La fortaleza es virtud necesaria para vivir y convivir;
quicio también de otras virtudes que sin ella no pueden sostenerse: serenidad,
alegría, optimismo, paciencia y todos los aspectos relacionados con la vida
familiar.
Esta virtud, por tanto, tiene una doble función en la vida
humana: por un lado, asegura y, por otro, capacita. La esencia de esta virtud
no está tanto en vencer dificultades como en obrar el bien a pesar de esos
inconvenientes. Conscientes de nuestra fragilidad y de los innumerables
riesgos, todos –hombres y mujeres– buscamos seguridades en las que apoyarnos.
El primer ejercicio que deberíamos realizar es poner todos
los medios, enseguida, para no dejarnos «hundir» por las dificultades. Cuando
los proyectos se vienen abajo y se cierra y oscurece el horizonte o cuando
perdemos a alguien muy querido y la tristeza intenta invadir lo más profundo de
nuestro ser, en estas ocasiones aparecen dos opciones ante nosotros:
esforzarnos por salir a flote o dejarnos arrastrar por el desánimo y la
desesperanza.
Las relaciones humanas son complicadas y sin un conocimiento
de las personas y de sus circunstancias es imposible la buena comunicación.
También en nuestro interior encontramos contradicciones y confusiones. La
experiencia enseña que sin valor y fortaleza es imposible lograr la felicidad,
que siempre está amenazada por los reveses de la vida.
Hay temporadas en las que, cuando se apaga un fuego, aparece
otro. Si falta fortaleza, la vida se hace pequeña. Sin la energía que
proporciona esta virtud las personas se reducen a cumplir con lo mínimo, se
crece poco interiormente y falta valor para conseguir metas grandes.
Superar la debilidad
Si el primer paso para adquirir esta virtud consiste en luchar decididamente,
no derrumbarse ante el dolor ni quedarse paralizado por la contrariedad, el
segundo consiste en acometer: la fortaleza requiere siempre un esfuerzo por
superar la debilidad, porque el hombre, por naturaleza, teme el peligro, los
disgustos y sufrimientos que, a veces, paralizan.
El hombre debe superar, en cierta manera, los propios límites, ser fuerte y
superarse a sí mismo. Toda persona ha nacido para hacer cosas; rehuir la
dificultad recorta sus horizontes y empequeñece.
Es necesaria la fortaleza y el ejercicio del valor, así lo
considera el gran héroe castellano: «en esto de acometer aventuras, señor don
Diego, que antes se ha de perder por carta de más que de menos, porque mejor
suena en las orejas de los que oyen: el tal caballero es temerario y atrevido,
que no, el tal caballero es tímido y cobarde». [ Don Quijote].
Para alcanzar tal fortaleza el hombre necesita un motivo
importante, una razón de peso, debe estar sostenido por un gran amor a la
verdad y al bien, a sus amigos, a la familia… La virtud de la fortaleza camina
al mismo paso que la capacidad de sacrificarse.
Para los cristianos es bueno
recordar que el Evangelio va dirigido a los hombres débiles, pobres, mansos y
humildes, misericordiosos: y al mismo tiempo contiene en sí un llamamiento
constante a la fortaleza. Con frecuencia Jesús repite: no tengáis miedo, y
enseña que es necesario saber dar la vida por una causa justa, por la verdad,
por la justicia.
Conocemos situaciones límite en las que aparece la gran
capacidad que encierra el hombre para soportar la adversidad. Viktor Frankl se
refiere a las condiciones extremas de los prisioneros en Auschwitz, con
frecuencia los mantenían desnudos y mojados a la intemperie a temperaturas
bajísimas: estábamos ansiosos por saber –escribe– qué consecuencias nos
traería, y a los pocos días comprobamos que ni siquiera nos habíamos resfriado.
