viernes, 22 de noviembre de 2019

Una odisea de amor y guerra

Me parece que, en el ambiente que hoy vivimos, constantemente pensando en lo que a mí me gusta y me apetece, un matrimonio como el de Luka y Ana no habría tenido ninguna posibilidad de subsistencia.
Olga Brajnovic, la autora de este libro, es la tercera hija de Luka y Ana Brajnovic. Dispone del tesoro de los diarios que escribieron sus padres en los tremendos años de separación vividos primero por la guerra y luego por la tiranía comunista de Tito en Croacia, que entonces era parte de Yugoeslavia. 

Después de unos meses de cautiverio en el comienzo de la guerra, donde está a punto de morir, Luka consigue volver a Zagreb y, en condiciones extremas de inseguridad, decide casarse con Ana, que le está esperando. 
Tienen una hija, pero, cuando apenas tiene cuatro meses, Luka tiene que huir porque saben que el régimen comunista, que se instala en su patria, persigue a los intelectuales católicos. Y lo que podía haber sido una separación de unos meses se convierte en una pesadilla de casi doce años.
Nos cuenta las historias de uno y de otro, ella en Croacia sufriendo la presión del comunismo a los cristianos, él de un lado para otro, primero en Italia, luego por circunstancias curiosas, en España. Los dos buscando encontrarse y encontrando todas las dificultades, porque ni él puede volver a su patria, ni ella puede salir. Es la “libertad” del comunismo.
Y entre medias, durante esos once años largos, una historia de amor maravillosa. Los diarios que ellos escriben, sin saber uno la existencia del otro, son la manifestación de un amor que persiste en la distancia, porque es auténtico. El dolor tan grande de la separación no choca con el amor, sino que lo fortalece.
Me parece que, en el ambiente que hoy vivimos, constantemente pensando en lo que a mí me gusta y me apetece, un matrimonio como el de Luka y Ana no habría tenido ninguna posibilidad de subsistencia. Y familiares y amigos hubieran entendido que Fulanita o Menganito se hubieran ido con otro, porque “vete tú a saber…”. 
Cuesta mucho, en un ambiente materialista y cómodo, entender la indisolubilidad del matrimonio. Cualquier dificultad supone una disculpa para romper el vínculo que Dios ha querido que sea indisoluble.
En su diario, después de años buscando solución y todavía muy lejos de su mujer, Luka escribe: “Hay aún algo más que es bello, grande y que nunca pasará, sean cuales sean los acontecimientos que nos esperen: nuestro amor, que es eterno. Hasta nuestro dolor es bello, porque es tan grande y amargo, porque es testigo de nuestro amor. 
Si no hubiera amor, ¿existiría nuestro sentimiento de soledad, nuestro dolor, nuestras lágrimas y nuestros sufrimientos? ¡Qué locura serían nuestros deseos, qué tormento nuestra fidelidad, que insondable hipocresía nuestra fe y nuestra piedad si no hubiera amor! Por eso, es lo mismo hablar de amor y de dolor, y entre ellos no hay diferencia. Y cuando el dolor es elevado a tan alto grado, ¿puede corresponderle otro adjetivo, sino que es bello?”.
Nuestro amor, que es eterno. Un convencimiento que surge de muy dentro. No es un simple sentimiento. Es entrega de la vida, a pesar de que la persona amada esté muy lejos y no haya ninguna seguridad de que alguna vez la volverá a ver. 
Aunque pasara toda la vida en la espera, el amor es eterno y, al menos, se hará totalmente real en la eternidad. Algo que puede incluso parecer incomprensible, sobre todo desde la mentalidad de nuestros días. En el momento en que son muchos los que se casan “a prueba”, a ver si esto funciona, ya el modo de entender el matrimonio es algo muy distinto.
Ángel Cabrero Ugarte,

en 
religion.elconfidencialdigital.com

Juan Ramón Domínguez Palacios

http://enlacumbre2028.blogspot.com.es/

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