BENEDICTO XVI ha hablado. Lo ha hecho como siempre hablaba él cuando ocupaba la silla de San Pedro, con suavidad. Pero también con la profunda gravedad que ha sido el sello de Ratzinger. Muchos se han asustado al escucharlo. Porque el propio Papa emérito parece asustado ante lo que pasa con la Iglesia y con el mundo de la cristiandad.
Lo ha expuesto en Colonia sin interrumpir su retiro de Castelgandolfo desde que tomó la inaudita decisión de abandonar el Pontificado en vida. Ha hablado por boca de su fiel mano derecha, el arzobispo Georg Gänswein, con motivo de las exequias de un viejo y también leal amigo, el cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia. En una breve carta leída por Gänswein, Ratzinger advierte de que «la Iglesia necesita hoy más que nunca a pastores convincentes que sepan resistir a la dictadura del espíritu de los tiempos (zeitgeist) y que vivan y piensen la fe con determinación».
«La dictadura del zeitgeist» es una variación que hace Benedicto XVI de su llamamiento a combatir «la dictadura del relativismo» que lanzó como joven teólogo allá en 1961 al debate eclesiástico. El Papa emérito habló de la profunda fe que tenía Meisner en que «Dios no abandona a su Iglesia», ni siquiera dice la carta «en momentos en que está a punto de zozobrar». Meisner, histórico cardenal fue enterrado por cien obispos y masiva presencia de la iglesia del este donde luchó por la Iglesia bajo regímenes comunistas.
La carta de BenedictoXVI al entierro de un Meisner que no había ocultado su disgusto con las decisiones del Papa Francisco se ha entendido como un gesto de Ratzinger ante lo que pasa en Roma. En Colonia estaba gran parte de la Iglesia que ve con alarma una evolución en el Vaticano de hostilidad a la tradición, simpatías a déspotas tercermundistas y agresividad contra Occidente.
Molestó el cese del cardenal Gerhard Ludwig Müller como prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe y su sustitución por el jesuita español Luis Ladaria Ferrer. Ratzinger dirigió la Congregación bajo Juan Pablo II y fue objeto de brutales campañas de desprestigio desde la izquierda política e «iglesia progresista».
En 2005, antes de ser Papa, dijo: «Tener una fe clara según el credo de la Iglesia se descalifica como fundamentalismo, mientras el relativismo, ese dejarse llevar por todo tipo de opiniones y doctrinas se presenta como la única forma posible de estar de acuerdo con los tiempos». El relativismo emerge como gran enemigo de la verdad y la libertad, como la nueva tiranía.
Ratzinger tiene una vez más razón. Avisó de la peste del relativismo antes de que en 1968 lo impusiera como «la modernidad». Hoy el monstruo del zeitgeist es un tirano que amenaza con aplastar todas las libertades creadas en Occidente con el cristianismo y el judaísmo como cimientos.
Quienes se enfrentan a la dictadura del zeitgeist, con su multiculturalismo, su ideología de género, su resentimiento marxista nuevo/viejo, su odio a Occidente, son perseguidos y arrollados. Quienes resisten con convicciones éticas o religiosas, conductas íntegras o simplemente con la defensa de la verdad son tachados de enemigos de un progreso que, según dictan, impone igualdad a todo, la tiranía.
El Papa Francisco dice que da igual islam que cristianismo, el Kings College de Londres quita bustos y cuadros de fundadores y científicos blancos «para no ofender», las universidades son bastiones de una doctrina implacable del progresismo que no admite discrepancias y un periodista español en Baleares, Johannes von Horrach, es la primera víctima de las nuevas leyes LGTB, la peor mordaza en Europa desde la caída de las censuras de comunismo y fascismo. Cuatro guindas de cómo estamos. Ratzinger había avisado.
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