un profundo respeto por la tradición heredada, propiciaron una minuciosa recopilación de dictámenes y sentencias jurídicas. 

Aquel inmenso y elaboradísimo corpus, estudiado más tarde en las mejores universidades, será la base de todos los ordenamientos jurídicos occidentales modernos. Se daba así un segundo salto en la evolución cultural de la humanidad. Griegos y romanos vislumbraron que el universo obedece a un plan, trazado sin duda por algún extraño e invisible Ser. 

Lo que jamás pudieron imaginar es que el misterioso Hacedor del mundo pudiera visitarlo en persona, y enseñar subido a una barca o presidiendo una comida. Dice Chesterton que “ese hecho, admitido en bloque por la civilización occidental durante casi dos milenios, es lo más asombroso que ha conocido el hombre desde que apareció sobre la faz de la Tierra”. Julián Marías expone la radical innovación del cristianismo en un breve y clarificador ensayo: La perspectiva cristiana. 

La triple alianza entre Grecia, Roma y el cristianismo produce, entre otros frutos, el humanismo: amplísimo acervo de sabiduría vertida por escrito cuyo propósito fue, desde Homero, el ennoblecimiento armónico del ser humano en sus principales facetas: ética, estética y espiritual. Otro de los hitos culturales de esa alianza fue la invención de la Universidad, forma superior de enseñanza y convivencia culta, con inmensas consecuencias. Un tercer fruto serán la ciencia y la técnica, que despegan a partir del siglo XVI. 

Otro mérito indudable es haber sentado las bases de las instituciones libres que han proporcionado a los países occidentales su predominio geopolítico. Xavier Zubiri resume así la enorme importancia de esa síntesis: 

La metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel (dejando de lado su origen y destino divinos) son los tres productos más gigantescos del espíritu humano. El haberlos absorbido en una unidad radical y trascendente constituye una de las manifestaciones históricas más espléndidas de las posibilidades internas del cristianismo. Sólo la ciencia moderna puede equipararse en grandeza a aquellos tres legados.

 Asalto a Occidente 

Las conquistas mencionadas surgen y se consolidan a lo largo de una extensa época que conocemos como Antiguo Régimen, lastrada también por indudables injusticias. 

Se trata de una sociedad rigurosamente estamental, que defiende privilegios de clase y consagra la desigualdad social, jurídica y económica; que apenas contempla la libertad política, y menos la de conciencia, pensamiento y expresión. 

En 1789, los ilustrados franceses, decididos a liquidar el viejo orden, provocarán una revolución que cambiará para bien y para mal el curso de la historia. Europa y América serán, desde entonces, las primeras tierras sembradas y minadas, al mismo tiempo, por ideas que aspiran al poder político y al dominio cultural. 

Marx, el más grande de los ideólogos, lamenta que esa revolución ideológica haya llegado con tanto retraso, por culpa de una trayectoria filosófica dedicada desde los griegos a interpretar el mundo, no a cambiarlo. El marxismo acabará con ese estatus pasivo y se centrará en transformar la sociedad. Será –como casi todas las ideologías– una teoría para justificar una praxis revolucionaria que siempre llevará aparejado un proceso de ingeniería social. 

La Ilustración francesa tomará por bandera la lucha declarada contra la Monarquía y la Iglesia. El cristianismo, reconocido por el emperador Constantino, con estatus de religión oficial desde Teodosio, se había convertido en el alma de una Europa que se llamó Cristiandad hasta el Renacimiento. Cuando los europeos alzaban la vista, veían sobre las iglesias la misma cruz que se había levantado en el Gólgota. Esa religión era la fibra de su ser: los moldeaba desde la cuna hasta la sepultura, bajo la autoridad moral e intelectual de la Iglesia. 

Con esa milenaria forma de vivir y pensar quiso acabar el Siglo de las Luces, y después sus herederos intelectuales, en una larga cadena cuyos primeros eslabones serán Voltaire, Rousseau, Comte y Marx. Toda ideología promete un mundo feliz que nunca llega, pero la esperada utopía incrementa su popularidad y facilita su implantación. 

¿Cómo evaluar en conjunto el desarrollo del proyecto ilustrado durante dos siglos? Un sencillo esquema nos permite ver una cuenta de resultados apabullante y contradictoria. Desaparecen las monarquías absolutas y los estamentos. Surgen democracias liberales y dictaduras comunistas. Vemos igualdad ante la ley y arbitrariedad. Triunfa el liberalismo económico y la planificación estatalista. Hay parlamentarismo constitucional y farsa parlamentaria. Se multiplican y se reprimen derechos y libertades. Se sustituye una cosmovisión cristiana por otra materialista. Dos guerras mundiales arrasan Europa. Triunfan la revolución sexual y la cultura abortista. Se planifica la deconstrucción de la familia. Se extiende la posverdad.

Relación con la verdad

Conviene subrayar que las ideologías no buscan la verdad. Más bien intentan imponer su visión preconcebida del hombre y del mundo, siempre esquemática, materialista y utópica. Ese reduccionismo negativo se aprecia con nitidez en media docena de casos: 

-La Ilustración y el positivismo tienden a reducir la verdad a ciencia empírica, al margen de consideraciones metafísicas o religiosas. 

-La suprema verdad de los nacionalismos es un supremacismo excluyente y violento, de corte racista.  

-El liberalismo tiende a reducir la vida humana a libertad política y económica.  

-El marxismo afirma que el ser humano y la historia universal son producto de las relaciones económicas y la lucha de clases. Marx simplifica la realidad con ojos maniqueos que solo ven buenos y malos, explotadores y explotados, comunistas o fascistas.  

-El psicoanálisis de Freud y el feminismo radical entienden que la gran verdad sobre el ser humano, y su meta definitiva, es una libertad sexual sin límites.  

Para el evolucionismo radical, el ser humano y todos los seres vivos son resultado de procesos biológicos al azar. 

Si la verdad es tan solo una palabra vacía en el discurso ideológico, una ficción útil, también lo serán algunos conceptos y valores esenciales: libertad, democracia, justicia, ética, progreso… Las ideologías emplearán esas palabras como máscaras, y también como música para marcar el paso a una ciudadanía ingenua. George Orwell y Aldous Huxley mostraron cómo el uso ideológico del lenguaje crea siempre una neolengua al servicio de la manipulación y de las distopías. En ello estamos.

Os invito a leer el libro de Dr. Ayllon, claro, ameno y asequible para todos los públicos. 



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