Ni el católico que se hace el simpático y calla o niega las verdades de su fe para ganar el aplauso o la indiferencia (tan confortable) del mundo ni el que envidia el furor musulmán están actuando conforme a las enseñanzas de su religión.
De un tiempo a esta parte, entre los vapuleados católicos cada vez se escucha más esta frase o alguna variante: "Nos lo hacen a los cristianos, pero con los musulmanes no se atreven". No parece una frase muy acertada ni muy católica, si me permiten la redundancia. Reconoce una superioridad apabullante de los musulmanes en la defensa de lo suyo. Y no cae en la cuenta de que son dos religiones tan diferentes que no se pueden comparar.
El islam pretende ocupar todo el ámbito público con su religión: su ley tiene vocación de constitución política, código penal y derecho civil de una tacada. La religión católica es la madre del moderno laicismo desde el punto y hora en que Jesucristo se guarda para Dios lo que es de Dios, pero reconoce al César su inmenso ámbito de competencia. La cuestión no acaba ahí. El católico, por serlo, no tiene que evitar el insulto a su religión mediante la amenaza y la violencia. Pero tiene que evitarlo, por supuesto. Su método es otro y aquí es donde probablemente los cristianos estemos fallando, no en no imitar al musulmán malhumorado. El católico tiene que recurrir a la fuerza... sobre sí mismo. Responder a los insultos o incluso a las blasfemias con la valentía de no arredrarse en seguir proclamando su fe y sosteniendo sus argumentos, aunque le valgan condenas sociales o penales.
Ni el católico que se hace el simpático y calla o niega las verdades de su fe para ganar el aplauso o la indiferencia (tan confortable) del mundo ni el que envidia el furor musulmán están actuando conforme a las enseñanzas de su religión. El vigor cristiano tiene que ser como mínimo el mismo, pero sereno y sobre sí, exigiéndose tanta coherencia como constancia.
Otro examen de conciencia le corresponde a la sociedad en su conjunto por si acaso se arredra más ante las amenazas violentas y no aplica la ley con igualdad. Pero eso ya no es un problema de la conciencia de los católicos, sino del ámbito del César. Conozco a un profesional que harto de que la gente le afease y le discutiese agriamente su comportamiento ético de acuerdo con sus principios católicos, se inventó que era musulmán, y ya todos fueron tolerancias, parabienes y palmaditas. La sociedad no debería disimular su espanto peloteando a los que se le rebotan. Con todo, no es a dar miedo a lo que tenemos que aspirar los cristianos, sino respeto. Y eso despende de nuestra firmeza (con nosotros mismos).
Enrique García-Máiquez, en diariodecadiz.es.
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