lunes, 15 de marzo de 2021

Mentiras absolutas

 

Los gobiernos, la mayoría, son los grandes gestores de la gran mentira. Aspiran a convertirse en los sacerdotes de una nueva religión política que decide sobre el bien y el mal, lo que ha sucedido en el pasado y lo que no, el contenido de las verdades religiosas, filosóficas y científicas. Lo profetizó Tocqueville. El futuro despotismo democrático dejará libres los cuerpos para apoderarse de las conciencias, y degradará a los hombres sin atormentarlos. 

 La negación de la existencia de verdades absolutas conduce a la afirmación de verdades relativas, y ésta, a la negación de la verdad. Negada la verdad, quedan la falsedad y la mentira. Niegan la verdad absoluta para afirmar la mentira absoluta. Lo diagnosticó con lucidez Jean-François Revel: la principal fuerza que gobierna el mundo es la mentira. Y no una mentira relativa sino la mentira absoluta. Quieren destruir la verdad para abrir el camino a la mentira. Son tiempos de eclipse de la verdad. Pero la verdad puede ser negada, ocultada o rechazada, pero no puede ser destruida. Suena hoy a piadosa y casi ridícula ingenuidad la afirmación de Kant de que la mentira nunca es lícita moralmente, ni siquiera

 la mentira filantrópica. Parece que la mentira se ha convertido en un deber inexcusable y la verdad en objeto de persecución.

Hoy, cuando se cumple un año de la declaración del estado de alarma, la mentira domina la política. Es allí más superficial y visible. Pero se nutre de la mentira intelectual y moral, más profunda y menos visible. Pero quizá alcance su apoteosis en la política. Afirmó Ortega y Gasset que la política es el imperio de la mentira porque la política es pensar utilitario, y hacer de la utilidad la verdad es la definición de la mentira. Resulta cada día más difícil encontrar políticos que no mientan o, lo que es lo mismo, que no digan una cosa y apenas un día después la contraria. Rectificar será acaso de sabios, pero mentir es de ruines. Y, en muchas ocasiones, cuando no mienten proclaman falsedades y vilezas. Platón abrió el camino a la mentira al justificar en la República su licitud en los gobernantes. Aunque es cierto que se trataba de un régimen político ideal en el que gobernarían los sabios, es decir los buenos, y que jamás vería la luz del sol.

La democracia no está vacunada contra la mentira, aunque su lugar natural sea el totalitarismo. Acaso haya también una democracia totalitaria. Y es un campo abonado a la mentira porque, para empezar, hay que halagar al pueblo. Y no es fácil halagar sin mentir. Lo dijo Platón: un tribunal de niños preferiría al pastelero antes que al médico. Léase o véase ‘Un enemigo del pueblo’ de Ibsen. Pero las aguas bajan contaminadas.

No hay voluntad por mayoritaria, y aún unánime, que sea que pueda convertir lo falso en verdadero y lo verdadero en falso. La democracia (por supuesto, la autocracia tampoco) no puede decidir cuestiones de verdad o falsedad sino, si acaso, intentar aproximarse a la justicia. Pero ella no es la justicia. El modelo y paradigma de la mentira es el totalitarismo, comunista y fascista. Su mayor enemigo es la verdad, que no soportan.

La libertad de expresión es defendida en la teoría y escarnecida en la práctica. Ella no ampara la mentira sino la posibilidad del error. Si uno tiene derecho a buscar la verdad por sí mismo, entonces tiene derecho a equivocarse, pero no a mentir. La libertad de emitir opiniones, ideas, juicios y valoraciones es ilimitada. Pero no existe un derecho a mentir, insultar, calumniar, injuriar, blasfemar o inducir a la comisión de un delito. Hoy se invierten con frecuencia los términos y se pretende amparar, por ejemplo, el insulto, la calumnia y la blasfemia, a la vez que se niega el derecho a opinar libremente sobre Franco, el feminismo o la homosexualidad. El mundo jurídico y moral al revés. Además, la libertad de expresión se dosifica a conveniencia. La poseen unos, pero no los otros. Caminamos así hacia la destrucción de la libertad en nombre de la libertad. No hay libertad para los amigos de la libertad. La defensa de la Constitución deviene inconstitucional.

La contradicción se convierte en una figura silogística. El derecho a la vida pasa a ser compatible con el deber de matar. Se quita la vida (al embrión, al enfermo terminal, o no terminal, o ni siquiera enfermo) en nombre de la dignidad de la vida. Matar ya no es matar. Es interrumpir la vida. La muerte como derecho y deber. La dignidad de la muerte acaba con la dignidad de la vida.

Y la mentira se cobija bajo el eufemismo, tributo involuntario que la mentira rinde a la verdad. Matar es proporcionar una muerte digna. El aborto es una prestación sanitaria a la que tiene derecho la mujer. El embrión humano tiene menos derechos que un perro. En realidad, no tiene ninguno. Debe de poseer naturaleza mineral. Pero no conviene hablar de aborto, que suena fatal. Se trata de la interrupción voluntaria del embarazo. Eso ya es otra cosa. Un derecho.

Se reconoce el derecho a mentir y se niega el derecho a decir la verdad. La mentira es un derecho y la verdad un delito. La mentira como un nuevo derecho fundamental. Y es que la mentira halaga, mientras la verdad exige. El mundo necesita una máquina de la verdad, un detector de verdades.

En el ámbito de la educación es donde resulta quizá más deletéreo el imperio de la mentira. Sus víctimas son las más indefensas. Hay que proscribir el esfuerzo, la exigencia y la disciplina, en beneficio de la diversión, la creatividad y la motivación. Conviene que el niño se acomode cuanto antes a la mentira. Es preciso prepararse para la vida adulta. Se le oculta al niño la primera verdad pedagógica: no es posible aprender sin esfuerzo. En general, nada grande ha sido hecho sin esfuerzo.

Los gobiernos, la mayoría, son los grandes gestores de la gran mentira. Aspiran a convertirse en los sacerdotes de una nueva religión política que decide sobre el bien y el mal, lo que ha sucedido en el pasado y lo que no, el contenido de las verdades religiosas, filosóficas y científicas. Lo profetizó Tocqueville. El futuro despotismo democrático dejará libres los cuerpos para apoderarse de las conciencias, y degradará a los hombres sin atormentarlos. Nos aguardan los campos de exterminio de la verdad, en los que se gasearán las almas y se dejarán, felices y libres, los cuerpos. Vivimos tiempos de mentiras absolutas, pero la verdad es eterna, inmortal, indestructible.

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Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía de la Universidad Rey Juan Carlos

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