jueves, 4 de octubre de 2018

Fortaleza


La fortaleza es virtud necesaria para vivir y convivir; quicio también de otras virtudes que sin ella no pueden sostenerse: serenidad, alegría, optimismo, paciencia y todos los aspectos relacionados con la vida familiar.

Esta virtud, por tanto, tiene una doble función en la vida humana: por un lado, asegura y, por otro, capacita. La esencia de esta virtud no está tanto en vencer dificultades como en obrar el bien a pesar de esos inconvenientes. Conscientes de nuestra fragilidad y de los innumerables riesgos, todos –hombres y mujeres– buscamos seguridades en las que apoyarnos.

El primer ejercicio que deberíamos realizar es poner todos los medios, enseguida, para no dejarnos «hundir» por las dificultades. Cuando los proyectos se vienen abajo y se cierra y oscurece el horizonte o cuando perdemos a alguien muy querido y la tristeza intenta invadir lo más profundo de nuestro ser, en estas ocasiones aparecen dos opciones ante nosotros: esforzarnos por salir a flote o dejarnos arrastrar por el desánimo y la desesperanza.

Las relaciones humanas son complicadas y sin un conocimiento de las personas y de sus circunstancias es imposible la buena comunicación. También en nuestro interior encontramos contradicciones y confusiones. La experiencia enseña que sin valor y fortaleza es imposible lograr la felicidad, que siempre está amenazada por los reveses de la vida.

Hay temporadas en las que, cuando se apaga un fuego, aparece otro. Si falta fortaleza, la vida se hace pequeña. Sin la energía que proporciona esta virtud las personas se reducen a cumplir con lo mínimo, se crece poco interiormente y falta valor para conseguir metas grandes. 

Superar la debilidad

Si el primer paso para adquirir esta virtud consiste en luchar decididamente, no derrumbarse ante el dolor ni quedarse paralizado por la contrariedad, el segundo consiste en acometer: la fortaleza requiere siempre un esfuerzo por superar la debilidad, porque el hombre, por naturaleza, teme el peligro, los disgustos y sufrimientos que, a veces, paralizan. 

El hombre debe superar, en cierta manera, los propios límites, ser fuerte y superarse a sí mismo. Toda persona ha nacido para hacer cosas; rehuir la dificultad recorta sus horizontes y empequeñece.


Es necesaria la fortaleza y el ejercicio del valor, así lo considera el gran héroe castellano: «en esto de acometer aventuras, señor don Diego, que antes se ha de perder por carta de más que de menos, porque mejor suena en las orejas de los que oyen: el tal caballero es temerario y atrevido, que no, el tal caballero es tímido y cobarde». [ Don Quijote].

Para alcanzar tal fortaleza el hombre necesita un motivo importante, una razón de peso, debe estar sostenido por un gran amor a la verdad y al bien, a sus amigos, a la familia… La virtud de la fortaleza camina al mismo paso que la capacidad de sacrificarse. 
Para los cristianos es bueno recordar que el Evangelio va dirigido a los hombres débiles, pobres, mansos y humildes, misericordiosos: y al mismo tiempo contiene en sí un llamamiento constante a la fortaleza. Con frecuencia Jesús repite: no tengáis miedo, y enseña que es necesario saber dar la vida por una causa justa, por la verdad, por la justicia.

Conocemos situaciones límite en las que aparece la gran capacidad que encierra el hombre para soportar la adversidad. Viktor Frankl se refiere a las condiciones extremas de los prisioneros en Auschwitz, con frecuencia los mantenían desnudos y mojados a la intemperie a temperaturas bajísimas: estábamos ansiosos por saber –escribe– qué consecuencias nos traería, y a los pocos días comprobamos que ni siquiera nos habíamos resfriado.

Dificultades cotidianas

La vida cotidiana exige cierta dosis de energía para llevar a cabo hasta las tareas más habituales con orden y serenidad, con alegría y paciencia, con perseverancia, generosidad, justicia, prudencia, respeto, responsabilidad, tesón.

Cada día ejercemos esta virtud no pocas veces. En una jornada cualquiera se presentan situaciones en las que se precisa un buen acopio de coraje y de paciencia:

·         - Levantarse a la hora prevista, ¡el mundo nos espera!
·      - No enfadarse con los hijos pequeños que discuten con pasión durante el desayuno quizá por tonterías, poner unas gotas de buen humor.
·         - Resistir un atasco de tráfico sin perder la calma.
·         - No airarse con las múltiples interrupciones, especialmente cuando estamos sumergidos en un asunto complicado.
·         - Responder con amabilidad y ayudar a quien nos pide un favor.
·        - Cambiar serenamente de tarea por otra más necesaria o urgente pero menos grata.
·      - Mantener la calma durante una reunión en la que alguien nos lleva continuamente la contraria.
·       - No retrasar, sin motivo justificado, esa tarea que resulta más difícil o costosa.
·         - Cuando es necesario tomar una decisión cuyas consecuencias pueden ser dolorosas.
·         - No perder el ánimo cuando ya es tarde y aún nos quedan muchas cosas por terminar.

Son muchas las ocasiones. En estos casos, la fortaleza ayuda discretamente a no perder la alegría: descubrimos que estas situaciones son oportunidades para superarnos, entender que tales circunstancias son pequeños retos ante los que podemos crecernos. Si no lo hacemos así, nos asaltará pronto el mal humor y es fácil que después no sepamos ser amables ni sonreír ni hacer un favor.

Ante las tentaciones

Como la naturaleza humana se transformó para peor desde el principio de la humanidad, existe en nuestro interior una dificultad grande para hacer el bien. No nos atrae el mal directamente; sin embargo, nuestra inteligencia no discierne con claridad lo mejor, nuestros deseos tienden hacia el placer, el poder o el dinero, o todos a la vez. El control de estas tendencias es la fortaleza.

