La lectura del reciente libro de la profesora norteamericana Camille Paglia, “Feminismo pasado y presente”, ayuda a despejar no pocas de las nubes ideológicas que acompañan a determinadas formas de feminismo hoy en boga.
Quien es una de las precursoras de los estudios feministas, no tiene ningún problema a la hora de llamar a las cosas por su nombre y reconocer, por ejemplo, que “estamos en un momento en el que hay una especie de callejón sin salida en el pensamiento contemporáneo”, o que “existe una generación perdida de mujeres que salen de estos programas de estudios de género”.
Cuando arremete contra “el fascismo del feminismo contemporáneo” sabe de lo que habla, incluso por experiencia. Su reivindicación pasa por recuperar dos elementos relevantes que el feminismo ha excluido: la estética y las relaciones entre biología –diferencia sexual- y psicología.
Cuando propone determinados modelos de mujeres norteamericanas, en el que un factor no desdeñable es la experiencia del cristianismo, está hablando de “mujeres que tenían independencia, que tenían confianza en sí mismas y que eran responsables de sus actos, sin culpar a los demás de sus problemas”.
A estos dos elementos añade uno: “La mentalidad política ingenua, que culpa de todos los problemas humanos a los varones blancos imperialistas que han victimizado a las mujeres y a las personas de color”.
Me he acordado de esto al leer determinadas campañas contra la violencia contra la mujer. Una violencia que debe ser combatida por todos los medios, en particular con la educación moral.
Por cierto que, hasta que no se demuestre lo contrario, nunca hubo más campañas contra la violencia contra la mujer y nunca fueron sus efectos menos eficaces.
Una cosa es luchar contra la violencia contra la mujer y otra instaurar campañas irracionales de hostilidad contra el varón y criminalizar al hombre con el argumento, entre otros, de una estructura social sistémica.
Sin lugar a dudas, las culturas patriarcales han existido y han producido determinadas consecuencias que deben ser condenadas. Pero ahora estamos en otro proceso en el que el modelo estructural no debe eximir de trabajar sobre otros factores que afectan a la dimensión moral personal.
Por cierto, según el Women, Peace and Security Index del Georgetown Institute for Women, España es el quinto mejor país del mundo para las mujeres. En términos de delito por 1.000 mujeres, en Francia son tres veces más que en España; en Dinamarca, seis; en Canadá, ocho; en Suecia, 13.
Y para cerrar el ciclo de sus afirmaciones, volviendo a Paglia, es curiosa su argumentación en defensa de los clubs universitarios femeninos de castidad, como expresión del auténtico feminismo, por parte de quien se califica como una veterana del feminismo prosexual.
Francisco Serrano Oceja
religion.elconfidencialdigital.com
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Juan Ramón Domínguez Palacios
http://enlacumbre2028.blogspot.com.es
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