Dicen que estamos en la era de la posverdad, en la que cualquier cosa que me guste más que la misma verdad será más verdad.
Que las hamburguesas son mejores en las fotos que en la realidad, todo el mundo lo sabe. Incluso la casi-súper-poderosa McDonald’s no tiene inconveniente en reconocerlo. Todo el mundo lo sabe −y los de la empresa del payaso también−: por más mentiras que se acumulen, la suma de todas nunca es una verdad.
Y lo reconocen. ¿Se imaginan vender unos bocadillos raquíticos, con un trozo de queso más propio del Blandi Blub que del derivado de la leche y con un poco de lo que llaman carne que parece que no se atreva a asomarse entre pan y pan? Es cuestión no solo de marketing, sino también de estética. ¿O no?
Otros, en cambio, no tienen inconveniente en mentir y mentir, mientras se refieren a las mentiras como posverdades. Que estamos en la era de la posverdad −eso dicen−, en la que cualquier cosa que me guste más que la misma verdad será más verdad. Y con tanto revuelo de palabras hacen un pacto con el emotivismo para mostrar tu verdad. La que te gusta. ¡Y prohibido tener criterio! Que las mentiras son más reconfortantes.
No me refiero, ahora, solo a las trumpideas y sus “realidades alternativas” o a los brexitazos, donde ha habido muchas mentiras y (pos)verdades; sino a cosas que nos tocan más de cerca.
Así, por ejemplo, con esta llamada al emotivismo te dicen que hay que legalizar la eutanasia porque es una demanda social (sobre todo, por parte de gente sana, se ve). Pero no te hablan de la pésima experiencia de Bélgica y de Holanda, donde los enfermos solitarios tienen miedo a ser hospitalizados, no vaya a ser que alguien decidiera por ellos que no son dignos de vivir: “Si nadie reclamará su vida, ¿por qué no?”, pensará el “médico” (y hay que decirlo…: esto ya ocurre aquí). ¡Está claro que sufren! Pero no pedirían la muerte si tuvieran a alguien al lado que, en lugar de decirles que lo mejor es que se mueran, se vuelcan, les ayudan, les acompañan. Les aman, en definitiva (¡que nadie dice que no sea difícil!). El deseo es de vida, no de muerte. Además: ¿quién decide dónde está el límite de la dignidad o no de una vida?
Igualmente, te la quieren colar diciéndote que hay que legislar sobre la “maternidad subrogada” porque es un derecho…; pero ¿existe el derecho a tener hijos? ¿No es muy fuerte hablar del niño como de un derecho? Los posverdaderos dirán que “ay pobre, no puede tener hijos”; pero a mí −dejando de lado el hecho de tratar a una mujer como un simple “horno”− me estremece solo pensar que ven a nuestros hijos “como derechos”, y nunca te hablan de los derechos de los hijos a ser fruto del amor de un padre y de una madre y, por tanto, el deber que tenemos de defender este derecho.
Y más de lo mismo podríamos decir sobre el aborto. Que no se entiende cuándo es un tejido y cuándo un niño lo que se lleva dentro. Algo no cuadra, que digamos…
Me parece que hay cosas que no funcionan cuando solo nos dejamos llevar por la emotividad y nos engañamos falseando la verdad. “Decir desapruebo esto; desapruébalo tú también, no tiene la misma fuerza que decir ¡esto es malo!”; lo escribe Alasdair MacIntyre: la verdad es poliédrica, pero es.
La novedad de la posverdad no es tanta novedad. Siempre ha existido: querer esconder la verdad por lo que me es más cómodo. Solo tiene de nuevo la manera de hablar. Verdades incómodas vs. mentiras reconfortantes. Hoy lo llaman también “corrección política”. ¿O deberíamos decir hipocresía? O imbecilidad.
Jaume Figa i Vaello, en sumandohistorias.com.
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