miércoles, 28 de julio de 2021

Tridentina

Escribe Hughes en ABC: permita el lector una anécdota personal. Hace poco asistí a una misa y en el momento de la comunión, una melodía, salida de un organillo tocado por un joven parroquiano, llamó mi atención. Era dulzona y sentimental. Tardé unos instantes en reconocerla: era la banda sonora de ‘Forrest Gump’. «Tonto es el que dice tonterías». 

En el momento de recibir a Cristo, Tom Hanks con la gorrita. Desde luego, no se me ocurriría culpar de ello al sacerdote, que bastante tenía con hacerse escuchar por un auditorio ruidoso y de los nervios. Pero entonces ¿quién es el responsable? ¿Quién debería evitar que acabe sonando reguetón episcopal?

La reciente decisión del Papa sobre la misa tridentina responde a algo político, interno:

 atar en corto a los tradicionalistas en beneficio de la unidad, pero no se advierte el mismo celo en atajar los desarrollos ‘modernizadores’. Hasta en la Iglesia el problema, al final, son los de la tradición, nostálgicos, los que mueven la cabeza con aprensión ante la fuga abierta al progreso.

Desde el Concilio Vaticano II, «el 68 religioso», en el que hemos crecido, la sensación es que todo se dirige al qué buenos somos, a hacer mejor el mundo, pero no al otro mundo. Lo sobrenatural queda para Iker Jiménez. Las sensaciones al entrar en una iglesia ya no son de conmoción, misterio y elevación, sino de otro tipo, acompasadas por el rasgar de guitarritas ecuménicas.

No es solo que la Iglesia transija con el espíritu del Mundo, es que también lo hace con sus gobernantes. De la confusión Iglesia-Estado pasamos a una Iglesia bajo el Estado, sometida a sus presiones fiscales, a su chantaje legislativo, incapaz de rechistar nada al complejo Estado-corporaciones que dirige espiritualmente el mundo.

Pla, que meapilas no era, expresó algo: «Han destruido, en nombre de la libertad, los dogmas de la Iglesia, cosa que a mí me repugna; pero todavía me repugna más que hayan instaurado los dogmas de la Iglesia comunista». Los dogmas de la Iglesia del progresismo global irrefrenable. La frase recoge bien el papel instrumental y transitorio del liberalismo para pasar de un orden tradicional a otro distinto.

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