A veces será necesario un gran acopio de fortaleza para:

·         Ser honrados en los negocios.
·         Vivir la castidad de acuerdo con el estado propio.
·         Controlar la ira y los enfados que son síntomas de debilidad.
·        No dejarse influenciar por estilos y costumbres anticristianas. Este modo de vivir contrasta con muchos ambientes sociales.
·         Fortaleza y templanza se necesitan mutuamente, una protege a la otra.

Fortaleza para ser coherentes

Se precisa fortaleza para vivir de acuerdo con lo que se cree, para aceptar el riesgo de la incomprensión antes que permitir rupturas entre lo que se piensa y lo que se vive. Los propios principios no deben abandonarse cuando las situaciones cambian. El ejercicio de la justicia reclama en muchas ocasiones gran fortaleza.


Se trata de una actitud de firmeza, que busca –con naturalidad– hacer lo que se debe en el trabajo, en las relaciones con los demás, en el esfuerzo por acercarse más a Dios, sin doblegarse ante las dificultades.

Ser coherentes es también caminar contracorriente en un mundo que parece se aleja cada vez más de Dios, y desconoce o relega a un segundo plano los valores espirituales.

Fortaleza de ánimo

Las emociones, que juegan un gran papel en nuestro mundo personal, favorecen o destruyen nuestra felicidad. Nuestro mundo interior puede ser luminoso o ser oscuro: depende del dominio sobre los pensamientos, las emociones y los sentimientos.


Cuando las personas se dejan dominar por ideas pesimistas y las emociones negativas, se hacen frágiles en exceso y cualquier suceso –por poco importante que sea– les afecta en lo más hondo, les conduce a la tristeza o les lleva a un optimismo sin razón y produce constantes cambios de humor que influyen en su trabajo, en las relaciones con los demás, en las decisiones que deben tomar.

Interiormente estables

Quien posee la virtud de la fortaleza mantiene habitualmente un ánimo estable ante las contrariedades y los sufrimientos y se enfrenta a los obstáculos y a las dificultades no por ambición u orgullo, sino para obtener el bien, teniendo en cuenta sus propias fuerzas y juzgando adecuadamente el tamaño de los obstáculos.

La virtud de la fortaleza, al darnos un ánimo estable, nos permite mantenernos serenos para tomar las decisiones más oportunas y prudentes. Nos hace más libres no solo con respecto a nuestras pasiones y sentimientos, a los que ordena según la razón y la fe en Dios (si se posee), sino también ante la influencia del ambiente, que trata de convencernos de que resistir en el bien no vale la pena.

La mayoría no somos fuertes físicamente, sin embargo, es asequible para todos ser fuertes interiormente, conocerse bien a uno mismo, sacar partido a la experiencia adquirida, reconocer la importancia real de los acontecimientos.

Los motivos

Se precisa un buen motivo, una razón importante para poner en marcha nuestra libertad y deseo de adquirir y practicar la virtud de la fortaleza. Se necesita un gran amor (a Dios –si se tiene fe-, a la familia, a los amigos…) Si no se ama, la fortaleza puede volverse áspera, ser altanera, convertirse en distancia o barrera que aísle de los demás.

La clave de la fortaleza no consiste tanto en vencer dificultades, sino obrar el bien, cueste lo que cueste. Motivos para ejercer la fortaleza: la salvaguarda de la familia, la defensa de los derechos justos, el ejercicio de la misericordia hacia todos y más hacia los necesitados, la ayuda y el apoyo a los amigos, la defensa de los bienes de la empresa, el amor a la verdad. 

Ante la enfermedad


Contamos con el ejemplo admirable de personas conocidas y cercanas que, ante un diagnóstico grave, han reaccionado con entereza, sin descomponerse. Han pasado por operaciones de riesgo y procesos terapéuticos dolorosos, y les hemos visto serenos.

Quizá pensemos que, si esto nos sucediera a nosotros, no podríamos reaccionar así, quedaríamos muy afectados ante el temor y el dolor. Joseph Pieper afirma que no se contraponen dolor, enfermedad y miedo: se puede ser fuerte aunque uno sienta temor.

Es normal sentir miedo. Se puede ser valiente en estos casos, si antes, y con la ayuda de la gracia, se ha ejercitado esta virtud:

·        Dominar la imaginación: la fantasía sin control agranda los males.
·     Estar serenos, porque es muy importante no amargar a las personas de alrededor ni aumentar su preocupación.
·        Buscar sentido al dolor: si sabemos que Jesús padeció indeciblemente en su Pasión, podemos unir nuestro dolor al suyo y ofrecerlo por los mismos motivos por los que Él sufrió.
·      Crecer interiormente y adquirir un sentido más profundo acerca de lo que significa vivir y ser hombres y mujeres con temple.
·         Emplear bien el tiempo de obligado descanso para curarnos.
·         Adquirir paciencia, avivar la esperanza, ser más abnegados.
·         Pensar en todos los enfermos del mundo y pedir por ellos a Dios.

Solo con fortaleza se puede afrontar la muerte con serenidad; y esta serenidad permite elevarse sobre el natural temor a morir. Con serenidad se puede mirar la eternidad como el destino inexorable de todos los hombres y admitir que «lo nuestro es pasar». [ Antonio Machado], pasar haciendo el bien. 

Se trata entonces de pensar y sentir como señala el poeta de Castilla: «y con esta confianza / y con la fe tan entera / que tenéis, / partid con buena esperanza»[Antonio Machado].

Juan Ramón Domínguez Palacios
http://enlacumbre2028.blogspot.com.es
xabec

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