Alejandro Navas reflexiona sobre la influencia de las nuevas tecnologías y la digitalización en el proceso de la lectura, con sus pros y sus contras.
El proyecto E-Read nació a final de 2014, dentro del programa marco de la Unión Europea Horizonte 2020. Lo integran más de 150 científicos de treinta países, bajo la dirección de la noruega Anne Margen, secundada por el holandés Adrian van der Weel.
Se trata de una iniciativa interdisciplinar, que agrupa a psicólogos, pedagogos, neurólogos, sociólogos y antropólogos. Investigan el futuro de la lectura en la era de la digitalización, para lo que examinan tanto la dimensión individual como la social de los nuevos usos. Los diferentes grupos de trabajo estudian todos los aspectos imaginables relacionados con la lectura, desde los intelectuales hasta los emocionales, pasando por los ergonómicos (la postura tiene su importancia: ya lo sabían nuestros mayores cuando nos reñían por acercar demasiado los ojos al papel).
Las pantallas, rostro visible de las nuevas tecnologías, parecen imponerse de modo irresistible, tanto en el trabajo como en el ocio y en la vida cotidiana en general. La educación no se libra de esa hegemonía, y cuando los políticos o los gestores de los centros educativos quieren ponderar los avances realizados, presumen del número de ordenadores, pizarras o mochilas digitales en sus colegios. La desaparición de los libros y cuadernos de papel se presenta como el no va más del progreso.
Pero antes de entregarse en cuerpo y alma a la nueva tecnología, convendría responder a las preguntas que se plantea E-Read: ¿Cómo influyen las pantallas en nuestra capacidad para recordar lo leído? ¿Hay diferencias entre los distintos grupos de usuarios: niños y mayores, lectores nuevos y lectores veteranos, hombres y mujeres? ¿Las hay entre los “nativos" y los “inmigrantes" digitales? ¿Cuáles son las implicaciones cognitivas, culturales y sociales de la digitalización? ¿Surgen nuevas relaciones entre la lectura y el juego, la escucha o la contemplación?
Más allá de la superficial contraposición entre apocalípticos e integrados, aquí hay un grupo de investigadores que se esfuerza por analizar con rigor el alcance de esos nuevos desarrollos tecnológicos. Datos bien fundados, en lugar de prejuicios o simples impresiones, constituyen la mejor base para un debate productivo.
Las ventajas de los instrumentos digitales saltan a la vista: enorme capacidad de almacenamiento, con una disponibilidad casi ilimitada de textos; es posible graduar el tamaño de las letras y su iluminación; resulta fácil establecer conexiones y pasar de unas pantallas a otras.
Sin embargo, la digitalización también presenta inconvenientes: no es fácil leer textos largos en la pantalla; lo leído se recuerda peor; disminuye la conexión emocional con los contenidos; la pantalla entorpece la comprensión intelectual de lo leído; se pierde concentración, pues los usuarios tienden a mariposear y combinan la lectura con el uso de Youtube, Whatsapp o Facebook. Los investigadores están encontrando otros efectos más de fondo, perceptibles ya en los niños pequeños: la dependencia de las pantallas, que se convierte con frecuencia en adicción, lleva a perder contacto directo con la realidad física y social. De modo creciente, la experiencia del mundo viene mediada por la pantalla, lo que implica un alejamiento del mundo real. “Ser meramente espectador es no existir", dijo Karl Jaspers hace sesenta años ante el imparable avance del cine y de la televisión. Los nativos digitales sufren con facilidad notables carencias antropológicas: ausencia de empatía y escasa vida social; empobrecimiento de la fantasía; menor capacidad de concentración; falta de disciplina; vocabulario muy limitado; dificultad para el pensamiento abstracto.
Como se ve, el precio que pagamos por la implantación de esas tecnologías es alto. No se entiende, por tanto, el entusiasmo, casi idolátrico, con que gobiernos, empresas y sistemas educativos propugnan la completa digitalización de los procesos de aprendizaje. Una de las investigadoras de E-Read, Theresa Schilhab, interrogó a niños daneses de siete años, alumnos de una escuela en la que el iPad ha desplazado a los libros. Para su sorpresa, muchos le dijeron que una de sus actividades de ocio preferidas era ir a las librerías para ver y tocar libros de papel: les encantaba sentirlos en las manos. Según decían, eso facilitaba la elección del libro y la lectura misma: bastaba con abrir el ejemplar, sin necesidad de encender aparatos y pulsar botones. Como en tantas ocasiones, la sabiduría habla por la boca de los niños.
Mientras E-Read estudia la lectura, los psicólogos de Harvard se ocupan de la escritura, y su conclusión no es menos sorprendente: tomar apuntes a mano resulta mucho más eficaz que hacerlo con laptops o dispositivos móviles. El lápiz nos obliga a reflexionar para sintetizar, lo que facilita la asimilación. El teclado, en cambio, se pulsa sin pensar.
El libro electrónico tuvo un lanzamiento fulgurante, de modo que los viejos lectores parecíamos una especie en peligro de extinción. Las aguas se van serenando, y la difusión del e-book se ha estancado. Parece que tenemos Gutenberg para rato. Afortunadamente.
Alejandro Navas, Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
Fuente: diariodenavarra.es.
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