Dificultades
cotidianas
La vida cotidiana exige cierta dosis de energía para llevar a cabo hasta las
tareas más habituales con orden y serenidad, con alegría y paciencia, con
perseverancia, generosidad, justicia, prudencia, respeto, responsabilidad,
tesón.
Cada día ejercemos esta virtud no pocas veces. En una
jornada cualquiera se presentan situaciones en las que se precisa un buen
acopio de coraje y de paciencia:
· - Levantarse a la hora prevista, ¡el mundo nos
espera!
· - No enfadarse con los hijos pequeños que discuten
con pasión durante el desayuno quizá por tonterías, poner unas gotas de buen
humor.
· - Resistir un atasco de tráfico sin perder la
calma.
· - No airarse con las múltiples interrupciones,
especialmente cuando estamos sumergidos en un asunto complicado.
· - Responder con amabilidad y ayudar a quien nos
pide un favor.
· - Cambiar serenamente de tarea por otra más
necesaria o urgente pero menos grata.
· - Mantener la calma durante una reunión en la que
alguien nos lleva continuamente la contraria.
· - No retrasar, sin motivo justificado, esa tarea
que resulta más difícil o costosa.
· - Cuando es necesario tomar una decisión cuyas
consecuencias pueden ser dolorosas.
· - No perder el ánimo cuando ya es tarde y aún nos
quedan muchas cosas por terminar.
Son muchas las ocasiones. En estos casos, la fortaleza ayuda
discretamente a no perder la alegría: descubrimos que estas situaciones son
oportunidades para superarnos, entender que tales circunstancias son pequeños
retos ante los que podemos crecernos. Si no lo hacemos así, nos asaltará pronto
el mal humor y es fácil que después no sepamos ser amables ni sonreír ni hacer
un favor.
Ante las tentaciones
Como la naturaleza humana se transformó para peor desde el principio de la
humanidad, existe en nuestro interior una dificultad grande para hacer el bien.
No nos atrae el mal directamente; sin embargo, nuestra inteligencia no
discierne con claridad lo mejor, nuestros deseos tienden hacia el placer, el
poder o el dinero, o todos a la vez. El control de estas tendencias es la
fortaleza.
A veces será necesario un gran acopio de fortaleza para:
·
Ser honrados en los negocios.
·
Vivir la castidad de acuerdo con el estado
propio.
·
Controlar la ira y los enfados que son síntomas
de debilidad.
· No dejarse influenciar por estilos y costumbres
anticristianas. Este modo de vivir contrasta con muchos ambientes sociales.
·
Fortaleza y templanza se necesitan mutuamente,
una protege a la otra.
Fortaleza para ser
coherentes
Se precisa fortaleza para vivir de acuerdo con lo que se cree, para aceptar el
riesgo de la incomprensión antes que permitir rupturas entre lo que se piensa y
lo que se vive. Los propios principios no deben abandonarse cuando las
situaciones cambian. El ejercicio de la justicia reclama en muchas ocasiones
gran fortaleza.
Se trata de una actitud de firmeza, que busca –con
naturalidad– hacer lo que se debe en el trabajo, en las relaciones con los
demás, en el esfuerzo por acercarse más a Dios, sin doblegarse ante las
dificultades.
Ser coherentes es también caminar contracorriente en un
mundo que parece se aleja cada vez más de Dios, y desconoce o relega a un
segundo plano los valores espirituales.
Fortaleza de ánimo
Las emociones, que juegan un gran papel en nuestro mundo personal, favorecen o
destruyen nuestra felicidad. Nuestro mundo interior puede ser luminoso o ser
oscuro: depende del dominio sobre los pensamientos, las emociones y los
sentimientos.
Cuando las personas se dejan dominar por ideas pesimistas y
las emociones negativas, se hacen frágiles en exceso y cualquier suceso –por
poco importante que sea– les afecta en lo más hondo, les conduce a la tristeza
o les lleva a un optimismo sin razón y produce constantes cambios de humor que
influyen en su trabajo, en las relaciones con los demás, en las decisiones que
deben tomar.
