Berlín.— “Ortodoxia y derechos humanos” se tituló la conferencia que Bartolomé I, Patriarca Ecuménico de Constantinopla, pronunció la semana pasada en Berlín, en la Academia de la Fundación Konrad Adenauer. Gran parte de su discurso se refirió a las relaciones entre las Iglesias cristianas y los derechos humanos, “que con razón están considerados como uno de los grandes logros políticos de la historia hacia un mundo más libre, más justo y más humano”.
Bartolomé I no omitió señalar que al principio, las declaraciones de derechos humanos fueron recibidas con reservas por las Iglesias cristianas, que veían en ellas una “expresión de la autosuficiencia del hombre”. Pero “hoy en día, los derechos humanos forman parte del núcleo del testimonio de la Iglesia en el mundo”.
Sin embargo, “la postura de las 14 Iglesias autocéfalas frente a los derechos humanos no es uniforme. Lamentablemente, en el mundo ortodoxo hay personas e instituciones que los consideran como un peligro para nuestra identidad ortodoxa. Para ellos, los derechos humanos son el fundamentalismo de la modernidad”. Pero esto se debe a experiencias negativas, no a la teología ortodoxa: “El concepto fundamental, en el encuentro entre la antropología ortodoxa y los derechos humanos, es el concepto de persona. El ser persona da al ser humano la dignidad suprema, que es inalienable. Nada es más sagrado que la persona; nada puede justificar convertir el ser humano en un mero medio”.
Para el cristianismo ortodoxo, ser persona siempre significa ser en comunidad con los demás, por lo que la teología ortodoxa ofrece resistencia al individualismo; “pero la dimensión social de la libertad en la Ortodoxia no nos dispensa de la tarea de tomar en serio los derechos individuales. Una cosa es la protección del individuo y otra la reducción individualista de los derechos humanos. Es una concepción falsa de estos considerarlos como individualistas”.
Evangelio y dignidad humana
Bartolomé I hizo referencia a que, si bien los derechos humanos son un logro secular de la modernidad, “el valor absoluto del hombre no es un descubrimiento de la modernidad. El respeto por la dignidad humana procede del Evangelio cristiano del amor al prójimo. En el contexto cristiano, los imperativos éticos son mandamientos de Dios, con lo que adquieren un mayor peso”. Además, la modernidad es el marco histórico en el que hay que dar testimonio cristiano: “no podemos separar nuestra identidad cristiana de nuestra identidad como hombres modernos”.
Según el Patriarca, el enfrentamiento entre religión y derechos humanos se da hoy en día más bien en religiones no cristianas. Bartolomé I mencionó diversos argumentos para el rechazo de los derechos humanos por estas religiones: como los derechos humanos surgieron en Europa occidental y Norteamérica, los consideran “vinculados a las condiciones de la cultura política occidental”, con lo que se ve su supuesta vigencia universal como una nueva forma de la búsqueda de hegemonía occidental, “un caballo de Troya del mundo cristiano” porque los derechos humanos “llevan el sello del cristianismo”.
Además, para estas religiones, “los derechos humanos defienden un secularismo y un antropocentrismo incompatibles con el teocentrismo de culturas no occidentales”. En esas culturas se subraya “que los movimientos de derechos humanos prepararon, y aún hoy preparan, el camino al ateísmo”. Es cierto que el fundamentalismo de la modernidad, que considera la religión como un obstáculo para el progreso, niega su gran aportación a la cultura; pero, como los derechos humanos han hecho más humanos el mundo, las religiones tienen que descubrir en ellos sus propios valores.
Efectivamente, no se puede negar la tensión entre el concepto cristiano y moderno de libertad, pero puede servir para un diálogo fructífero. “Por ello, considero inadecuado el concepto de ‘sociedad postcristiana’, porque nuestro presente tiene una dimensión cristiana, un pasado que no puede sencillamente anularse”. Bartolomé I prefiere la expresión “sociedad postsecular”, porque la expectativa de una cultura totalmente secularizada ha resultado ser utópica. “Dar testimonio en el mundo no significa identificarse con el mundo y con su cultura. La defensa de los derechos humanos por la Iglesia no debe llevar a una secularización de la Iglesia. Nuestro testimonio en el mundo recuerda, más bien, los límites de la libertad secular sobre la base de la vida en Cristo”.
aceprensa.com
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