Interiormente
estables
Quien posee la virtud de la fortaleza mantiene habitualmente
un ánimo estable ante las contrariedades y los sufrimientos y se enfrenta a los
obstáculos y a las dificultades no por ambición u orgullo, sino para obtener el
bien, teniendo en cuenta sus propias fuerzas y juzgando adecuadamente el tamaño
de los obstáculos.
La virtud de la fortaleza, al darnos un ánimo estable, nos
permite mantenernos serenos para tomar las decisiones más oportunas y
prudentes. Nos hace más libres no solo con respecto a nuestras pasiones y
sentimientos, a los que ordena según la razón y la fe en Dios (si se posee),
sino también ante la influencia del ambiente, que trata de convencernos de que
resistir en el bien no vale la pena.
La mayoría no somos fuertes físicamente, sin embargo, es
asequible para todos ser fuertes interiormente, conocerse bien a uno mismo,
sacar partido a la experiencia adquirida, reconocer la importancia real de los
acontecimientos.
Los motivos
Se precisa un buen motivo, una razón importante para poner
en marcha nuestra libertad y deseo de adquirir y practicar la virtud de la
fortaleza. Se necesita un gran amor (a Dios –si se tiene fe-, a la familia, a
los amigos…) Si no se ama, la fortaleza puede volverse áspera, ser altanera,
convertirse en distancia o barrera que aísle de los demás.
La clave de la
fortaleza no consiste tanto en vencer dificultades, sino obrar el bien, cueste
lo que cueste. Motivos para ejercer la fortaleza: la salvaguarda de la
familia, la defensa de los derechos justos, el ejercicio de la misericordia
hacia todos y más hacia los necesitados, la ayuda y el apoyo a los amigos, la
defensa de los bienes de la empresa, el amor a la verdad.
Ante la enfermedad
Contamos con el ejemplo admirable de personas conocidas y
cercanas que, ante un diagnóstico grave, han reaccionado con entereza, sin
descomponerse. Han pasado por operaciones de riesgo y procesos terapéuticos
dolorosos, y les hemos visto serenos.
Quizá pensemos que, si esto nos sucediera a nosotros, no
podríamos reaccionar así, quedaríamos muy afectados ante el temor y el dolor.
Joseph Pieper afirma que no se contraponen dolor, enfermedad y miedo: se puede
ser fuerte aunque uno sienta temor.
Es normal sentir miedo. Se puede ser valiente en estos
casos, si antes, y con la ayuda de la gracia, se ha ejercitado esta virtud:
· Dominar la imaginación: la fantasía sin control
agranda los males.
· Estar serenos, porque es muy importante no
amargar a las personas de alrededor ni aumentar su preocupación.
· Buscar sentido al dolor: si sabemos que Jesús
padeció indeciblemente en su Pasión, podemos unir nuestro dolor al suyo y
ofrecerlo por los mismos motivos por los que Él sufrió.
· Crecer interiormente y adquirir un sentido más
profundo acerca de lo que significa vivir y ser hombres y mujeres con temple.
·
Emplear bien el tiempo de obligado descanso para
curarnos.
·
Adquirir paciencia, avivar la esperanza, ser más
abnegados.
·
Pensar en todos los enfermos del mundo y pedir
por ellos a Dios.
Solo con fortaleza se puede afrontar la muerte con
serenidad; y esta serenidad permite elevarse sobre el natural temor a morir.
Con serenidad se puede mirar la eternidad como el destino inexorable de todos
los hombres y admitir que «lo nuestro es pasar». [ Antonio Machado], pasar
haciendo el bien.
Se trata entonces de pensar y sentir como señala el poeta de
Castilla: «y con esta confianza / y con la fe tan entera / que tenéis, / partid
con buena esperanza»[Antonio Machado].
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://enlacumbre2028.blogspot.com.es
xabec
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